A Paco Figueroa
Errante, sin moverme, en mi desierto
le hallé sin encontrarle. Su presencia
es el propio trasunto de la ausencia
envuelta en las verdades de lo incierto.
Pasa quedando. Cierra y deja abierto.
Es el solo poder de la impotencia
y su existir, la pura inexistencia
en la perpetuidad de lo ya muerto.
Vino en mi sin buscarme, y sin tenerle,
la llevo en mí visible y escondida
y estoy viéndole siempre aunque sin verle
que en este mi infortunio está mi suerte:
pues llevando mi muerte entre mi vida,
es inmortal la vida de mi muerte.
San Salvador. 1942
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