El 5 de octubre de 1918 comenzó a escribirse, en la ciudad ecuatoriana de Cuenca, la historia de César Dávila Andrade, cuya creatividad y talento para la escritura lo transformó en una de las figuras más sobresalientes de las letras de su país.
Sus padres, un empleado del sector público y una ama de casa que hacía trabajos de costura para colaborar con la economía familiar, se esforzaron por darle una buena educación. En su niñez, César estudió en la escuela de los Hermanos Cristianos y, con el tiempo, continuó su formación en el Normal Manuel J. Calle y en la Academia de Bellas Artes.
Durante su juventud, la composición poética, actividad que cultivaba uno de sus tíos, era su hobby favorito. En 1934, sin embargo, consiguió notoriedad como poeta gracias a “La vida es vapor”, una propuesta que le dedicó a Alberto Andrade Arízaga, su primo periodista.
Más allá de perder el anonimato gracias a sus habilidades literarias, Dávila Andrade se ganó la vida durante varias temporadas trabajando en la Corte Superior de Justicia.
Este autor aficionado a la hipnosis y a las ciencias ocultas aportó ensayos, cuentos y otra clase de textos a la revista “Letras del Ecuador”. Sus escritos también tuvieron visibilidad en la revista editada por el grupo literario Madrugada. Entre los libros que, aún en la actualidad, permiten apreciar su idoneidad como escritor aparecen “Espacio me has vencido”, “Trece relatos”, “Boletín y elegía de las mitas”, “Arco de instantes”, “Cabeza de gallo” y “Abandonados en la tierra”, entre otros.
En 1951, César se instaló de manera permanente en territorio venezolano, donde continuó nutriendo su producción y dio clases en la Universidad de Los Andes situada en Mérida. Asimismo, aceptó desempeñarse en la Embajada de Ecuador como adjunto cultural.
Cabe destacar que el fallecimiento de César Dávila Andrade se produjo el 2 de mayo de 1967 en Caracas.
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