El 31 de diciembre de 1803 se produjo en Santiago de Cuba la llegada al mundo de José María Heredia y Campuzano, el descendiente de la pareja integrada por María de la Merced Heredia y Campuzano-Polanco y José Fancisco de Heredia y Mieses.
Desde edad temprana vivió junto a su familia en Santo Domingo, pero en 1810 el clan se trasladó a la capital de Venezuela por compromisos laborales paternos. A suelo cubano retornó en 1818, época en la cual comenzó a asistir a la Universidad de La Habana para formarse en Leyes. Meses más tarde, José María continuó su formación académica en territorio mexicano.
Ya doctorado en Derecho, Heredia se mudó a la ciudad cubana de Matanzas y empezó a sumar experiencia como abogado, más allá de haber iniciado para ese entonces su camino como escritor aportando textos a “El Revisor” y estando al frente de un semanario conocido como “La Biblioteca de las Damas”.
En 1825 vio la luz en Nueva York, destino al que llegó en condición de exiliado, la primera edición de sus poesías y, de regreso a México (donde se desempeñó como fiscal, legislador, juez y catedrático), elaboró un material bautizado como “Himno del desterrado”. En su rol de redactor, escribió para “El Conservador”, “La Miscelánea” y “El Iris”. En relación a su figura, es interesante resaltar también que a De Heredia se lo ha mencionado a lo largo de la historia como el responsable de “Jiconténcal”, una novela histórica lanzada en 1826 de modo anónimo que asimismo ha sido atribuida a otros intelectuales.
José María Heredia y Campuzano, a quien se llegó a considerar como el poeta nacional de Cuba, encontró la muerte el 7 de mayo de 1839 en la Ciudad de México, tiempo después de haber contraído tuberculosis. Tres años antes, el escritor había conseguido autorización para retornar a su país natal pero apenas cuatro meses más tarde se vio obligado a pedir asilo en territorio mexicano.
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