El escritor francés Paul Valéry, quien se especializó en los géneros de la poesía y el ensayo, llegó al mundo en Sète el 30 de octubre de 1871. Su nombre real era Ambroise-Paul-Toussaint-Jules Valéry, aunque por cuestiones de practicidad al firmar sus obras acortó su identidad y así fue entonces que terminó reconocido por el universo intelectual como Paul Valéry.
En 1889, tras completar sus estudios secundarios en Montpellier, este destacado exponente del mundo de las letras comenzó a instruirse en Derecho. Por ese entonces, debutó como poeta al publicar versos que, según aseguran aquellos que analizaron el legado del escritor, evidenciaban una fuerte influencia de la estética simbolista típica de la época.
En 1894, Valéry fijó su residencia en París, ciudad donde se desempeñó como redactor dentro del Ministerio de Guerra y se adhirió al círculo literario de quien fuera su colega y referente, Stéphane Mallarmé. Años más tarde sería aceptado por la Academia Francesa, así como también lograría ser considerado al término de la Primera Guerra Mundial como una especie de «poeta oficial».
«La joven parca», «Cármenes», «Escritos sobre Leonardo Da Vinci», «La idea fija», «Mi Fausto», «Principios de anarquía pura y aplicada», «Eupalinos o el arquitecto», «Miradas al mundo actual», «El alma y la danza» y «El cementerio marino» son algunos de los materiales de su autoría que desafiaron los límites del tiempo y espacio y, hoy en día, aún consiguen reflejar en distintos idiomas quién fue y qué hizo Paul Valéry.
Cabe recordar que el fallecimiento de este talentoso autor francés, cuyo legado está considerado como uno de los más valiosos aportes a la poesía francesa del siglo XX, se produjo en la capital de Francia el 20 de julio de 1945. Sus restos fueron despedidos con funerales nacionales y conducidos al cementerio de Sète para su inhumación.
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Martes 7 de abril del 1942. Así empieza el Diario de Hélène Berr: “ Je reviens… de chez la concierge de Paul Valéry. Je me suis enfin décidée à aller chercher mon livre. » Valéry le había enviado un libro autografiado que ella con mucha pena fue a traerlo. Héléne fue deportada dos años después y murió en Bergen Belsen. Por supuesto, sus restos nunca fueron encontrados así como los de Ana Frank. Nada la pudo salvar, ni Paul Valéry, ni John Keats (su poeta favorito) ni nadie. Francia se había rendido a la infamia y había enviado 75,000 judíos a la muerte. La cultura sirve de muy poca cosa frente al crimen de los crímenes: el genocidio. Sin embargo, los altos oficiales alemanes nazi eran cultos e incluso atendían los conciertos de Beethoven conducidos por Furtwangler (el más grande director de todos los tiempos). Así está el mundo, lleno de contradicciones y paradojos. El Diario (Journal) de Hélène Berr es el mejor jamás escrito por una francesa judia que presenció los hechos de la Solución Final.
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