Al hacer un repaso por la historia de la poesía peruana resulta imposible no hacer referencia a la figura de José Santos Chocano, un hombre asociado al modernismo que logró gracias a su talento ser señalado como uno de los poetas hispanoamericanos más sobresalientes.
“El Cantor de América”, tal como ha sido denominado este intelectual, nació el 14 de mayo de 1875 en la capital de Perú. Tras instruirse en el Instituto de Lima y en el colegio de la misma ciudad, el autor comenzó a asistir a la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos pero poco después abandonó la formación universitaria.
Con la idea de sumar experiencia en el ámbito periodístico, Chocano inició sus colaboraciones con el diario “La Tunda”. Poco después, el joven José fue acusado de realizar actividades subversivas y conspiraciones y alojado, por esa razón, en la Fortaleza del Real Felipe: la libertad la recuperó en 1895.
Quien fuera descendiente de la pareja compuesta por María Aurora Gastañodi de la Vega y José Félix Chocano de Zela editó publicaciones como “El Siglo XX”, “La Gran Revista” y “La Neblina”, además de dirigir de manera provisoria “El Perú Ilustrado”.
Más allá de lograr reconocimiento como escritor, este intelectual fue diplomático. Sus compromisos laborales, sumado a su espíritu aventurero, lo llevaron a vivir en España, Colombia, Cuba, Puerto Rico, México, Guatemala y Chile, entre otros países.
“En la aldea”, “Azahares”, “La epopeya del morro”, “El canto del siglo”, “Alma América”, “La selva virgen” y “El derrumbe” son parte de las producciones literarias con las que José Santos Chocano enriqueció a las letras de su país.
Respecto a su vida personal hay que señalar que este autor tuvo a su hija María Esperanza Chocano González junto a Dolores González y a sus herederos Antonio José y Alma América fruto de su amor con Margot Batres Jáuregui. Su última compañera fue Margarita Aguilar Machado, madre de su descendiente Jorge Santos.
El poeta José Santos Chocano falleció en Santiago de Chile el 13 de diciembre de 1934. Tres décadas más tarde, sus restos fueron llevados a la ciudad de Lima.
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