Astrolabio Diez

La urgencia es una cosa tremenda. En nuestra contemporaneidad, estamos urgidos casi de todo. Hasta el acto amoroso suele hacerse con arrebato y premura. Urgencia: Calidad de urgente: apremiante, imperioso, inminente, perentorio, correr de prisa. Nadie corre que no esté urgido de algo. Nacemos y estamos ungidos y urgidos insoslayablemente por la lengua fría de la muerte. Morimos y otros urgen enterrarnos.
Un bombero ante un incendio está urgido por apagarlo. El titiritero por hacer hablar a los títeres, por darles vida, por hacer del gesto un húmedo incensario. El centinela porque nada pase en su laboriosidad nocturna. El zapatero por evitar los pies descalzos. El torero, porque el toro no lo vea y desvíe las cornadas de letales consecuencias. El náufrago porque alguien lo rescate de la espuma. El fontanero porque el grifo no se le convierta en río e inunde sus sienes. El payaso, no porque la gente le ría, sino porque le ayuden a mitigar el hambre. Lo inefable de lo fable. Todos con seguridad estamos en gracia de la urgencia. Ella evidencia nuestra naturaleza y existencia.

Unos nos quejamos de unas cosas, otros, de otras. Prefiero el blues a cualquier otra música. El Danubio Azul, me sigue pareciendo azul, pese a que mi vista naufraga más a prisa que el Titanic. El exilio de Adán y Eva es muestra de urgencia ardiente: Soñadores del corazón en una noche de verano. El huerto no tenía flautas ni ratas como las ciudades. Ellos morían de sed y se bebieron gota a gota los poros. Ellos inventaron el sueño al filo de su metamorfosis. Luego fue capítulo cerrado lo de las costillas horadadas sin aquellos médicos salidos de la insurrección que las curasen luchando contra la serpiente de sus propios presentes.

Y, para qué nos urgimos en el espejismo de la Bella Durmiente, en la esfinge que traslucen los espejos de la Cenicienta. A veces la noche nos inunda y nos volvemos como el canto del Llanero Solitario, hoguera sorda con fantasmas de ceniza, cuchillos cortando las uñas del crepúsculo, montañas de hongos creciendo por todo el cuerpo, manicomio de cadenas en el jabón de la sonrisa, retorno de Ulises desmayando sirenas. Más luz dijo Goethe entre el grito de la noche con nube de cadáveres. Que se haga tu voluntad dijo el hombre hecho hombre. Gracias al padre murieron las auroras y nos quedó el odio disfrazado de heroísmo.

Todos decimos sutil, a la ortodoxa. Estamos urgidos de un léxico profundo. Sutil, aparte de revestirnos de sapiencia, equivaldría al grado sumo de la sutileza. Quien logre entender la situación económico-política del país, será sin duda, una persona muy sutil. Nos vamos, pues, acostumbrando a usar un lenguaje sutil, no siempre comprensible, desde luego, expedito y sin retortijones. Aunque es bueno que salgamos del cieno sin afectaciones. Nos apremia el querer hablar bien, y en ese afán de ventarrón hacemos astillas de una raja olorosa de pino. Montamos albarda sobre aparejo cuando sólo basta la albarda o, en su defecto, sólo el aparejo.

Al final, como dice Saramago en Todos los nombres: No haga caso, son disparates de mi cabeza, cuando llegamos a viejos y nos damos cuenta de que el tiempo se acaba, nos ponemos a imaginar que tenemos en la mano el remedio para todos los males del mundo y nos desesperamos porque no nos prestan atención.

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