Vivimos en un mundo caótico en el que el acoso se ha normalizado como un «gaje del oficio» de la convivencia virtual y los espacios comunes nofísicos. Un mundo en el que cualquiera puede agredirte por pronunciar tu opinión; donde cada vez se conversa menos, se escucha menos. En las redes sociales el acoso es moneda corriente sobre todo si eres mujer, más aún si eres famosa o mediática. Los límites de las leyes acaban donde comienza ese terreno árido que es la nocomunicación de acosadores frente a víctimas. Lara Siscar, es una de las muchas mujeres que en España ha sufrido a causa de este tipo de delitos. Esta experiencia se filtra en su novela «La vigilante del Louvre» donde descubrimos la vida de cuatro mujeres valientes y rebeldes. En la segunda parte de la entrevista hablamos sobre la violencia verbal de las redes y nos cuenta más acerca de esta novela y sus planes de escritura a futuro.
(Si se han perdido la primera parte, pueden leerla aquí)
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P—Pensamos la historia feminista como un acto de rebeldía. ¿Podemos escribir las mujeres negando ese techo que todavía nos subyuga al discurso de los hombres? ¿Crees que como mujeres tenemos un compromiso mayor con la igualdad, y que debemos escribir desde ese activismo?
R—El activismo es una opción que no puede dejar de ser voluntaria. No exigiría jamás a una autora que escriba desde el activismo primero, porque puede que su activismo no coincida con el mío y segundo, porque hay que crear desde la libertad más absoluta. Mantener cierto discurso determinado en una obra no puede ser jamás condición para su juicio. Hay ejemplos muy peligrosos de hasta dónde puede llegar ese criterio de juicio. Por ejemplo, ¿cómo encajan en ese discurso los ‘Diarios amorosos’ de Anaïs Nin? Es complicado. Afortunadamente complicado, añadiría. El compromiso que debemos tener como mujeres, principalmente, es el de escribir bien. Crear buenos textos con contenidos de interés. A ser posible originales. Y evitar estereotiparnos a nosotras mismas. Eso también. La lucha por la igualdad está en mostrar lo mejor de nosotras mismas. Sin discursos previos que marquen márgenes.
P—¿Has intentado con este libro denunciar las desigualdades que todavía persisten en el mundo de la literatura (de sexo y clase)?
R
—No fue una decisión meditada, en absoluto. Sólo expresé el contenido y las formas tal y como yo veo las cosas, el mundo. Hay quien considera que ha quedado reivindicativo. Estoy de acuerdo. Veo que mis mujeres emiten un mensaje sobre cómo podemos ser y que no encaja del todo en la imagen que prevalece, en algunas novelas, de la mujer. Me alegro por ello. Aunque insisto en que mi única intención fue ser sincera en relato.
P—¿Cómo ha sido conseguir una editorial que confíe en tu obra? ¿Crees que si no fueras quien eres te habría resultado más complicado publicar tu primera novela?
R—Me habría sido más complicado, sin duda. Negarlo sería querer amagar lo obvio. Aunque también es una certeza que según qué lectores o medios especializados no habrán ni abierto ‘La vigilante del Louvre’ porque soy conocida en los medios. El prejuicio tiene camino de ida y vuelta. Por eso me es tan satisfactorio no haber obtenido una sola crítica negativa. Todo un reconocimiento indirecto, así lo veo, si eres mujer y sales por la tele. Y también he disfrutado mucho con la sorpresa generada por la novela. Lo de ‘no me lo esperaba’ como primera reacción de algunos de los ‘serios’. No se esperaban que yo escribiese así, ni sobre esas cuestiones. Pero no me ofendo. Yo sí esperaba eso.
P—Dices en una entrevista: “De repente sientes que te haces pequeña”. Los daños más difíciles de enfrentar son aquéllos que no dejan una secuela física (la violencia verbal, el abuso sexual que no llega a la violación, etc.) ¿Definirías el acoso como una de esas formas de violencia que te dejan una huella indeleble justamente porque no hay marcas físicas en el cuerpo que sirvan para decir “aquí, ¿ves?”?
R—Sí, lo definiría de ese modo. Y con mayor motivo cuando se encierra, o empieza, a través de las redes sociales. La principal dificultad no es sólo convencer a los demás de que el daño es cierto sino, vista la inexistencia de una cercanía física, convencerte a ti misma. Aunque hay que tener en cuenta que siempre existe en tu mente el miedo a que, un día, el monstruo venga.
P—¿Resulta más violento y difícil de afrontar el acoso cuando el acosador es hombre?
R—Nunca he sido acosada por una mujer. Una vez escuché a un compañero, David Cantero, afirmar que los mensajes que él recibía eran en su gran mayoría muy respetuosos, incluso dulces. Nada que ver con el 90% de mensajes que recibimos las mujeres. Creo que tiene mucho que ver con ese sentimiento tan interiorizado de derecho de posesión y dominio que encharca la mente de muchos hombres. No es fácil que eso se encuentre en una mujer. Hay mujeres acosadoras, pero no puedo comparar porque ignoro en qué términos se expresan ellas.
P—¿Cómo comienza una persona a sentirse acosada y de qué forma va creciendo ese agobio?
R—Empiezas a sentirte acosada la primera vez que eres consciente de que no está en tu mano detener un contacto, al menos en mi caso. Cualquier tipo de contacto, físico, verbal, telemático, ha de ser voluntario y cuando ves que es inútil tu decisión de dejar de ser interpelada por un ser en particular, que esa persona quiere formar parte de tu vida a cualquier coste, independientemente de tu voluntad, a las buenas mientras no estabas en guardia o a las malas cuando muestras la primera resistencia, entonces sabes que tienes un problema. Y a mayor negación y resistencia por tu parte, mayor violencia en la reacción de aquel ser inestable. Y así… hasta que uno de los dos se acabe. Es muy difícil que alguien que ha desarrollado necesidad de ti, por el motivo que sea, que ha sentido evolucionar sus sentimientos hacia ti con el tiempo, los años, renuncie a eso. Es una lucha que puede ser de por vida. Yo sigo con la mía.
P—Existe un vacío entre las normas de uso de las redes sociales y las leyes. ¿No es acaso la posibilidad de navegar en estos medios con identidades falsas lo que provoca esa libertad-libertina? ¿Crees que la prohibición del anonimato puede ser una buena medida para solucionar (o intentarlo) un tema tan delicado como lo es la invasión violenta de la intimidad?
R—Aliviaría mucho el problema, claro que sí. La cobardía no tiene mejor cómplice que el anonimato. El acosador busca cualquier forma de aparecer ante ti y robarte un poco o un mucho de tu atención, según sus posibilidades. Los acosadores son gente inacabada y la mayoría de inacabados, cobardes. El fin del anonimato ayudaría a que la gran mayoría de ellos corrieran a esconderse bajo la primera piedra ejerciendo de lo que son, bichos de rastreo.
P—¿Cuáles son las consecuencias emocionales que provoca el acoso en la víctima?
R—Ante todo impotencia. Sufres por la injusticia, el desconcierto, pena por los tuyos, el ¿por qué a mí?, miedo, momentos de paranoia, manías persecutorias, pero sobre todo impotencia. Y grandes oleadas de tendencia a la violencia. Pero supongo que esto último va ligado a lo primero, la impotencia.
P—¿Cuál es el mayor miedo que has sentido durante ese tiempo?
Qué mi entorno dé pábulo a sus demencias.
P—¿Qué has perdido a causa de esta situación?
R—Nada en absoluto. Aparte de mí, la víctima, no ha habido nadie que le diese la más mínima cancha. Aunque es inevitable que te afecte el propio hecho de sentirte víctima.
P—Si busco ‘Lara Siscar’ en Google, aparte de tu encomiable trabajo periodístico, encuentro post y videos con comentarios que ensalzan tu belleza física; esto me hace pensar en ese intento constante del mundo por banalizar el trabajo intelectual de las mujeres poniendo por delante sus aptitudes-cualidades físicas. ¿No crees que pese a que cada día hay más mujeres dirigiendo empresas y más periodistas y más soldadas, todavía vivimos a la sombra del estereotipo impuesto por el discurso machista o patriarcal? Me refiero a que sigue vivo el viejo tópico de que las mujeres que triunfan lo hacen por (la casualidad de) haber nacido bellas y no por sus dotes intelectuales. ¿Cómo lo has vivido-visto en tu trabajo como periodista?
R—La exigencia de la belleza física, y más en la tele, sigue totalmente vigente pero ha evolucionado de un modo que yo no me esperaba, la verdad. Y es que cada vez más, también se les exige a ellos. Al final resulta que la imagen, esa lotería genética que no es mérito ni culpa del que la disfruta, te sitúa en un punto determinado de salida. Mejor o peor, según lo que quieras vender de ti mismo, según lo que te interese en cada momento, pero insisto, como afirmé antes, que está rodeado de prejuicios con doble dirección. De entrada y salida. Para bien y para mal. Negar las bondades de ser guapo es estúpido. Ser consciente de las puertas que te cierra, una necesidad.
P—¿Qué es lo más difícil de ser mujer periodista en un medio tan masivo como el que trabajas?
R—Afortunadamente en mi medio, en el que somos mayoría mujeres, no encontramos ya dificultades de género. En la redacción, en los estudios, en el control, en la edición, en la dirección… estamos ya en todas las áreas y vamos a más. No hay más que mirar los rótulos de los telediarios. Si queda algún rastro de machismo se trata de individuos concretos pero, tan escorados, que no son amenaza seria.
P—Dices en una entrevista que tu lema es “Tacita a tacita” y que implica que cuando llegues será para quedarte. ¿Eres de las que piensa mucho antes de dar un paso pero que cuando lo da, es definitivo?
R—Pienso mucho, sí, antes de dar cada paso. Y desde luego lo doy con la intención de quedarme.
P—¿Qué hay que leer para lanzar una primera novela tan contundente y entretenida? Hablemos sobre tus aficiones lectoras.
R—Yo he leído casi de todo. Indiscriminadamente. Soy de las personas que piensa que la lectura de un mal libro es mejor que una no lectura. Lo importante es el hábito. La exigencia como lector, el desarrollo del criterio, viene con la madurez, con el tiempo. No todos nacimos con un buen guía literario al lado. Y en cuanto a los autores que no me fallan, destaco a dos: Alice Munro y Thomas Bernhard. Tan distintos el uno del otro que amplían mi visión de la vida.
P—Isabelle necesitaba su vino dulce, ¿y tú? ¿Alguna manía a la hora de escribir?
R—Ninguna. No me ha dado tiempo a desarrollar ninguna.
P—¿Una atalaya donde escribir? (real o imaginaria)
R—Cualquier lugar elevado frente al mar. Yo soy muy de mar. De las que se baña en ya en mayo.
P—¿Una escritora con la que te cambiarías sin dudarlo? (o un él)
R—No, no, no. El camino propio empieza por la autoafirmación. Por ninguna (o ninguno).
P—¿Un libro que habitar? (o una historia)
R—‘La Calera’, de Thomas Bernhard. Pero es más bien para morir en ella. El puro delirio de un loco.
P—Retomando la primera pregunta, y después de lo que has aprendido e indagado en la escritura de esta novela, ¿Qué dirías: la vida es azar o destino?
R—Azar. No creo en el destino. Creo en las oportunidades que te ofrece el azar y en las capacidades y el esfuerzo para reconocerlas, aprovecharlas e, incluso, crearlas.
P—Tacita a tacita. Has llegado con la Vigilante del Louvre, ¿piensas quedarte? (¡Ojalá!) ¿Ya tienes nuevas criaturas acechando tu mente con ganas de dibujarse en papel?
R—Están presentes, sí, y cada vez más concretas. Yo querría quedarme. Y voy a hacer lo que esté en mi mano para conseguirlo.
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