Distingo entre dos tipos de literatura argentina: la que se escribe desde Buenos Aires y la que abre las fronteras hacia otras realidades. Los autores y autoras que escriben desde el unitarismo capitalino parecen sólo ver vida en esa ciudad que tanto encandila y poco alumbra, e incluso han opacado la escritura de quienes se han centrado en el campo, en las provincias alejadas de Buenos Aires para componer historias potentísimas. Héctor Tizón pertenece a este segundo grupo y hoy recomiendo dos de sus libros que me parecen de lectura imprescindible.
El hombre que llegó a un pueblo
Héctor Tizón, para aquellos que no lo hayan leído, es un escritor argentino nacido en Jujuy en 1929. Aunque desarrolló el oficio de abogado, paralelamente a este trabajo se dedicó a la literatura. Es autor de numerosos relatos y novelas entre las que se encuentran «El traidor venerado», «Sota de bastos, Caballos de espadas» y «Luz de las crueles provincias».
Héctor Tizón trabaja con una prosa directa y sin ripios pero que oculta una belleza poética. En sus narraciones siempre hay toques de humor y dramatismo, así como también suele matizar su discurso con imágenes algo cómicas o que rozan lo grotesco. Cabe mencionar que uno de los rasgos identitarios de su literatura es su ambientación: siempre en lugares remotos, casi olvidados.
Como decía, una de las virtudes de Tizón fue saber dar con la ambientación adecuada, y «El hombre que llegó a un pueblo» es la viva prueba de ello. La historia comienza poco antes de la navidad de 1937 en un pueblo ubicado en medio del valle, podríamos situarnos en la Quebrada de Humahuaca, aunque no se trata de un lugar real. Casitas bajas construidos de barro y una tranquilidad típica de un pueblo olvidadísimo en el medio de la nada, nos sirven para entrar en contexto. A este sitio llega un hombre que a medida que transcurre la historia iremos conociendo, un hombre que, huyendo del pasado llega al pueblo para intentar refugiarse. Lo que tendrá que dar a cambio del asilo lo llevará a convertirse en otra persona y esto derivará en una serie de ingeniosos y a veces, absurdos, conflictos.
El silencio es uno de los protagonistas de esta historia. El paisaje habla a través de elementos, del movimiento de las cosas y los seres invisibles: un gallo que rompe el silencio cuando el día comienza a despuntar, una persona que atraviesa el pueblo con andar silencioso. Tizón sabe darle al paisaje una voz que te cautiva y que te vaya a lo largo de la lectura para entender el movimiento de las cosas, el suceder de la rutina de la vida. Y en este relato creo que el silencio y los colores del ambiente tienen una fuerza inigualable.
De todas formas, Tizón parece apoyarse en la historia para dar rienda suelta a las preguntas más relevantes de nuestra experiencia vital. ¿Somos realmente lo que deseamos o incluso creemos, o nuestra identidad está totalmente ligada a la visión que los demás se han hecho sobre nosotros? ¿Es la resignación el único camino posible para mantenerse a salvo?
Extraño y pálido fulgor
Este es otro de los relatos de Tizón que me encanta. Nos encontramos con un hombre nómada que va de pueblo en pueblo vendiendo cosas. De puerta en puerta, arrastra los pies de un punto a otro, casi sin darle importancia al suceder de los días. En una de esas noches largas en las que nada sucede encuentra una carta de amor. No va dirigida a él pero cambiará su vida para siempre.
Si bien en todas las historias de Tizón pasan cosas y algunas de sus tramas son realmente cautivadoras creo que su fuerte es saber dar con temas filosóficos y trabajarlos desde una perspectiva que está a mitad de camino entre lo reflexivo y lo teatral. En este libro eso se nota especialmente. Es una lectura que permite preguntarse acerca del origen del amor y de los elementos que lo vuelven posible. Una reflexión que se estira hasta el momento en que se evapora la magia y ya no pueden verse los colores de los primeros encuentros. Y la pregunta cae del abismo ¿es el desconocimiento del otro lo que posibilita que lo amemos?
La construcción de este personaje me encanta. ¿Cómo personificar a la mismísima melancolía? Un hombre que ha perdido todo lo que en otra época fue su mundo: un padre, una mujer a la que amaba y que ahora le trata con desprecio, un futuro que creía posible y casi había llegado a tocar con las manos… Todo se ha desvanecido y su vida es el eco de esos sueños.
La narrativa de Tizón es exquisita, por eso creo que nadie debería dejar de leerlo.
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