Eres un brote más para la muerte,
qué esperabas de tu parva finitud.
Acéptalo. Contempla el rostro sin luz
que nada explicará porque es de piedra.
Resuelve la duda que atormenta
tus días, abrígate,
húndete en el turbio lamedal
que destruye tus noches, profiere
en alta voz
el ancestral gruñido que redima
a la especie o que la enfangue
para siempre. Pero anega de una vez
el cerco que posterga
tu vigor, y recuerda: no conviene
mencionar el dolor a cada paso
como si fuese un dios.
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