Grandes naciones han producido las narraciones más interesantes. Así la literatura rusa nos brindado a todos los lectores historias maravillosas con las que hemos crecido y hemos podido encontrar nuestro pequeño lugar en el mundo. Pero hay literatura rusa más allá de Dostoyevski, Chéjov, Afanasiev y Aksakov, y por eso estoy aquí. El objetivo de este artículo es rescatar a tres autoras, creadoras de vastos universos exquisitos, que han enriquecido el bagaje de la literatura rusa y que todos deberíamos leer.
Liudmila Petrushevskaya
Liudmila Petrushvskaya nació en Moscú en 1938. Fue una niña de la guerra que aprendió a través de experiencias catastróficas el valor de la vida y la importancia de la escritura para dejar constancia del dolor. Trabajó de periodista y como directora de programas televisivos, hasta que tuvo las fuerzas de sentarse a escribir y cuando lo hizo compuso obras estremecedoras sobre la orfandad y la soledad en la infancia.
Con su libro «Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina» Liudmila ganó el Premio Mundial de Fantasía otorgado por la Convención Mundial de Fantasía, que se realiza cada año en diferentes puntos del planeta y premia la labor de aquellos artistas que hayan sabido dar un nuevo enfoque a las mismas cuestiones que nos preocupan desde siempre.
En obras como «La historia de Klarissa», «El coro de Moscú» y «Huesos frágiles» encontramos a una autora que se debate entre la ternura y la esperanza de una vida mejor y la certeza de que la existencia tiene más de dolor y de pérdida que de animosa alegría. Es sin duda una autora que nadie debería dejar de leer, una prueba más de que Nabokov se equivocaba: hay y muy buena literatura rusa más allá del Siglo de Oro.
I. Grékova
Aunque su primera pasión eran las matemáticas, I. Grékova se destacó como escritora. Entre sus publicaciones encontramos un gran cóctel, entre temas de física y ficción. No sólo ha publicado novelas sino que en el terreno de la literatura infantil ha publicado poemarios como «Serioshka en la ventana» y novelas infatiles como «Anya y Manya» y «Rápidos». También el cuento «Dueños de sus vidas» es una joya que nadie debería perderse.
Su pasión por la literatura le llegó al encontrarse con la obra de Dostoyevski y Tolstói. Y, pese a que provenía de una familia tradicionalista, consiguió darle un espacio al arte en su vida y dejarse llevar por esta pasión. Durante la década del 60 sus obras estuvieron censuradas por el régimen, pero eso no fue suficiente para aplacarla. Al día de hoy se la considera una de las autoras rusas más relevantes de su generación.
Natalia Baranskaya
Aunque nació en San Petersburgo (fue en el año 1909), Natalia Baranskaya pasó gran parte de su vida en Moscú, donde trabajó en el Museo Pushkin. Empezó a escribir después de jubilarse, produciendo cuentos infantiles tan potentes que le ganaron un lugar ineludible en las letras de su tiempo.
Su vida estuvo marcada por la separación con sus padres (cuando ellos fueron encarcelados por pertenecer con el Partido Obrero), cuando tenía menos de 2 años, a la que seguirían años de hospicio y una infancia absolutamente conflictiva y casi abandónica. Aunque volvió a vivir con sus padres, estos primeros años fueron cruciales para la formación de su psique, y esa tristeza y esa soledad de la primera niñez se ve reflejada constantemente en su obra, de una forma conmovedora.
«Una semana como cualquier otra» y «Retrato regalado a un amigo» son dos de sus títulos más importantes. En ellos podemos encontrar esa tristeza de la que hablaba antes y una reflexión sobre cómo la guerra provocó la ruptura de los lazos familiares y cuya principal consecuencia fue la existencia de infancias infelices. También encontramos una crítica directa a la situación de desigualdad entre sexos. Sin duda es otra autora que no deberían dejar de leer.
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