Los degenerados morales,
los incorruptibles de delicadas maneras,
los exquisitos de la usura,
exigen a veces muy poca luna para morir de
amor.
Esto es obvio.
Nadie lo reconoce con el plumaje de la
vanagloria
ni como proveedores de la real casa
ni como contribuyentes al erario público.
Hasta que un día se marchitan de pronto.
Entonces cae la lluvia sobre la ciudad gris
y Dios no se arrepiente.
Deja que se extravíen en el eclipse de sus
conciencias
y de sus harapos remendados de rojo.
y todo empieza como siempre
por vagas reflexiones tardías,
por quintaesencias, por arabescos de otro yo
discrepante
por violetas abatidas en el claroscuro,
hasta que los cubre un acorde de nubes bajas
junto a recuerdos desconchados.
Son los oportunistas de la miseria donde todo
decae,
oscuro asombro repentino
cuando te agitan vientos mágicos
y un antiguo orgullo resurge de sus ojos
y del crujido de sus dientes.
Nadie los reconoce
cuando pasan con sus almas enmohecidas
bajando la escalera de escalones interminables.
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El ayer y presente,
tienen infinito común,
diferentes formas,
pero misma esencia.
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