La noche dibuja en mis ojos su cortina gris. Qué haré con la pena, con el dolor, con el miedo, qué haré con los nombres cortados del ombligo, con el espejo que aparece como barco incendiado, qué haré con la noche que escala mis venas, con la piedra que sigue gastando mi sonrisa, con la sangre que lleva féretros de agua moribunda, con el corazón en jaula devorado por los ...
Me gustan los pueblos que tienen en sus entrañas la inquietud del ajetreo diario. Me gustan los pueblos poblados de silencio y olvido. Pueblos que encienden lámparas de bálsamo. Pueblos que se abren a contraluz. La única luz que los prologa es la campana: Cascabelea en su propio respiro hasta perderse en pequeños abanicos etéreos. Así son San Ignacio, La Palma y montañas de titubeante caligrafía.
En estos pinares de pájaros ...
Desde la entrada a la ciudad, el verde serpentea sobre las pupilas. A veces me imagino nadando en esas viejas calles de mi infancia y bebiendo en la copa del viento el hilo del horizonte en su cuerpo de Arcángel. La vieja película de mi infancia dispara al arbitrio. Los espejos pululan desperezando las vocales casi a ritmo de una transfusión bestial. Los pájaros no tienen la ternura del arco ...
El invierno es inaudito como tantas cosas que suceden alrededor. A veces la desesperanza me corroe; los pensamientos caen como hojarasca sobre el rumor de la tierra. Hay desapego hacia todo. Navego en esas aguas a la deriva, en la sorda linterna de una neblina espesa. Todo cae. Cae la dulzura de la boca; cae el encanto y la magia de las sombras. Cae el hombre sin sosiego a la ...
Ese correo que tantas veces me ha traído alegrías y ninguna mala noticia, que me ha hecho emocionarme y entrar en una esfera de permanente espera, me ha regalado este día una carta de doña Rosa Serrano de López, educadora salvadoreña de grandes quilates y fina escritora. Ella conjuga muy bien el talante intelectual y la mística docente.
Sus hijas no lo son menos: Irradian esa ternura propia de las grandes ...
Hoy, justamente, al caer la tarde y el peso del brillo empieza a ceder para concentrarse en las siluetas del pensamiento, he recordado como el primer silbido, a mi padre. Aunque yo no me eduqué con él, tuvo una conflexión de portentoso roble. Sus manos y sus brazos eran tales que parecía que hubiesen sido extraídos del granito. Era mustio y callado; buena parte de su vida la pasó con ...