Nikolái Gógol

La literatura rusa ha tenido, a lo largo de los años, una gran cantidad de representantes talentosos cuyos legados merecen ser conocidos y valorados a escala mundial. Uno de los que dejó huellas imborrables en ella fue Nikolái Vasílievich Gógol, un hombre de origen ucraniano que nació el 1 de abril de 1809.

En 1828, cuatro temporadas después de haber quedado huérfano de padre, este autor se instaló en San Petersburgo, donde consiguió empleo e inició su camino literario. Tras entablar un vínculo de amistad con Aleksandr Pushkin, el también profesor de Historia Medieval desarrolló obras como “La avenida Nevski”, “El capote”, “Diario de un loco” y “La nariz” antes de dar el salto a la fama gracias a una comedia titulada “El inspector” que salió a la luz en 1836.

En 1842, en tanto, se presentó la primera parte de “Almas muertas”, una novela que, en Poemas del Alma, se puede recordar a través de un artículo publicado por Tes Nehuén.

Gógol, cuya producción engloba asimismo a propuestas conocidas en español como “Tarás Bulba” y “Veladas de Dikanka”, residió en Roma, se afincó en suelo alemán y tuvo oportunidad de recorrer Suiza y Francia. En 1848, además, motivado por su fe cristiana ortodoxa, visitó Jerusalén, un destino que marcó un antes y un después en su realidad. Desde entonces, influenciado por un sacerdote ortodoxo, este escritor optó por alejarse de la creación literaria y destinar su energía a la actividad religiosa. En este marco, resolvió quemar el material que ampliaría a “Almas muertas”: los fragmentos que pudieron rescatarse de las llamas fueron publicados y resultan atractivos tanto por su contenido como por el destino que quiso darle Nikólai Gógol. Cabe destacar que este cuentista, novelista y dramaturgo pasó el último tramo de su vida en una vivienda de Moscú, donde murió el 4 de marzo de 1852 aquejado por múltiples problemas físicos y mentales.