He escogido el día exacto para hablarles de Joseph Joubert, un filósofo y poeta francés que supo poner en palabras certezas ineludibles. En estos días de luto, tristeza y desánimo para el periodismo, creo que viene bien recordar para qué son las palabras y de qué forma NO debemos utilizarlas. Y creo que Joubert fue un intelectual que supo hacerlo a la perfección.
Joseph Joubert
Joubert nació en Montignac (el Périgord) en 1754 y comenzó a escribir sus cuadernos a la edad de veinte y pocos años. No obstante, nunca quiso hacer públicas sus obras; quizás había en esa decisión un cierto pudor, porque pese a que reflexionaba sobre temas universales eran sus textos de un intimismo extremo.
Joubert falleció, el 4 de mayo de 1824. Su obra vio la luz catorce años después. Pese a que desde que comenzó a escribir, Joubert lo hacía con una gran disciplina; y depositó en sus creaciones sus vivencias de una forma poética, abrazando de a ratos la precisión de la narrativa, por momentos, la filosofía. Unos textos llenos de confidencias y de pensamientos elaborados de forma minuciosa y plasmados con concisión.
Cuando en 1789 se puso en marcha la revolución francesa Joubert sintió una gran admiración por los hombres y sintió que había nacido en el momento indicado, sobre ello escribió en sus diarios. La consideraba una acción absolutamente necesaria y beneficiosa para construir un porvenir más justo y regenerador. No obstante, también supo ver los crímenes y las acciones turbias que se llevaron a cabo durante ella. En su obra podemos encontrarnos con el desconcierto ante ciertas actitudes nocivas de aquéllos a los que admiraba y su desconsuelo al descubrir que nada resulta como imaginábamos.
Antes que escritor, Joubert era un cuidadoso lector. Le interesaba mucho el trabajo de los otros y mimaba el buen hacer con críticas amables y certeras. En sus textos hay citas y comentarios en torno a la obra de alguno de sus contemporáneos; anotaciones claras y que denotan un espíritu lector abrasivo.
En lo que respecta a sus creencias; era un hombre abrumado por la vida y esto se veía reflejado en su forma de encarar la religiosidad: por momentos se manifestaba como un determinado creyente y en otras, su ateísmo fluía sin tapujos. Pese a todo, sus altibajos espirituales no le convierten en un pensador confundido; más bien en un constante buscador de la lucidez, que se crio leyendo a los autores de la literatura Grecia y Romana y que se acercó a la religión sólo desde el punto de vista de la síntesis.
La poesía filosófica de Joubert
Joubert no escribió novelas. Su obra se compone de extensos cuadernos que apuestan por el pensamiento y la belleza, donde cada línea es poesía pura.
Amante de la vida urbana, más precisamente del ambiente bohemio de París en el sigo XVIII, pero más apasionado de su propio universo, búsqueda que no dejó de lado ni en los momentos más difíciles y que la dejó reflejada en sus cuadernos. En cierta ocasión escribió acerca de esa constante contradicción que vivimos los escritores entre la vida social y la soledad. Dijo:
Hace poco hablábamos sobre los aforismos de Erika Martínez y la importancia que hay al encarar este género de hacerlo buscando alcanzar una idea pero saber abordarla sin nombrarla. Evasión y concisión, unidos como por una cuerda.
Los aforismos de Joseph dan buena cuenta de ello también. Su deseo de abrazar las palabras, de dotarlas de significancia y de abordar con ellas los temas más profundos de la filosofía a través de la belleza y la poesía, son las características fundamentales de sus escritos. Una tarea ardua, qué duda cabe pero que supo desarrollar con una maestría impresionante.
Algo que leí no hace mucho sobre el género dice que lo que sabemos es justamente lo que se nos escapa. Nos topamos con la belleza y la admiramos, pero ponerla en palabras resulta irrespetuoso; por eso lo mejor es nombrar ese asombro, ese hueco, esa luz que no llegamos a distinguir del foco del que proviene.
Cito otros de sus aforismos.
La forma en la que Joubert encaró sus cavilaciones le permitieron acercarse a descubrir certezas en torno a la condición humana. Leerlo es zambullirnos en un universo lleno de belleza y, a la vez de reflexiones interesantes e imprescindibles. Creo que puede ser una excelente lectura para este año recién estrenado.
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