Después de un año vuelven a su sitio
mis libros y yo vuelvo con la idea
de no marcharme más. Toda la tarde
la paso en la terraza, hasta esa hora
en que nos ve el vecino aunque nosotros
no lo vemos a él. Pero la noche
no ha llegado y probablemente tarde
un buen rato en hacerse con nosotros
y nuestras ganas de poner en hora
el reloj del afecto. Si esta noche
saliese ¿habría amigos en el sitio
de siempre y aburriéndose? Ni idea.
Es absurdo el momento de la noche
cuando te has decidido un poco tarde.
Casi te olvidarías de la idea
de llamar, aunque uno de nosotros
no se va a molestar por media hora
y su familia viva en otro sitio.
Si pensé que ya iba siendo hora
de no asociar la vida a un solo sitio
y me marché a otro en una noche
ferroviaria y vulgar y con la idea
de huir antes que fuese ya muy tarde
(le ha pasado a cualquiera de nosotros),
he visto que el instinto nos idea
otro futuro y no hallamos la hora
de renunciar: o el éxito o nosotros;
y queremos volver al viejo sitio,
aunque sea intuyendo que esa noche
aplazamos la gloria hasta más tarde.
Empieza así una edad para nosotros
en ese tren de vuelta y esa noche
fatal: la de instalarnos en un sitio
para movernos muy de tarde en tarde,
la de hacernos finalmente a la idea
de esperar a que llegue nuestra hora.
Tarde o temprano, aceptaré la idea
y, a la hora propicia de una noche,
la muerte se hará sitio entre nosotros.
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