P—“Las islas vertebradas” se construye desde la tensión que se establece entre el deseo de sobrevivir al pasado y las ganas de tirar la toalla. Entre ambos extremos parece habitar la soledad y también la fe. ¿Es la creencia en esas islas posibles lo que alimenta la esperanza vital de Martín?
R—Martín se siente, de algún modo, identificado con esas islas. Con el abandono, la hostilidad, los secretos, la fragilidad y las historias que las conforman. Es posible que se crea una de esas islas remotas y brutales donde nadie quiere instalarse, donde nadie desea arribar en caso de naufragio. Y es probable que esa idea no solo lo hiera. También lo convierte en un animal dispuesto a proteger su herida con las reacciones más imprevisibles. En cualquier caso, pienso que a Martín le falta valor incluso para tirar la toalla. Lo veo capaz de levantar un bosque que justifique su mezquindad, sus equivocaciones y su cobardía. Y eso lo hace despreciable, pero también humano.
P—Construyes la obra partiendo del marco de “Atlas de islas remotas” de Judith Schalansky, ¿por qué lo escogiste para incorporarlo a tu obra como si fuese una brújula para el lector?
R—Ese libro, hermoso y enigmático, apareció en mi horizonte como una isla. Y para que no suene tan grandilocuente, lo quiero explicar. Es habitual que en el proceso de escritura, en algunas etapas, se tenga la sensación de que se naufraga; de que en algún momento nos hemos desorientado y se navega en círculo. A mí me ocurrió. Mientras escribía esta historia tuve la sensación de meterme en un callejón sin salida. Entonces, comencé a leer el libro de Schalansky y me planteé una pregunta. ¿Qué pasaría si hiciera llegar este libro hasta las manos del protagonista de mi historia? Y eso hice. Una hora después de hacerlo tuve la certeza de que ya no escribía en círculos, de que sabría llegar hasta la última página.
P—Hay preguntas que no deben hacerse pero… ¿existe el Parque Holandés?
R—El que aparece en Las islas vertebradas, no. Pero sí existe, en cambio, un lugar con idéntico nombre. Es un pequeño pueblo/urbanización ubicado en una isla. Los lectores encontrarían muchísimas semejanzas ente el ficticio y el real. Los residentes, por razones obvias, se resistirían a encontrarlas.
P—¿Por qué te interesa tanto la irrupción de la realidad en la ficción? (hago alusión a las palabras iniciales del libro: “He ahí una de las propiedades de la literatura que más me embelesa”)
R—Me interesa la literatura que intenta sepultarlo todo. Y en ese todo también entra la realidad, claro. La escritura ha de devorar con fiereza al escritor y, seguidamente, todo lo que hay tras éste. No me refiero a que la literatura se tenga que convertir en un testimonio biográfico, lo que quiero decir es que no tiene la obligación —antes lo contrario—de respetar nuestras fronteras, clasificaciones, ordenamientos y costuras académicas. Me fascinan los libros que pasan sobre mí como una apisonadora. Llegar a la última página, palparme las costillas y preguntarme «qué cojones ha sido eso». Y seguro que «eso» va a tener poesía, novela, realidad, ficción, violencia, pensamiento, humor… Todo convertido en una enorme bola de chatarra.
P—Parece que Martín no sólo tiene una personalidad distinta en Ernesto sino que va descubriendo a cada paso rasgos de él mismo que le desconciertan, ¿la identidad es siempre ficticia? ¿somos muchos más de los que creemos habitando un mismo cuerpo?
R—No sólo somos múltiples en nuestra aparente unidad, sino que ademas cambiamos, evolucionamos, nos reformulamos y nos reconstruimos. Con mayor o menor acierto. Pero sin más remedio. A eso hay que añadir las máscaras que decidimos calzarnos por razones que pueden ser muy diversas (fragilidad, narcisismo, inseguridad, protección…). Las redes sociales, en ese sentido, han propiciado que casi todo el mundo construya su propio personaje.
Comentarios1
Quq primera frase tan acertada. Y que bonita es la que cierra el artículo. Interesantísima entrevista, Tes. Un abrazo.
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