Poemas de Álvaro Menén Desleal
- Arco iris
- Dame la mano, Antípoda...
- Estoy en un apuro
- La verdad, eso es todo
- Oídlo: esta es mi voz
- Oración que ayuda a bien condenarse a un tirano
- Piedras
- Recetas a una vieja burguesa para que sea feliz del todo
- Romance de San Andrés
- Toma y daca
Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Álvaro Menén Desleal:
Arco iris
Hamaca de siete paños
en que se mece la brisa.
Listón que han puesto las nubes
colgando en la lejanía.
Banderola de señales;
semáforo sin esquinas.
Alada cuerda de seda
donde los pájaros brincan.
Alfabeto del color
con que se escriben los días.
Cartelón de propaganda
en que se anuncia anilina.
Viudo párpado del cielo
y divorciada pupila.
Iris, polícroma flor
sin aroma y sin espinas.
¡Siete lazos con que Dios
ata las Siete Cabritas!
Piedras
Me ha caído un pozo encima
me apedrean los hijos de mis padres,
los hijos de otros padre, mi mujer,
mis amigos -¡hasta aquél!-
y mis hijos que no han nacido
todavía.
Me ven cargando el pozo, y no me ayudan.
Qué me van a ayudar
si lo que quieren
en poner otro pozo y otro pozo
y apedrearme porque es mucho dicen
porque eso es demasiado
porque basta
y es hora de coger la piedras
y de lanzarla el primero exclamando
hasta el fin hasta el fin
para que nunca
por siempre
y ya jamás!
Romance de San Andres
Se ha cubierto el San Andrés
de un amarillo amarillo,
a la luz del sol semejante
por lo encendido encendido.
A cada soplo del viento
-de diciembre frío frío-
se le caen las campanas
al San Andrés Florecido.
Del árbol de San Andrés
las flores se han ido ido,
navegando en la vereda
celeste de río río
¡campanas del San Andrés
del amarillo amarillo,
buscad luego un campanero
para alegrar el oído!
El árbol de San Andrés,
mientras camino camino,
me guía por las veredas
con su amarillo amarillo.
San Andrés de las Campanas
florecido florecido,
aún lejos de la patria
no te eché nunca en olvido.
San Andrés de las campanas;
San Andrés verde-amarillo.
Oracion que ayuda a bien condenarse a un tirano
Señor,
cuando se muera -porque, como el tiranosaurio, por grande y por feroz que sea, por agrio y bien armado que esté, ha de morir, y será entonces como un pequeño volcán de huesos sobre el que los otros animales del bosque se orinen impunemente-
Cuando se muera,
Señor,
no te acobardes como se acobardó tu iglesia, que puso sus blancos odres
para llenar sus odres esperanzada en robar sus odres;
no te acobardes,
Señor,
y no te niegues:
Tú mismo abre la puerta
-no mandes una virgen, ningún ángel
te cumpla ese mandato-;
abre tú mismo y lo verás:
un alma enjuta, un alma miserable que moró como gusano y que gusano
es y será, que se arrastró de milagro pata tocar a Tu puerta,
para llegar hasta ella con el juego de siempre.
Abre tú mismo y mira que a ti llega no con el gesto insumiso de aquel
que allá en la tierra, en su país, pareció hacer temblar tus firmes
montes, tus sólidas montanas;
abre tú mismo y mira que ya no tiene más la sombra que mataba tu hierba
en los jardines de Brasilia, de Managua, de Asunción,
de La Paz, de Madrid, de Lisboa;
de Buenos Aires, Por -au- Prince y Guatemala; de Santo Domingo,
Bogotá y Caracas,
de Lima y San Salvador;
de casi toda tu tierra, en fin, porque el reino de la maldad
nunca se pone al sol;
abre y mira como pretende engañarte fingiéndose el más humilde de tus hijos.
Con un rasgo de humor, aprecia su arte.
Mira cómo maneja sus cartas credenciales
y estudia su baraja compuesta sólo de ases,
su juego organizado para nunca perder.
Cuando te hable para pedirte acceso a los serenos claustros celestiales,
no usará el vozarrón con que ordenó a sus guardias el exilio
y la muerte de tus mejores ángeles.
Quizás ni te hable, y sólo baje humildemente la vista.
¡Tú reconócelo, Señor, porque es el mismo,
el uno y mismo!
¡Sé implacable, Señor: no te conmuevan las misas que por encargo
de los embajadores dijeran, previo pago, algunos curas!
¡No lo perdones! ¡Dale una celestial patada en el trasero y envíalo
a su sitio, a los antros que
le son merecedores!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo;
en el de los poetas clavados en sus huesos;
en el de las viudas que muerden sus almohadas
y en el de todos los muertos levantando sus puños,
gracias te doy, Señor.
Amén.
Oidlo esta es mi voz
Oídlo: esta es mi voz y este es mi acento
y es esta su más casta vestidura.
Esta es mi voz que se fugó en el viento
de los fieles cristales de su altura.
Esta la voz que me inspiró el acento
para ser un Quijote en la aventura:
en su aliento prospera el sentimiento
de que es cielo esta gris arquitectura.
Esta la que en mis júbilos sencillos
ha derribado todos sus castillos
para ver una nueva dimensión;
La que canta mis dichas y mis duelos
y os da, para alegrar vuestros desvelos,
el vino de mi rojo corazón.
Estoy en un apuro
Estoy en un apuro, lo confieso.
Pronto voy a inaugurar un hijo inédito;
y aunque me halaga ver que a de afirmar mi varonía,
puesto no soy precisamente un Creso
y cobran la partera, el cura, y el médico
y hay que comprar pañales, medicinas,
leches pasteurizadas,
me muero porque llegue nunca el día.
Me ha dicho un compañero
recién metido en éstas cosas,
que los hijos nunca comen rosas
ni se alimentan de luna y de poesía
(esas tonteras que no tiene Creso).
Estoy curioso por ver cómo retrata Dios
mis gestos, mis rasgos...; más a un pie
de inaugurar el hijo inédito;
me encuentro en un apuro, y lo confieso.