Dice Lola Mascarell en «Mientras la luz» que hay una línea difusa pero persistente que divide el afuera y el adentro. He pensado en ella mientras recorría el pequeño patio de la Universidad de Filosofía y Letras de Córdoba donde se expone «Renglones de Luz» de Juan María Rodríguez Caparrós, en esa tenue línea que se dibuja entre las palabras y las imágenes y en cómo la luz favorece que observemos con cierta obsesión ciertos rincones. Una exposición que puede ser una maravillosa forma de acercarse al corazón de la literatura andaluza de este momento.
La mirada del fotógrafo
Hay literatura más allá de Madrid y Barcelona y más allá de las grandes editoriales que postulan nombres irrevocables. Hay una literatura íntima, árida que trepa desde el sur y que busca su lugar, una literatura que Rodríguez ha sabido pintar con su cámara de una forma consciente y segura.
Siempre me ha gustado la fotografía y aunque sean muy comunes las fotos de escritores admiro muchísimo a aquellos que saben captar la esencia de los autores a los que retratan. En la muestra «Renglones de luz» Juan María Rodríguez ha sabido capturar el alma no sólo de los autores que posan sino de sus respectivas plumas. Cada una de las imágenes habla de lo que no se ve, de lo que cada autor esconde en su interior y se guarda para sus libros. Cada fotografía ilustra de forma impecable la escritura de los hombres y mujeres que se encuentran retratados.
Así me he encontrado con un Pablo Aranda (Málaga, 1968) que lee sobre un paredón sobre el que se proyecta la sombra de un niño jugando con su balón; una maravillosa forma de dibujar ese misterioso hueco que deja la infancia en los personajes de las novelas de este malagueño, como ocurre con «El protegido» (Malpaso). O la mirada de Sara Mesa (Madrid, 1976) proyectando una vibrante y colorida ráfaga de luminosidad sobre un entorno oscuro, una forma delicada de mencionar «Cicatriz» (Anagrama) su último libro.
José María Rodríguez posa sus ojos sobre las palabras que no se dicen y consigue hacerlas aparecer en las imágenes, iluminando la parte oscura del cuadro, dotando a la mirada de los escritores el peso de su propia escritura. Un trabajo admirable que espero pueda verse en algún otro lugar pronto.
El panorama de la literatura en Andalucía
Un patio cordobés donde hay poca luz pero la suficiente para hacer aparecer formas difusas y extrañas que se proyectan sin temor sobre el suelo de piedra, las paredes blancas, los ribetes de las columnas de piedra. Un espacio que puede ser el símil perfecto de la escritura andaluza: llena de variaciones, de variopintos colores, de autores versátiles y de tierra, de aromas, de infancia, de ternura. La primera impresión de la muestra fue: me he metido en el corazón de un edificio que es a su vez el corazón de la literatura de esta maravilloso tierra.
Jacobo Cortines (Sevilla, 1946) que además de ser un reconocido poeta es miembro de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y autor de «Pasión y Paisaje» una obra indiscutible del paisaje andaluz, y Lara Moreno (1978), que divide su patria entre Sevilla y Huelva y que es conocida por obras como «Por si se va la luz» (Lumen), son los primeros que me observan.
Hay muchos autores de Cádiz, algunos de ellos de Jerez de la Frontera (¡hay que ver cuántos autores ineludibles ha dado Jerez!) como Pilar Paz Pasamar (1933) autora de libros como «Ave de mí, palabra fugitiva» y Caballero Bonald (1926) cuyo último libro se titula «Entreguerras» (Alfaguara) y es una autobiografía en verso. Un hijo adoptivo de Cádiz que también se encuentra observado por el objetivo de Rodríguez es Javier Vela (1982) quien el año pasado ganó el Emilio Prados con su obra «Hotel Origen» (Pre-textos).
Córdoba es mucho más que el famosísimo Luis de Góngora. Desde Pablo García Baena (1923) hasta Vicente Luis Mora (1970) pasando por otros autores y autoras, como Pablo García Casado (1972). Nombres que rebotan y que se quedan en el aire. También Huelva ha prestado maravillosos nombres a la literatura de los que se ha aferrado Rodríguez entre ellos se encuentra Hipólito Navarro (1961).
Y no podía faltar Málaga en la lista de tierras dadoras de buenas letras y aunque faltan muchos nombres incuestionables de las letras malagueñas del momento, Rodríguez ha sabido dar buena cuenta del hacer literario de personas ineludibles. Así nos encontramos con un Antonio Soler (1956) serio y meditabundo, un personaje maravilloso de nuestra narrativa, Álvaro García (1965) y Chantal Maillard (Bélgica, 1951) adoptiva por siempre de Málaga (¡qué honor!) y Juan José Telléz (1958).
Hay muchos más nombres colgados en estas paredes: Antonio Taravillo (Melilla, 1963), Justo Navarro (Granada 1953), Eduardo Mendicutti (Cadiz, 1948), Rafael Guillen (Granada, 1933) y la lista sigue. Es extensa y potente y se encuentra llena de imágenes exactas.
Pero no nos engañemos; hay mucho más que lo que la luz ve. Y entonces vuelvo a Lola y pienso en la cantidad de autores y autoras que se han quedado fuera de esta exposición; nombres maravillosos que también dedican tiempo a la luz en los renglones. Lo sé, vendrán otros Rodríguez y otras voces a hacer justicia.
Comentarios1
Qué pena no haber podido asistir. Gracias por traernos la luz que no hemos podido admirar en directo, Tes. Un abrazo.
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