Poemas de Delfina Acosta
- ¿Qué historia cuenta?
- Adonay amante
- Alguna vez creí...
- Alma
- Amor de enero
- Angelus
- Antes del olvido
- Apuntes esenciales
- Aquella que te amó
- Aunque sopló tus párpados...
- Boda patética
- Camino
- Canto profundo
- Circo
- Cocuyos
- Conciencia
- Cosecha
- Costumbre perra
- Cuarto azul
- De memoria
- Desolada
- Después de mucho saludar...
- Dientes
- Dios que es Él
- Discúlpame...
- Dos hijos
- El beso
- El mar tú visitabas...
- El pino en las penumbras
- El rostro de Dios
- El tiempo es beso
- El verdadero mundo
- En Paraguay prohibieron...
- En tu nombre
- Enemigo
- Estás debajo, acaso...
- Estatua en la Plaza Verde
- Fantasmas
- Golondrinas
- Hades
- Hipótesis
- La gacela enamorada
- La hierba es larga
- La nodriza
- La novia viene a caballo
- La otra vida
- La puerta
- La rosa dura
- La veleta del pueblo
- Las bodas con Jesús
- Las leyes
- Los goznes de los versos...
- Los modos de marcharse
- Los pasajeros
- Lunar
- Madre
- Maleza
- Mi reino
- Mil
- Nadir
- Negro vino
- Ninguna noche ha sido...
- Niño bello
- No se lo digas
- No vi tu mar...
- Paloma
- Pero también cantaste...
- Pero tan contenta
- Perra sombra
- Piedra en llamas
- Poema a mis esposas
- Poesía
- Poeta
- Poetisas
- Por las rosas
- Porque siendo verano
- Retorno
- Ropaje
- Sucede
- Sueños
- Tumbas
- Un día tú dijiste...
- Unigénita del sur
- Vuelvo pronto
- Yo, Otelo
Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Delfina Acosta:
Mi reino
Mi reino es de los astros misteriosos,
del fuego que susurra en el ocaso.
Se me figura milagrosa tela
el cielo con su azul iluminado.
Conmigo no es el hombre sino el ángel.
Su sombra se hace mies en mi costado.
Él busca de mi luz el santo norte
como la brisa cuando es mi rebaño.
Mi reino es de las olas de la mar
que nunca al pensamiento dan descanso,
de las estrellas fijas en los ojos
pues son criaturas de un querer muy manso.
Si llueve es porque lluevo lentamente
y si amanece es porque ya me aclaro.
Cuando anochece y no aparece el cielo
el viento de mi reino está callado.
La rosa dura
El gallo soy de la veleta roja
que mira al Norte porque Norte soy.
A mi pueblo lo barre el mismo pueblo:
un viento malo con que al río voy.
La saeta del Este cuando gira
da vuelta al pueblo, al lirio y al convoy
del caballo al que subo al ser el día
para saber al irme en dónde estoy.
He plantado una estrella en el Oeste
que bajará a la noche. Te la doy
porque subes al Este cada tarde.
Yo te amaría, mas veleta soy.
El gallo fui de la veleta roja
que al Sur apunta pues al Sur me voy.
En su frío se templa mi poesía:
la rosa dura que ha de abrirse hoy.
No vi tu mar...
No vi tu mar, apenas lo entreveo
en la delgada orilla de mi río.
No caminé, como si tú, Neruda,
por calles rectas en Valparaíso.
Mas si supieras, Pablo, cuántos versos
en que nombraste a Chile yo he leído.
De casa en casa recorrí tu pueblo
tocando las veredas de tus libros.
Alegre canto el tuyo porque trae
la lluvia primeriza del estío.
Juntaste con tu voz la voz del hombre
que haciéndose a la mar se ha redimido.
Le diste miel al fruto de la tierra.
Cargaste sobre el hombro los racimos
de las morenas uvas y llevaste
vendimia de dulzura a los caminos.
En tantas ocasiones celebraste
la simple excusa de sentirte vivo,
y por vivir mejor, te diste, ufano,
a compartir con todos rojo vino.
De tanta fama tuya, don Neruda,
de tanta majestad de ser sencillo,
me queda un sólo canto, un verso sólo,
hojeado sin cesar: el hombre mismo.
Madre
Entre las sábanas enfermas, madre,
te duermes sin saber de mi vigilia.
Escúchame callar en esta hora
de muerte, de silencio y de agonía.
Cuán sana fluye la existencia afuera
con su rumor de rosas encendidas.
Tenía pocas cosas que decirte,
y aquí me tienes vuelta piedra herida.
¿Por qué tuviste la terrible culpa
de haberme dado leche de desdichas?
Recuerdo mi terror a los relámpagos.
Qué eternas esas noches se me hacían.
Caían Dios y rayos pero tú,
tardando, en mi rincón aparecías.
Mi madre loba que te vas muriendo,
he aquí, gimiendo, a tu pequeña cría.
El beso
Voy a contarte un cuento que otras saben.
Las menos como tú jamás supieron.
Era un juego de a dos pues se enfrentaban
un rey hermoso y una reina a besos.
Y érase que ella alegre se moría
como última tecla en cada beso.
Y él riendo tomaba con su boca
un poco de su lengua y de su aliento.
Pasó el verano bajo el puente chino,
sopló el otoño y garuó el invierno,
volvió la primavera y se marchó
detrás de un par de niños aquel juego.
Y érase esa mujer que aún lo amaba,
y moría de pena, pero en serio.
Y érase la tristeza en el ciprés
la hora en que llovía en ese reino.
Discúlpame...
Discúlpame, si puedes, por mis versos,
Neruda, de mil sábanas poeta,
pues yo no sé escribir cantando al agua,
a aquel frescor primero de la hierba,
igual que tú, en tu Chile de araucarias.
Yo sólo sé escribir palabras quietas
en este pueblo donde todo muere
volviéndose en las manos simple piedra.
Sucede, sin embargo, algunas veces,
que el corazón procura alguna fiesta,
y salgo a andar, alegre y bien vestida,
por el camino y luego estoy de vuelta.
Me ocurre que me río, que mi risa,
igual al llanto mío desespera.
De mi costado izquierdo sale un verso
apasionado y triste que gotea.
Ah... si entonara como tú, Neruda;
si alzara por los vientos los poemas
mejores de mi vida en dulce nota.
Si el verso hablara a Dios sin una queja.
Sollozo sin su madre, fuego triste.
jardín quemado que no dio violeta,
invierno sin cerilla, espectro frío
es todo lo que tengo por cosecha.