Hace unos días publiqué la reseña de Por mis muertos, el último libro de relatos de Flavia Company. Una obra que les recomiendo enormemente. Como suelo hacer con los libros que realmente me gustan y cuyos autores resultan accesibles, hoy les traigo la primera parte de una entrevista a la autora, donde Flavia nos cuenta cosas interesantísimas en torno a la escritura y la vida, y viceversa, si es que puede establecerse el límite entre una y otra.
— Muchas gracias por este ratito de charla virtual. ¿Comenzamos?
— Podríamos decir “seguimos»; la literatura es una larga conversación que pasa de voz en voz. 🙂
Realidad y ficción
— Intuyo que más de una vez te habrán hecho la pregunta “pero estos relatos ¿son autobiográficos, te pasaron esas cosas realmente?” Cada vez que oigo cosas como esas pienso en algo que dice Amos Oz en Historias de amor y oscuridad. Dice que toda la literatura es autobiográfica, porque cuando leemos todo está ocurriendo en ese momento. Si bien postulás en tu libro que la realidad es la ficción que cada uno se narra, la forma en la que contás estas historias nos impide pensar en la posibilidad de que sean inventadas, de que no ocurran realmente. ¿cuál es para vos la distancia entre realidad y ficción y cómo la trabajás en tu escritura?
— Menudo piropo. Gracias. Lo digo porque ¿no es voluntad u objetivo principal de la literatura que los lectores crean que aquello que se les narra es verdad, solo verdad y nada más que verdad?
Era importante encontrar un lugar desde el que contar estas historias. Un lugar que fuera una voz. Los relatos de Por mis muertos recuperan algunos elementos esenciales de la tradición oral, de manera que es como si las historias se contaran a sí mismas. Al «desaparecer» el narrador, lo contado se cuenta a sí mismo y la ilusión de la verosimilitud da paso a la ilusión de verdad. Tal como ocurría en la épica clásica, solo que los héroes actuales son domésticos, pequeños, insignificantes: no cambian el curso de la historia, no varían el destino de sus semejantes.
Por mis muertos postula que la frontera entre realidad y ficción no existe. Todo lo narrado es ficción, siempre. Solo el instante es real. El instante mientras ocurre. Y nosotros somos solo lo que somos en ese instante.
— ¿Desde cuándo escribís? ¿Algún referente familiar que te haya acercado a las letras?
—A los cinco años empecé a tocar el piano y a los siete a escribir. Mi tío era tenor y mi abuela, autodidacta, una gran lectora. Las casas de mis familias estaban llenas de libros. Era habitual que en la mesa se hablara no sólo de política sino también de música, de literatura. Hablaban con pasión de lo leído. Se recomendaban y se prestaban libros.
Por otra parte, mis abuelos maternos eran grandes contadores de historias. Es curioso, creo, el hecho de que mi abuelo contaba historias supuestamente autobiográficas y mi abuela historias fantásticas surgidas completamente de su imaginación. Cada día el uno o la otra me contaban uno o más relatos. A veces mi abuelo durante el día y mi abuela por la noche.
El referente más importante, por lo tanto, parece la tradición oral y doméstica.
— ¿Qué autores te han iniciado en este arte? ¿Qué escritores leés en la actualidad? ¿Algún género que te guste más?
— Autores… Creo que se trata más bien de autoras. Me interesan los discursos que no pertenecen a la corriente principal. Me estimulan los discursos que cuestionan, que revisan, que buscan. Angela Carter, Jean Rhys, Clarice Lispector, María Lusia Bombal, Silvina Ocampo, Jeanette Winterson, Menchu Gutiérrez, Marguerite Yourcenar, Iris Murdoch, Natalia Ginzburg. También Alasdair Gray, Sterne, Cervantes, Piñeira. Me interesa mucho la filosofía, la ciencia, la poesía. La meditación. La música, el álgebra, la navegación.
Por eso no te va a extrañar que te diga que no me interesa la pureza de géneros. La literatura va más allá, siempre, si se trata de literatura. Más allá de los supuestos límites que el género en que se inscribe le imponen.
— ¿Creés que los relatos son la mejor forma de narrar? ¿Te sentís más cómoda en este género que en la novela?
— La mejor forma de narrar es empezar por algo de verdad innegociable: tener algo que decir. A partir de ahí, como decía Edith Wharton (que antes olvidé incluir en mi lista), ser un verdadero escritor/a consiste en saber distinguir si lo que una tiene entre manos es novela, cuento…
La extranjería en la escritura
— ¿Te sentís extranjera de qué patria? ¿Cómo te influyó la inmigración en la escritura?
— No patria, no religión, no familia. Los tres grandes pozos de violencia que habitan el mundo. Lo mío, lo nuestro, lo propio: el desastre.
La inmigración crea siempre un espacio inevitable y fértil de reflexión. Invita y obliga a las decisiones referentes a la identidad. Sumarse, resistirse, distinguirse, enfrentarse, defenderse, atacar. Ser de los otros o ser los otros. Justo es el tema que traté en mi poema narrativo volver antes que ir.
Si somos lo que los otros ven, cuando los otros son tan otros, ¿podemos confiar en su mirada para usarla como referente?
— ¿Alguna manía o hábito a la hora de escribir?
— Solo una: escribo en cuadernos de papel blanco, sin cuadros ni rayas, con pluma. Tinta negra o azul. Los cuadernos, eso sí, me los tiene que haber regalado alguien que me quiera.
— Noto una diferencia muy marcada en los autores que han nacido en un país y emigrado de pequeños a otro; hay una conciencia del quiebre con la realidad mucho más marcado, como si la escritura surgiera de un espacio de desamparo. ¿estás de acuerdo? ¿cómo se dio en tu caso la fundición de la extrañeza en la escritura?
— Cuando a una la trasladan de chica no le dan la opción de elegir. Esa es una circunstancia que puede parecer poco importante cuando se trata de la infancia, pero en realidad es determinante. Uno es trasladado, transportado como una pertenencia más. Mis muebles, mis valijas, mis hijos. Lo mío. Lo que tengo. Lo que me tiene.
Es inevitable y puede entenderse, pero convierte al sujeto en un objeto. Un objeto que tendrá que hacer un viaje todavía más difícil que el viaje al que lo obliga la emigración: el de regresar o reconquistar su ser sujeto. O sea, su ser.
El lenguaje, la escritura es un camino sin duda claro para restituir lo robado, lo perdido, lo abandonado. Es un puente. Quizás lo crucé porque era escritora. Quizás me convertí en escritora para cruzarlo.
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