Dice Felipe Navarro en uno de los relatos de «Hombres felices»(Editorial Páginas de Espuma) que fuera de Kafka todo es gris. Me ha interesado muchísimo esta idea, por eso parto de ella para ramificar esta segunda parte de la entrevista, que abraza sus referencias y sus anhelos en el mundo de la literatura. (Aquí pueden leer la primera parte).
P—Dices: «Las nimiedades nos explican más que las teorías filosóficas» y esto me hace pensar en tu preocupación por escoger un lenguaje conciso. ¿Cómo llegaste como escritor a apropiarte de un lenguaje tan concreto y qué autores te interesan?
R—A mí me cansa mucho la prosa gratuita; me aburre muchísimo. En general me aburre todo lo gratuito: no lo necesito. Por ejemplo: a mí me gusta mucho la tarta de queso y cuando voy a un restaurante y pido tarta de queso siempre tengo que decir «por favor, te he pedido tarta de queso. No me pongas nata montada ni me hagas un dibujo con salsa de frambuesa, quiero sólo tarta de queso«. Lo gratuito me molesta porque hace que tenga que perder tiempo en quitarlo o quizás me arruina completamente la tarta de queso. Entonces como lector por cansancio huyo de ese tipo de textos. Yo no puedo contar como Proust; yo ya he visto la nieve y ya he visto Venecia, si alguien me habla de Venecia no necesito que me cuente ningún detalle sobre un determinado canal porque me meto en Google y lo veo. Porque el mundo ha cambiado y porque nuestra mirada y nuestro conocimiento del mundo ha cambiado. Y eso hace que uno tenga que huir de lo gratuito; porque lo gratuito distrae y no deja de ser una agresión. Y también lo gratuito encubre una ideología; encubre una estética que al final se transforma en ideología, se transforma en política y se transforma en cierto totalitarismo. Estoy siendo muy extremo en el planteamiento pero yo lo percibo de esa manera.
»Me interesan los escritores que son precisos, y por eso, el cuento en general me fascina mucho porque exige esa contención. Porque si uno se salta los marcos, el cuento se convierte en fallido, y por eso a mí me parece un género no desde luego para mediocres. Creo que hay autores que no han sabido escribir cuentos y son narradores de larga distancia. Pero si tú piensas en un Cortázar ahí hay precisión, si piensas en Borges hay precisión. Si piensas en Cheever hay precisión y si piensas en Aldecoa o en Samuel Beckett hay precisión. No encuentras cosas gratuitas. Y si me voy al mundo de la filosofía pues me encuentro en la misma situación. Hay autores que incluso están citados en el libro que ofrecen esa precisión.
P—Dices también: «Fuera de Kafka todo es gris y negro y es sombra» ¿poco queda que decir después de Kafka?
R—En realidad, sí. Poco queda que decir en general. Yo creo que ya está todo contado. Cuando se termina «La Iliada» y «La Odisea» todas las historias van camino de estar contadas. Cuando Shakespeare termina de escribir va camino de estar todo contado. Cuando Cervantes termina de escribir va camino de estar todo contado. Pero aún así la necesidad de contar continúa. Y como la necesidad de contar continúa tenemos que contar como si no hubiese sucedido nada de eso, como si nunca se hubiese contado. Yo ya no puedo contar como Homero porque ahí la literatura funcionaba de una manera distinta: alguien llegaba a un lugar y contaba una historia para un grupo… y el mundo ya no va así, y yo debo adaptarme a eso.
»Con respecto a la frase, si no recuerdo mal es de «Óxido», que es un cuento que probablemente sea el que menos se pueda entender del libro. Me parece que ha habido una interpretación ahí como que el personaje se hubiese querido suicidar y tal… y para nada… Pero ese cuento tiene un origen cervantino; yo me planteé con ese cuento lo siguiente: ¿qué ocurriría si Alonso Quijano después de haber sido el Quijote volviese a ser Alonso Quijano recordando lo que hacía? ¿qué ocurriría si uno tiene permanentemente esa idea en la cabeza, si uno recuerda sus varios pasados y ahora está instalado en un presente que también va a ser futuro, y de qué manera trabaja eso? Y Kafka yo creo que su idea de la literatura también se mueve en esos terrenos y muchos de los temas que él pone encima de la mesa, y que gracias a Max Brod hemos podido leer, funcionan en ese espacio. Entonces yo me planteaba qué ocurre si uno recuerda lo malo o lo mediocre o lo normal que ha sido y recuerda que en un momento dado todo ha sido deslumbrante y fantástico, pero eso quizá alguien lo ha interpretado como una locura y entonces uno vuelve a la normalidad; pero la normalidad aplasta tanto y uno permanentemente está instalado en ese anhelo o de vez en cuando tiene ese anhelo… y solamente le salva la mirada de Kafka; solamente le salva el que alguien es capaz de construir una ficción sobre eso.
»Entonces fuera de Kafka todo es gris. Sí, en realidad fuera de la ficción todo es gris. Fuera de las historias todo es gris. No sé si le leía a Patricio Pron o a quién eso de que la literatura es vida mejorada. Y así es. Además yo pienso que Kafka es un tío mucho más feliz de lo que se cree. El adjetivo kafkiano se ha vendido en el Corte Inglés de la literatura y de las ideas como una cosa terrorífica pero a mí Kafka me parece un tío muy divertido, lo mismo que Cervantes me parece un tío muy divertido, y me parece que sería de justicia que empeñáramos parte de nuestra vida en rescatarlos de esas imágenes preconcebidas que tenemos. Yo pienso que era un tío súper dandi, que le encantaba el cine, que iba muchísimo al cine, que le encantaban las películas del oeste y tal. Era un tío que tenía una vitalidad importante. Uno lee las cartas a Milena y encuentra esa vitalidad, de un hombre que está enfermo pero quiere iluminaciones y creo que eso es muy importante.
P— ¿Compartes con Kafka esa necesidad de transformar lo que te rodea al escribir? Esa ilusión de que las cosas dejen de ser como son y se transformen en otra cosa.
R—Claro. En otra cosa mejor. Y es que obviamente uno pretende transformarse en algo mejor. Sí, de esa convicción arranca la mayor parte de las historias. Si tú tienes ese anhelo y tienes esa mínima esperanza, como ya estás instalado en un posible futuro (en un «what if«: qué hubiese sucedido si), intentas construir desde un pasado pero para proyectarlo en un futuro alternativo. Y entonces, para los personajes el presente carece de sentido, está diluido porque no deja de ser un inevitable punto de arranque. Se instalan ahí: ¿qué ocurre si yo reconstruyo mi pasado y lo proyecto en un futuro distinto; cómo va a funcionar? Esa esperanza, esa poquita gota de luz la gente lo interpreta como una posibilidad de salvación. Que alguien de pronto tenga la ilusión de subir la ladera otra vez, eso me parece una obligación épica. Y si uno no la tiene debe intentar generarla si puede; y por parte de los demás, de la sociedad, es una obligación generar esa posibilidades para que la gente tenga un algo al qué aferrarse, una tabla, algo para no hundirse.
P—¿Entonces tiene el escritor una obligación moral hacia la sociedad?
R—La tiene en cuanto a que es ciudadano, no más. La obligación del escritor es hacer bien su trabajo; igual que el panadero. Yo no creo que un escritor sea una raza aparte ni que sea mejor que nadie. Yo he escrito dos libros y tengo dos hipotecas, en ninguno de los casos el banco me ha bajado los tipos de interés. Y si voy a un restaurante no me dan la mejor mesa. Pero yo creo que la obligación del escritor es generar eso en cuanto ciudadano.
»No creo que uno tenga que hacer literatura política; aunque creo que la estética es ideológica y la ideología es política… pero es una obligación como ciudadano. Yo tengo las mismas obligaciones que cualquier otro: hacer bien mi trabajo, de la manera más honesta posible conmigo y con los demás e intentar que cuando yo acabe la cosa haya mejorado mínimamente o al menos que no haya empeorado. Y ya con que no haya empeorado pues ya me parece suficiente.
P—Y hablando de hacer tu trabajo. En varios de los cuentos introduces en tu escritura tu otra vocación: las leyes. ¿Cómo ves ese terreno de fusión entre literatura y derecho?
R—Pues yo tengo la suerte de ser abogado (ahora lo veo como una suerte, antes lo veía como una desgracia porque mi abuela me decía que me buscase un trabajo honrado mejor). Yo también doy clases de filosofía del derecho y ahí trabajamos con el catedrático y amigo que es José Calvo, el lleva treinta años trabajando sobre temas de derecho y literatura, que además es una corriente dentro de la filosofía del derecho, de los estudios literarios del derecho, que en los últimos años ha alcanzado un enorme predicamento.
»Estuve en Brasil en un congreso y respecto a un tema que había llevado yo que de alguna manera mezclaba derecho y óptica (derecho y teoría del color, sobre un texto de Imre Kertész) un profesor que había ahí me dijo que hay un profesor en Lisboa muy importante que había escrito sobre eso.
P—¡Teoría del color! Cuéntame más…
R—Bueno, pues, el libro que había elegido era «Kaddish por el hijo no nacido» y yo hablé del blanco como el no derecho, un concepto que se ha manejado sobre todo a partir de Auswich; y bueno ese libro de Kertész arranca de Auswich, como casi toda su obra. Entonces la teoría del color, el que haya degradación de colores en los derechos humanos de la misma manera que tenemos colores fríos y colores calientes, pues que eso sea exportable al mundo de los derechos fundamentales y que el blanco sea una ausencia de derecho, una imposibilidad de derecho, porque el negro al final es un oscurecimiento, yo puedo iluminar el negro y sacar los colores, pero el blanco sería una imposibilidad de iluminarlo, yo no puedo iluminar el blanco, no puedo convertirlo en otra cosa.
»Pues esa reflexión que yo metía en ese trabajo sobre Kertész, ya había alguien que estaba trabajando en ella. Es decir, hay gente que en el mundo del derecho intenta que la vida entre en los estudios y que se puedan contemplar determinados fenómenos de una manera distinta. Y en el mundo del derecho y la literatura, sobre todo desde el derecho hacia la literatura, hay mucho nivel de análisis. Y yo trabajo en esos niveles. Vivimos en una sociedad que está permanentemente regulada por el derecho, por eso yo puedo generar una reflexión desde ambos lados, porque en ambos lados me muevo con cierta, decir con cierta soltura puede sonar pretencioso, pero me muevo con cierto conocimiento. Y eso permite muchas posibilidades narrativas que además yo quería explorar. Porque al final las normas también cuentan una historia. Cuando el que mata a alguien, como culpable de asesinato será condenado a tal…, ahí hay una historia previa, hay un relato: el que mata a alguien. Y sobre eso trabajo en mis clases.
P—¿Y qué te ha dado el derecho y qué la literatura?
R—A mí la literatura me ha salvado la vida. Yo no soy capaz de entender mi vida si no fuese por la literatura. Durante las épocas malas, de la única manera que podía salvarme era leyendo. Durante toda mi vida: la infancia, la adolescencia… todos estos problemas terribles de cuando uno tiene 16 años y todo el mundo está en contra y eso es terrible… (¡Por favor, que nadie tenga que pasar más por ahí, por los 16 años, que puedan saltar de los 6 hasta los 30!) Pero yo entraba en los libros y los libros me salvaban siempre, siempre. Jamás me han dejado colgado. Y no puedo decir lo mismo de mucha gente. A mí la literatura me ha ayudado a entenderme y entender el mundo.
»Y el derecho primero se convirtió en un medio de vida pero yo creo que en la medida de lo posible uno tiene que intentar querer lo que hace, y yo he aprendido a amar el derecho. Lo amo profundamente, me lo paso estupendamente, que es otra de mis intenciones: intentar divertirme lo más posible. Y además, el pensar sobre el derecho me permite pensar literariamente sobre el derecho, con lo cual he conseguido que algo que me alimenta, que alimenta a los míos que es mi principal preocupación, pues me permite continuar con el trabajo y el análisis que me ofrece la literatura. Entonces me parece una situación ideal.
P—Me pareció curioso que en la página de agradecimientos le das las gracias a Juan Casamayor por unas fotocopias de resucitación pediátrica…. ¿Hay ahí otra historia?
R—Sí, hay otra historia. Además me gusta que me lo preguntes porque me gusta contar esa historia. Yo a Juan lo conocí cuando «Pequeña resistencia», la primera antología que hizo Andrés Neuman. Estamos hablando de la prehistoria de la humanidad, no había prácticamente Internet ni nada de eso. Cuando Andrés hace la antología y tiene la amabilidad y la generosidad de incluirme, mi vida cambia pero porque me permite colocarme ante un momento de iluminación. Vamos a Madrid a presentar esta antología. Cuando yo fui viendo a toda la gente que estaba ahí me dije: «Pero si es que muchos de estos son mis referentes en el cuento. Es gente que yo leo y que leo aprendiendo» y aquello me pareció a mí la ostia [sic]. Y aquello fue… La gente no se conocía, no había Facebook, la gente se mandaba cartas, yo me mandaba cartas con la gente, con sus sellos, su buzón y su cartero de toda la vida.
»Yo estaba totalmente alucinado: estaba sentado allí con gente que admiraba y estaba con ellos charlando de fútbol o de pañales, porque estábamos además muchos con niños. Y con Juan, que lo conocí en persona ese día, nuestras conversaciones eran muchas de «oye, ¿tú coges al niño y le miras a ver si está respirando?«, y ese tipo de cosas que hacen los padres primerizos: lleva mucho tiempo dormido, no se mueve, voy a ver si respira. Y estábamos los dos como muy agobiados con ese asunto. Y en uno de esos intercambios epistolares él me manda unas fotocopias sobre resucitación cardiopulmunar pediátrica: lo peor que le puedes dar a un hipocondríaco, ¡imagínate! Y yo me las leí, aprendí las maniobras esas… y todavía deben estar esas fotocopias en algún cajón. Pero para mí fueron un signo de cercanía y de cariño y de preocupación por el otro, que además es lo que siempre he detectado en Juan en general con todo el mundo. Yo lo veo con sus autores y el tío se preocupa de ellos como si fueran sus hijos, su familia, y a mí eso me parece de puta madre.
»Por eso cuando yo me encontré que sin darme cuenta se me había presentado un libro, al primero y al único que avisé fue a Juan. Y yo me sigo sintiendo muy arropado por Juan, él me llama y me dice tienes que ir a este sitio, y yo donde él me diga voy a ir. Porque el tío se juega, para él esa es su vida, también esto para mí lo es pero eso a mí me parece de máximo respeto. Si un tío se juega parte de su vida por ti, tendrás tú que hacer por devolverlo. Mi relación con Juan es de emoción permanente. Estoy todo el día viviendo en una euforia permanente. Creo que no debo volver a escribir porque es imposible mejorar estas sensaciones.
P—¿Te ha devuelto este libro las ganas de escribir y publicar?
R—Las ganas de escribir, sí. Lo de la publicación es una cosa que, sinceramente, me parece más secundaria. Quiero decir que cuando uno entiende que lo que tiene es digno, pues sí, ahí sí… Pero tengo ilusión sí, porque tengo proyectos que no necesariamente pasan por la ficción y me gustaría poder seguir trabajando con esas cosas. Y lo de la publicación pues, si al final las cosas salen, bien. Yo no voy a maquillarlo, si los resultados son malos no voy a intentar colarlos como otra cosa. Pero tengo la ilusión de entender que de alguna manera ahora me he completado algo más y de no dejarme, de no abandonarme. Pero lo de la publicación es algo que tiene que ver con el futuro, y sobre ese futuro sí que no tengo interés en generarme ansiedad. Me gustaría correr una maratón en menos de 3 horas treinta, pero no sé si me gustaría volver a publicar un libro.
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