Sobrevivir al paso de los años y reescribirse (en ocasiones, reconstruirse) es uno de los grandes desafíos de la vida adulta. Sin duda, de nuestra valentía y nuestra fuerza en este discurrir entre realidad y memoria reside la alegría y el bienestar. Decía Patricia Almarcegui en la primera parte de la entrevista que en su última novela «La memoria del cuerpo» (Fórcola Ediciones) intentó plasmar el problema que supone para una bailarina de la alta competencia aceptar el paso (y el peso) de los años. Aquí continuamos reflexionando sobre ello y sobre la forma en la que Almarcegui se enfrenta a la escritura.
P—He quedado fascinada con la estructura de «La memoria del cuerpo», que parece una pieza musical con sus diversos movimientos y silencios. ¿Cómo trabajas ese aspecto de tu escritura?
R—Yo me documento bastante; luego suelo partir de algo que leo y que me ha dejado bastante impactada pero que a lo mejor es lo que diríamos desde un punto de vista literario, un sintagma, algo que veo y digo «guau». Y eso me hace llegar a algo. Y luego yo trabajo mucho con las imágenes, y me gusta mucho. No sé si has leído «El pintor y la viajera». Entonces yo funciono mucho con las imágenes y creo mucho en ellas; hay cosas que veo mientras estoy documentándome que me lleva a comenzar con la novela. Hay cosas que veo muy claro. Pues, por ejemplo, en «El pintor y la viajera» el encuentro entre el pintor y la viajera es en el campo, o sea, es como una imagen que se me aparece, como el centro de algo sobre el que tengo que construir alrededor. Pero la verdad cómo surgen estas cuatro partes de «La memoria del cuerpo» no lo recuerdo mucho. Tengo mi cuaderno ahí manuscrito con la cantidad de esqueletos y borradores con cada parte, pero no es que tuve clara la llegada, el triunfo, el amor…, fue surgiendo mientras llenaba el cuaderno de posibles esqueletos y estructuras. Pero sí que tenía algunas cosas clarísimas. Por ejemplo, en San Petersburgo estuve cuatro semanas porque quería contar mucho su llegada, la escuela. Y por supuesto, el triunfo, es el conflicto y resolver el conflicto de la novela era bailar «El cisne blanco». Pero claro, dices, cómo cuentas eso, y entonces, para resolver el cómo llego hasta ahí lo voy estructurando a partir de imágenes. Pero luego, una vez que llegas pues ya, como decía Kafka, dejas desatada la escritura y que vaya surgiendo. Me gusta mucho que quede todo muy visual e intento un poco forzar el lenguaje y trabajo mucho. Escribo como muchísimo dos folios al día y en esta novela he intentado que hubiera al menos cada día un sintagma del que yo estuviera muy muy muy contenta con él. Y puedo hablar para que lo entiendas de cuando se está maquillando ella antes de salir al escenario de «El cisne blanco», por ejemplo, esa descripción de cómo se pone los polvos en la mejilla, cómo se gira y ve el blanco de los tutús detrás… En esta novela sí que he intentado encontrar en el lenguaje cada vez algo que me satisfaciera muchísimo, como si fuera casi un poema, algo que diga «esta imagen la he conseguido, evoca y crea una atmósfera» ¿no? Pero la estructura yo creo que en principio no la hice así pero fue surgiendo, como has visto clarísimo. Y lo que sí tenía claro desde el principio es que quería trabajar sobre cómo es la decadencia del cuerpo de una bailarina.
P—Y ya que hablas de evocación, y a propósito de esa serie de piezas musicales que nos dejas al final, cada una relacionada con una de las partes de la novela, te pregunto dos cosas. Uno: si mientras escribías cada una de esas partes tenías en mente esa pieza. Y lo segundo es si estas melodías te sirvieron para evocar o recuperar emociones que viviste mientras bailabas.
R—Pues, la verdad, la idea de poner la playlist al final fue del editor [Javier Jiménez] y de la directora de la colección [Amelia Pérez de Villar]. En principio yo titulé cada una de las partes y debajo del título iba la pieza. Son las piezas que yo he escuchado sin cesar cuando escribía cada una de las partes. Pero sin césar, ¿ves? Lo has adivinado. y lo suelo decir así en público, en las presentaciones y tal «No, no, si es lo que yo escuchaba» Debussy, por ejemplo, lo he escuchado aquí donde yo vivo en Menorca, para escribir esa primera parte, porque las primeras partes nunca son fáciles hasta que coges el tono y la atmósfera, y lo he escuchado muchísimo. Y bueno, la última de Scriabin [Alexander Nikolayevich Scriabin] que es un portento de pieza pues sin parar y sin césar. Además, me parece que hablo de Scriabin también cuando ella se recupera de la especie de depresión…
P—Sí, exacto.
R—…y hago un juego que me decía el editor Javier, «yo no lo he entendido cuando lo leí hasta que luego recordé que Scriabin al final de su vida intenta hacer como una obra de arte total y hace un poema sinfónico que cada nota evoca un color. No sé si es Prometeo o la sinfonía… Entonces por eso, hay un momento que ella ve como una nube irisada y escucha el concierto y se levanta. Era un juego pero al final me he dicho «pues, qué bonito que escuchemos algo y veamos un color», y me permito ponerlo, aunque sé que es un poco surrealista, pero si no lo pongo aquí dónde lo voy a poner…
P—A mí me hizo pensar en la sinestesia y en la fuerza de la música.
R—Exacto. La sinestesia. El proceso de Scriabin ya lo leerás, es absolutamente sinestésico, pero llegó a creer en la equivalencia de músicas y colores y se volvió filósofo y teosofista… En fin, a mí ese concierto de Scriabin me gusta muchísimo. Y luego lo de Chaikovski pues es que es el triunfo. El comienzo del Cisne negro es la bomba. Es el triunfo. La fanfarria.
P—Y ya que hablas del tono, te hago dos preguntas en una: ¿Cómo fuiste dando con el tono y cuánto hay de ti en ese personaje?
R—Bueno, seguro que hay muchas cosas porque siempre que escribes en los personajes hay mucho de la persona que escribe, pero respecto al tono, pues repasándolo mucho y dejándolo salir con la escritura. Yo creo que el clima y la atmósfera de San Petersburgo han tenido muchísimo que ver en la escritura de este libro. San Petersburgo tiene uno de los peores climas que hay, ese color gris, esas aguas, esa humedad. Yo creo que el pensar que estaba en la ciudad es algo que me ha ido creando un clima. Luego la novela decido empezarla y me vuelve mi pasado como bailarina cuando fallece mi padre. De hecho, el poema que hay en la novela es el último poema que escribe mi padre. Entonces yo creo que entre esa especie de clima y el de San Petersburgo se va creando. Y luego pues, también lo propio que tiene la bailarina, pues el mundo del ballet es sacrificio, yo lo he vivido; es sacrificio, es soledad, y eso he intentado plasmar en la novela. Pero me pides que hable sobre el proceso. En mi cuaderno, en cada una de las partes que escribí puse como una palabra clave y la tenía delante para escribirla. Entonces, por ejemplo, en el último capítulo tenía myuy presente la palabra decadencia. En el primer capítulo, superación, la llegada. El triunfo es el éxtasis. Y entonces eso intento como no olvidarme y escribir como desde esa sensación.
P—Patricia, ¿merece la pena sacrificarse tanto ante la posibilidad de fracasar?
R—Pues yo no sé si merece la pena, es jugársela es una apuesta feroz.
P—Y es que a la protagonista le sale pero si le hiciéramos esta pregunta a Olga ¿qué nos respondería?
R—Bueno, Olga va cambiando. Al final es como la vida, que apuestas o crees que vas a ser una cosa y terminas siendo otra, pero queda la aceptación, la resignación, el cambio. Pero igualmente es muy dura esa soledad, cuando vas a por todas o la protagonista llega a lo máximo, qué amistades tienes, qué posibilidades tienes en el caso de una bailarina de poder compaginar tu vida profesional con la familiar. Entonces yo no sé si ese sacrificio merece la pena y me gustaría pues recordar que por el camino se queda muchísima gente, en el piano y en la escritura, y en todo lo demás. Y cómo saber si vas a llegar o no, pues ahí estaría lo bonito del juego, jugar con la incertidumbre. Pero por otro lado, sin duda a Olga la danza le da muchas cosas, un oído, un cuerpo, el subirse a un escenario que es algo maravilloso…
P—A la larga, a todos les aporta mucho la experiencia de bailar, aunque no tengan éxito. Igual vale la pena jugarse porque es una pasión; quizás es eso lo que me estás diciendo, no sé si lo he entendido bien.
R—Sí, sí, yo creo que es eso, efectivamente, que vale la pena arriesgar y que de todas maneras de eso vas a aprender, como todo en la vida.
P—El silencio también ocupa un lugar importante en la vida de la bailarina, ¿qué simboliza para ti el silencio?
R—Pues el silencio, que yo he sufrido, pese a que he tenido mucho ruido siempre porque he sido también una persona muy inquieta y muy nerviosa, pienso que el silencio es el espacio previo a la reflexión o al baile. Si no te mantienes en silencio y en la oscuridad un poquito no puedes pisar el escenario con las luces. Para mí el silencio es el momento previo al momento de la creación y de la reflexión. Entonces creo que es muy importante. Sólo en un espacio de reposo o de silencio puedes tener la fuerza y sobre todo puedes tener el lugar para crear; y crear significa hacer algo nuevo. Entonces, el silencio es muy importante. Y desde el silencio valoras todo mucho más. Pero sobre todo es como ese punto para empezar algo diferente y nuevo.
P— «Sólo me reconozco cuando oigo la música», dice tu protagonista. ¿Te ocurre lo mismo a ti?
R—Sí, es que así quería titular la novela pero al final fue «La memoria del cuerpo» por todo el tema de la decadencia del cuerpo. Pero sí, yo creo que hay cosas que sólo ocurren cuando oyes música. Por ejemplo, tú oyes música y te pones a bailar; eso es algo insólito ¿no? Sin ninguna duda yo creo que de las cosas que crean un espacio más rápidamente es la música. La música organiza, configura un espacio y, la verdad, mucho más que un cuadro. Y luego por ejemplo, la música estira y hace aparecer la memoria, te permite recordar. Y pienso en los tiempos que he pasado más tristes, la música me hacía recordar lo mismo que cuando era una niña. Por eso digo que sólo ocurre cuando oigo música.
P—¿Has conseguido lo que deseabas con esta novela?
R—Pues no lo sé, porque yo la verdad es que no vuelvo a releer en muchísimo tiempo. Sólo vuelvo a leer cuando lo piden para dar un seminario o una charla y tal… Yo creo en aquello de «pero esa que escribe no soy yo» porque me produce como un enorme pudor. No lo sé. Si la pudiera leer con mucha distancia pues te lo podría decir. Pero estoy muy contenta con las lecturas que estáis haciendo, con lo que me está volviendo, con que se ha hecho la segunda edición, con la pasión con la que la está defendiendo Fórcola, muy contenta y sobre todo también pues me gusta que hablen bailarinas de ella, y lo que dicen de la novela pues me gusta mucho. Pues, igual lo he conseguido. Cuando la vuelva a leer, no sé cuándo, ya te lo digo.
P—Pues, queda pendiente entonces.
R—Sí. Desde el punto de vista lingüístico me dije «pues esto me gusta y creo que está bien, no me suena mal», pero lo otro me siento incapaz de decírtelo.
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