Sobre tu rostro caen cerúleas transparencias
agobiadas por un firmamento que te pertenece,
luciérnagas puras
clausuradas únicamente por tus párpados.
Sobre la superficie de tus senos
(girasoles atrapados por mi mano)
se desmembran todas las herejías posibles
ante la pontificia dignidad
del insolente roce de mi lengua.
Existe un territorio
fijado por la residencia de tu sexo
donde navegan peces de mil colores,
donde el viento se estaciona
destornillando las aspas masculinas de mis sueños.
Bajo la interrogación de tu espalda
en dos comarcas divinas mis caricias se hospedan,
descubriendo siempre praderas insondables.
Tu cintura es el inicio de toda llama.
Bajo su pendiente
trasiegan nuestras manos,
y respiran ángeles confidentes que nos protegen.
Entonces soy lo que tú cantas,
nota de guitarra hundida entre mis venas.
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