Al repasar la historia de la literatura venezolana adquieren relevancia las figuras de numerosos autores, entre quienes se encuentra el también político, historiador y abogado Mario Briceño Iragorry.
María Iragorry y Jesús Briceño Valero fueron los padres de este hombre que nació el 15 de septiembre de 1897 en Trujillo.
Tras cursar sus estudios primarios cerca de su hogar asistió en la ciudad de Valera al Colegio Federal de Varones y, en 1912, se instaló en Caracas para ingresar a la Academia Militar. Dos temporadas después retornó a su localidad natal para sumar experiencia como periodista.
Decidido a especializarse en leyes, Briceño Iragorry se mudó en 1918 a Mérida a fin de cursar Derecho en la Universidad de los Andes, graduándose de abogado en 1920. Tres años más tarde celebró su boda con Josefina Picón Gabaldón.
Más allá de todos los cargos políticos que tuvo a lo largo de su vida (se desempeño en la Cámara de Diputados como secretario, trabajó en Nueva Orleans como cónsul y fue embajador en Colombia, por ejemplo), hay que destacar que este venezolano desarrolló una interesante carrera literaria y se dedicó además a la docencia.
Quien fuera integrante de la Academia Nacional de la Historia y de la Lengua enriqueció al mundo de las letras con propuestas como “Mensaje sin destino”, “Lecturas venezolanas”, “Tapices de historia patria”, “Casa León y su tiempo”, “El regente Heredia o la piedad heroica” y “El caballo de Ledesma”, por enumerar algunas de sus obras. En reconocimiento a su talento, el escritor recibió galardones como el Premio Municipal de Literatura y el Premio Nacional de Literatura.
A poco de haber regresado a su país después de años de exilio en Costa Rica y en España, Mario Briceño Iragorry encontró la muerte en Caracas el 6 de junio de 1958. En marzo de 1991, como homenaje, sus restos fueron trasladados al Panteón Nacional de Venezuela.
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