de pronto, en medio de la representación, cantó
nadie lo había invitado, no era una pieza aburrida
pero empezó a salirle sola la voz y tuvo que pararse
y cantó, aunque no sabía cantar, y los siseos iban y venían
para hacerle callar, que no cantara, fue en un instante
crítico
en el nudo del conflicto dramático, el clímax, la mayor
tensión,
él no quería cantar, era un uruguayo típico y educado por
la costumbre
no quería irse fuera de la norma, ser el diferente
que lo señalaran con el dedo: ahí, ahí, ése, ése...
¿fue su culpa si la voz salió sola y empezó a crecer?
había una larga historia de represión en todas sus vidas,
en esas vidas que miraban la representación
¿por qué tenía que romper la monótona armonía de los
tiempos?
¿esa actitud rechinante? ¿no cantaría mejor, solo, en el baño?
¿por qué empezó a cantar en medio de la representación?
los otros habían pagado para ver la representación, nunca
para oírlo,
los otros habían destinado parte de su valioso tiempo a ver
la representación,
no se habían vestido tan bien para oirlo cantar
no estaban para cantos y ¿era el canto de quién?
sí. ¿quién cantaba?, que se callara, que dejara avanzar
la representación
hacia el desenlace, querían saber quién era el asesino
o reírse, reírse de quien era el asesino
¿a quién le importaba que él cantara?
pero la voz le salió, débil y extraña al principio
misteriosa después, como un hilo sublime que recorriera
todas las espaldas,
la voz fue, en medio de la representación, y los otros
sonidos se apagaron.
Volver a Álvaro Miranda Buranelli