Hay tantos temores que acechan incesantemente mi vida. Temores y realizaciones truncadas: ilusiones de amores que el tiempo se ha encargado de prolongar a través de la memoria. Hay estados de ánimo lúgubres. Hay desasosiegos que uno no alcanza a descifrar por más que sean de uno. Justo en el momento de escribir esta disquisición he recordado, del poeta hortelano Miguel Hernández, unos versos que encajan perfectamente en mi estado de recuentos turbulentos. El fragmento que transcribo pertenece al poema LAS ABARCAS DESIERTAS de poemas sueltos:
Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
El poeta, aunque ser humano, vive siempre en mundo diferente que la gente no alcanza a percibir. Ese mundo es el de la palabra, el de las pasiones más encontradas, el de las emociones más descabelladas. Pero poca gente se atreve a entender tal condición. Es como caminar en el anonimato de la lluvia, refugiado en los atuendos de una neblina espesa, atravesando como libélula las paradojas humanas, caminando en los hombros de su propia fugacidad, tocado por el subsuelo de sus propios asombros, huyendo de su íntima contemplación, soñando en la sal de los cristales que traslucen insólitos fantasmas como el fuego en ráfagas de espejos.
El poeta está unido a ese álbum de noches intangibles, a la página del horizonte de la propia conciencia, al escombro que se bate con la noche, al rocío que sospecha ser polvo de girasoles apagados en las catacumbas, a esa luz que siempre tiene rendijas de oscuridad como el tiempo que nos anega tras la ventana.
También he recordado otras tantas cosas. Muelles, brújulas amaneceres en los colores de la desnudez sobre el viento. El agua de la fantasía llevando en su corriente esos sueños hacia algún barcaje, hacia una vida de sangre extasiada con incienso, hacia un absoluto de aromas donde la trementina se convierta en esa otra parte pródiga del costado.
Poca es la fe de un hombre incierto, dice Aleixandre. Sin embargo, mis ojos repiten lo que copian: murmullos y cenizas. Y que mejor que cerrar este luto gozoso del alma con un fragmento de LAS LETANÍAS DE NUESTRO SEÑOR DON QUIJOTE, escritas por Rubén Darío:
“Ora por nosotros, señor de los tristes,
que de fuerza alientas y de sueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
antes que de pronto desaparezcamos
y no queden tumbas ni fúnebres ramos
ni el son de la inmensa y última explosión”
Así sea mientras permanezco en la desnuda oscuridad del silencio: en la intemperie, mientras una mano me prodigue el sonido de la sangre…
Comentarios2
me encanto nose porque 😀
Que bello articulo
me entanto
serà por la tristeza
que estoy pasando
me esta ayudando a
reflexionar
que serà de mi vida
que serà.....
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