A lo largo de la historia, la literatura japonesa ha tenido una gran cantidad de representantes pero, sin duda, uno de los más trascendentes a nivel mundial ha sido el poeta Matsuo Basho.
Este escritor nacido en la ciudad de Ueno en 1644 bajo el nombre de Matsuo Munefusa consiguió un lugar de privilegio en el mundo de las letras por haber sido el haijin que dotó de expresión poética al haiku.
Durante su juventud, este descendiente de un samurái de bajo rango comenzó a desempeñarse como paje, un servicio al que sólo le pudo poner fin a través de una fuga, ya que la familia a la que él respondía se opuso al cese de su asistencia. Tras escaparse, Matsuo se instala en Kioto, ciudad donde no sólo leyó a clásicos chinos y japoneses sino que también estudió poesía y caligrafía, y conoció el amor de la mano de una muchacha llamada Juteini.
Tiempo después, ya instalado en el territorio que hoy se conoce como Tokio y consolidado como poeta y crítico, este autor que, por ese entonces, utilizaba el seudónimo Tousei, comienza a tener sus primeros discípulos. Años más tarde, el escritor firmaría sus trabajos como Matsuo Basho, un apellido que adoptó tras recibir de parte de uno de sus admiradores un árbol de características similares al banano que se conoce como Basho.
«Diario de un esqueleto abandonado a la intemperie», «Crónica Kashima» y «Sendas de Oku» son sólo algunas de las creaciones literarias que tienen como autor a este hombre de letras japonés que amaba contar a través de sus textos las experiencias acumuladas durante sus numerosos viajes por diversos rincones del planeta.
En la actualidad, los restos de Matsuo Basho, quien falleció en Osaka el 28 de noviembre de 1694, se encuentran enterrados a orillas del lago Biwa, en la ciudad de Otsu.
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