Esta es la tercera y última parte de la entrevista que le hice a Manuel Vilas.
* Aquí pueden leer la primera parte.
* Aquí pueden leer la segunda parte.
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«El hundimiento» de Manuel Vilas es un libro lleno de aciertos pero también de dolores y frustraciones. Es una obra valiente, atípica y doliente; uno de esos libros que te cambian.
Aunque su poesía es más dolorosa que risueña, Vilas sonríe y se ríe. Y se expresa con una claridad que vuelve sumamente fluida la conversación. Dice que un lector inteligente puede decir más de un libro que el propio autor; yo insisto en que la humanidad que se percibe en una entrevista nos anima a los lectores a seguir leyendo, porque saber que hay hombres y mujeres detrás de los libros nos hace sentirnos menos solos. En esta última parte me cuenta algunos detalles de «El hundimiento», con esa voz que flota y que se resiste al dolor a través de la poesía.
P—¿Cuál es el germen de “El hundimiento”? ¿Sientes, como dice la contraportada, que es tu libro más personal?
R—Sí, el germen son varias crisis de carácter personal que más o menos en el libro se vislumbran. Y sí, es un libro muy autobiográfico.
P—Una de las cosas que más me interesó es que das vida en tus poemas a viajantes de comercio, maestros, prostitutas, camareros…
R—Mi padre fue viajante de comercio. Mi madre y mi padre son muy importantes en toda mi poesía. Además ahí está la muerte de mi madre en un poema y la presencia de mi padre también… Por otra parte, me interesan los trabajos de la clase media baja española.
P—¿Parece que nunca son suficientes las páginas que se hayan escrito en la literatura para hablar de esa gente?
R—No, yo creo que no son suficientes. En mis poemas sale la gente que tiene trabajos de la clase media baja española. El que quiera otra cosa, tendrá que ir a la poesía de los esteticistas. Yo no soy ningún marqués.
P—¿Por qué crees que a pesar de todo lo que se ha escrito sobre el dolor y el sufrimiento de la clase trabajadora la situación en ese sentido sólo ha empeorado con el correr de los años?
R—Esa es la dialéctica del capitalismo. Vivimos en una enorme paradoja que es que el capitalismo es voraz y feroz pero fuera del capitalismo no hay nada. Y esa es la gran paradoja a la que nos enfrentamos. El capitalismo nos devora pero formamos parte del capitalismo y fuera de él sólo hay frío e intemperie.
P—Al leer «El hundimiento» fueron despertándose en mí los grandes conflictos de la literatura; por ejemplo, la conmiseración de Dostoyevski, la orfandad de Kafka, la incomprensión de Rimbaud. ¿Es “El hundimiento” un viaje a través de las lecturas que te han ido nutriendo, como un homenaje a esos autores (además de a los músicos, porque hay mucho de música también en el libro)?
R—Evidentemente yo he leído a esos autores, pero no están en el libro. En mi poesía estoy yo solo. Yo creo que llega un momento en la vida de un escritor en que él está solo; es decir, puede recordar a algunos otros escritores pero está solo y se lo está inventado todo él. Evidentemente existe la tradición y yo he leído a Kafka pero en «El hundimiento» aunque puede haber un eco de Kafka no hay una influencia de Kafka. Y así con todos. Y sí, puede haber un eco de Dostoyevski también pero no hay una influencia directa. Pero no por nada; es decir, por una explicación vital. Porque ese libro obedece a mi vida y Kafka, Dostoyevski o Rimbaud vivieron conforme a sus vidas… Lo que pasa a veces es que a uno le puede fascinar tanto un escritor que acaba escribiendo como ese escritor pero uno tiene que escribir conforme a lo que está ocurriendo en su vida.
P—Dices en uno de los poemas. “Yo amé y amo este país, pero es maligno. Hay algo en él que acaba destruyendo a la inteligencia”. ¿Hay más dolor que odio en tu relación con España?
R—Sí, sí, hay más dolor que odio. Yo no odio a España, para nada. Yo amo a España. Lo que pasa en ese poema (una cosa es el poema y otra cosa soy yo como ciudadano) es que está intentando contar lo terrible que ha sido la historia de España y narrar esas caídas en el abismo que tiene la historia de España. El «36, la guerra de España, fue una caída brutal en el abismo y eso es lo que intenta contar.
P—Y ¿qué es lo que destruye la inteligencia de España?
R—Me refiero al egoismo. Es decir, España es un país en donde la gente no piensa en qué puede hacer uno por sus conciudadanos sino en qué pueden hacer los conciudadanos por uno. Yo creo que la búsqueda del bien común en España siempre nos queda pendiente; el bien común quiere decir la felicidad de la gente: buscar la felicidad de la gente y no los propios intereses. Esto lo hemos visto en la política. En la política de los últimos treinta años han primado muchísimo los intereses de los partidos políticos por encima de los intereses del bien común. Es muy difícil que en España se produzcan pactos de estado para favorecer los intereses de los ciudadanos. Siempre los problemas graves de este país los han utilizado electoralmente. Ha habido poco pensamiento en beneficio del ciudadano; todo ha sido hacer política para ganar unas elecciones.
P—Sí, es una realidad lamentable de muchos lugares…
R—Sí, lo sé. Es algo que ocurre en todas partes pero yo lo señalo en España porque es donde he vivido. Además, aunque es verdad que ocurre en muchos lugares, creo que en España ocurre de una manera muy acusada. Por ejemplo, que no hubieran hablado del tema catalán antes los dos grandes partidos políticos me parece increíble. Había un programa político ahí y fueron incapaces de tratarlo antes. Y eso genera una inestabilidad política que finalmente quien la paga es la clase media. Y aquí todo el mal hacer de los partidos políticos y de los gobiernos quien lo paga es la clase media y la clase media baja.
P—¿Nos condiciona tanto el lugar en que nacemos cuando escribimos?
R—Nos condiciona bastante. Depende del escritor que seas. Si eres un escritor que arraiga en su tiempo y quiere saber por qué vive y por qué le pasa lo que le pasa tendrás que hablar inevitablemente de tu país. ¿Y qué es un país? Un país es lo que te pasa. Y si tú eres un escritor que no ves la realidad social, económica y laboral en donde vives y eres un escritor fantástico pues a lo mejor consigues evadirte, ¿no?
»Pero yo me pregunto qué hago en este mundo y por qué me pasa lo que me pasa y entonces, tiro de ese hilo y me sale el fantasma de España. Y no es que yo quiera hablar de España, me pasaría lo mismo si viviera en Alemania, pero si quiero saber que hago yo en este mundo, por qué vivo donde vivo, por qué tengo el piso que tengo, por qué publico los libros que publico, por qué todo, por qué este país es así, pues, sale el país. Y cuando yo hablo de España no hablo de la nación española, hablo de la gente que vive aquí, de lo que hace, de cómo trabaja, de cómo vive: cómo se emborracha, cómo hace el amor…
P—¿Ves la escritura como un trabajo casi neurótico? En este libro hablas sobre la dependencia a sustancias y me pregunto si valdría como una alegoría a lo que es la dedicación a la escritura.
R—Sí, yo soy un neurótico de la escritura. Tengo que escribir prácticamente todos los días. Si no escribo todos los días me pongo enfermo. En «El hundimiento» hay un tema fundamental que es el alcoholismo. Es el libro de un alcohólico. Ahora ya llevo un año sin beber. Pero es el libro de un alcohólico.
»El alcoholismo no es cualquier cosa; hay una banalización de lo que es. Es un problema social, indudablemente, pero yo no lo trato de ese modo. El alcoholismo en literatura es un punto de vista. El alcoholismo es un punto de vista; es una euforia ilimitada, es también dolor, es también exageración… es una distorsión en la mirada. Es también un punto de intensificación de la vida, conducido por las drogas, evidentemente. La relación entre literatura y alcoholismo es un tópico pero es que si coges el siglo XX desde William Thomas, William Faulkner, es que te salen alcohólicos por todas partes. Y no es casual que haya una relación entre literatura y alcohol, porque yo creo que el alcoholismo es un estímulo de la literatura en alguna medida.
P—¿Estímulo?
R—Sí, lo ha sido históricamente. Hay una relación especial entre literatura y alcohol porque el alcohol activa los grandes resortes de la literatura que son la distorsión en la mirada y la exaltación y la euforia.
P—¿Y crees que sin eso te habría sido imposible escribir un libro como «El hundimiento»?
R—No lo sé.
P—¿Y ahora en qué estás trabajando?
R—Ahora estoy con un libro de prosa. Es un ensayo autobiográfico en el que se narran cosas de mi pasado. Hablo de la vida de mis padres también; yo pienso que es sobre la vida de mis padres.
P—Tus padres te han influido mucho…
R—Sí, muchísimo. Porque me doy cuenta de que si quiero explicarme a mí mismo y a lo que soy tengo que retrotraerme a la vida que ellos me dieron. Y por otra parte hay un tema que a mí me obsesiona muchísimo que son las desapariciones. Es decir, lo que desaparece. Lo que estuvo y ya no está.
P—¡Espero leerlo pronto! ¡Muchas gracias por este rato!
R—A ti… Pero, mira, yo también te digo una cosa. Te prevengo… A los escritores les preguntas sobre sus obras y no te ofrecen ninguna certeza. Parece un tópico decirlo pero es que es verdad; un lector inteligente puede decir cosas mucho más interesantes de mi libro que yo mismo. Yo tengo una visión del libro a veces bastante reducida porque en este caso, como es un libro de mucho dolor, pues reflexionar sobre él tampoco es algo que me entusiasme mucho. Con haberlo escrito uno como que ya tienes bastante. Quiero decir que la visión que un autor tiene de su obra a veces no es gran cosa. El autor te puede dar un punto de vista pero no la verdad del libro.
PRIMERA PARTE DE LA ENTREVISTA
SEGUNDA PARTE DE LA ENTREVISTA
Comentarios1
Excelente lectura.
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