Habitantes de una naranja

Basilio Fernández

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Si observáis fijamente comprobaréis la
redondez de la tierra,
veréis una naranja por la que corren ríos,
gacelas, vientos frío y aureolas de héroe.
Pero veréis también cuerpos abandonados,
cumbres desconocidas para los hombres y las
aves,
besos de familia, afectos que una latente polilla
va carcomiendo todos los días un poco,
hasta dejar sólo su recuerdo.
Bajo esta superficie
cuántas raíces ahogan su felicidad,
cuántas aguas nómadas no sospechan
el regadío de los pechos sedientos,
cuántos árboles y hombres que emergen lo justo
para divisar ese cielo que todas las noches rutila
vuelven a caer en el abismo silencioso
sin pensar que todo pasa
y que lo único eterno es el cielo.
Días y noches, ardides del tiempo para los ojos,
y sin embargo construimos pirámides,
nos embriagamos de amor
aliado de otras mejillas
y hay algo que nos lleva a la olvidada niñez,
pero eso no basta.
Somos nosotros los que nos reflejamos en los
mares
habitantes de esta naranja desgajada del cielo,
que nos vemos vivir,
que nos vemos desaparecer
como humo evaporado
para nunca volver, inciertos personajes
nacidos al error para borrarse.

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