«5», de Sergio Chejfec (Jekyll & Jill) nos presenta una revisión del libro «Cinco», publicado hace veintitrés años, al que el autor ha incorporado una nota que procura explicar la materia del tejido narrativo de aquel cuaderno.
¿Qué fuerzas oscuras o benévolas nos convierten en escritores y escritoras? Esta parece la gran pregunta que motiva la escritura de «5», de Sergio Chejfec (Jekyll & Jill). Si en 1996, Chejfec quiso compartir en un libro la experiencia en una Residencia de escritores –y lo hizo en forma de antidiario (sin fechas ni lugares que puedan atar la literatura a una realidad temporal específica)–, en el presente lo que hace es llevarnos hasta su mesa de trabajo y mostrarnos los ingredientes que tuvieron que mezclarse para que ese libro existiera. «5» se divide en dos partes bien definidas que conforman un todo inclasificable. Es un texto que trasciende géneros y espacios, y que nos obliga a reflexionar sobre la naturaleza de nuestra propia escritura. Lo recomiendo hasta el infinito y más allá.
La verdad y su metamorfosis
«No se puede saber si es verdad». Con esta sentencia que usó antes Benedetto para el comienzo de «El pentágono», se abre el telón de «5» de Sergio Chejfec (Jekyll & Jill). Un libro que puede leerse tanto como una refutación de los pilares de la ficción, como también, una exploración de las fronteras que delimitan los géneros y de los efectos del entorno geográfico en la escritura.
Se divide en dos partes: «Cinco» y «Nota». En la primera descubrimos una narración habitada por personajes peculiares a través de los cuales se va cosiendo una trama que deja a la intemperie los elementos imprescindibles que deben combinarse en el oficio literario. La segunda parte es una explicación acerca de la creación de ese texto: que tuvo lugar durante el tiempo que el narrador pasó en una Residencia de escritores. Si bien son dos textos independientes entre sí, comparten preguntas e ingredientes y se complementan de forma maravillosa.
La búsqueda de la verdad. Eso pensaba Kafka que era la escritura. Siempre me he preguntado a qué verdad se refería. Chejfec apunta hacia ese mismo blanco, pero lo hace partiendo de la idea de que en la propia literatura la verdad puede adoptar diversas acepciones. Para referirse a ella con mayor precisión establece dos tipos de ficción: una dedicada a la verdad como comprobación (que sirve para reafirmar una literatura lineal afincada en lo que se conoce hoy como realismo) y otra que se aferra a la verdad que existe en el interior de los personajes. Inclinarse por esta última le permite ofrecernos un texto amplio, que huye del realismo y se alimenta de imágenes oníricas, y de un lenguaje directo tanto como delicado y literario.
La verdad como estatuto mental y no como comprobación. En cierta medida toda la obra de Chejfec se trata de eso. Por eso quienes aseguran no encontrarse interesados por su obra generalmente comparten actitud lectora: el empeño de encontrar verdades bien empaquetadas, que se expresan en tramas redondas y fronteras de género bien definidas. Y leer a Chejfec es ciertamente algo bien distinto. Su narrativa heteróclita y llena de agujeros de gusano que conducen a otra dimensión espacio-tiempo, te envuelve porque se fija en una descripción inteligente y poco concreta de la realidad. Quien no lo haya leído, ¡no sabe lo que se está perdiendo!
Esa verdad y la forma en la que va desarrollándose ocupan el centro de la narración. Y quedan al descubierto inquietudes punzantes en torno a las razones que llevan a alguien a convertirse en escritor o escritora, y también sobre la manera en que el entorno puede modificar su escritura.
De la realidad y la fábula
Chejfec construye la reflexión usando como molde la forma en la que las familias recuerdan; donde la importancia de lo sucedido está en el punto de vista de los protagonistas y no tanto en la experiencia recogida. En el caso de las familias, el mate es el que determina la aparición del recuerdo y lo convierte en materia del presente; en su caso, el lenguaje y su plasticidad hacen posible una construcción de vértices inasibles pero nítida presencia.
En el año 1996 Sergio Chejfec publicó «Cinco» –una especie de diario escrito por un yo lejano (que es otro) que hace de la anacronía su bandera (en tanto y en cuenta se ubica en un tiempo y un espacio no definidos)–, en esta nueva edición a ese texto se le suma uno que frunce al extremo los mecanismos del oficio de la escritura. Si fue el hallazgo de aquel diario el que permitió la deriva de la escritura, permitiendo la existencia de «Cinco»; «Nota» será lo que explique la necesidad de ese objeto preciso en la narración como prueba de la experiencia del narrador, para contextualizar lo vivido en un lugar (aunque este también sea de orillas difusas). El resultado es una deliciosa combinación de ficción y teoría literaria.
En el diario nos encontramos con un personaje al que no llegamos a conocer bastante como para saber si quererlo o no. La distancia del narrador frente al personaje (que es también narrador en específicas situaciones) genera en nosotros la necesidad de observar detenidamente lo que le rodea para poder conocerlo y estudiarlo. Esta forma de darle prioridad al entorno le servirá a Chejfec para ofrecernos interesantes comparaciones sobre vida y literatura.
A través del diario, entonces, iremos descubriendo a un personaje a través del cual el escritor practica el desdoblamiento de su identidad y compone una trama donde el tiempo parece haberse paralizado y todas las historias se solapan en un espacio extraño para el narrador, que lo será también para nosotros como lectores. La historia contada nos presenta a un hombre que se prepara para morir. Nació en Santiago del Estero, quedó huérfano de niño y se crió con unos tíos que no le supieron dar cariño ni contención. Esto lo convirtió en un ser escurridizo, con una cierta tendencia a la crueldad y a la vida solitaria. Ahora vive en una ciudad portuaria y, teóricamente, lo que leemos son sus últimas experiencias en este mundo. Fantasía y realidad se van fundiendo; nuevos personajes se asoman al relato y son mirados por el narrador (que es niño en gran parte del relato: por esa forma circular que suele tener la escritura).
Entre las cosas que me gustaría señalar y las relaciones que el personaje establece me quedo con un detalle. La historia del niño y María, otro de los peculiares seres de esta historia, y sus puntos de encuentro. Ambos nacieron en una calle inclinada, en un barrio periférico (el niño en una calle oscura, María en un barrio del puerto), ambos vivieron más o menos a la deriva y terminaron solos en una ciudad extraña. En esta minucia podríamos detenernos y conversar sobre ella y sus desvíos durante horas. No sólo porque en esas coincidencias hay más teoría narratológica que en muchos libros académicos, sino porque es justamente en esos detalles donde se expresa el alma valiente e íntegra de este escritor. Al leer a Chejfec siempre siempre debes fijarte en los elementos que aparecen desenfocados, porque en ellos está la explicación de sus relatos (el vértice uróboros, donde la serpiente muerde la cola). Pero lo dejaremos aquí para poder tratar otros temas cosechados en esta lectura.
La geografía y la escritura
No sé si quienes nunca salen de su tierra se hacen estas preguntas. En mi caso, tuve que vivir mis diversas extranjerías para preguntarme acerca del lenguaje. Para entender la manera en la que se modifica no sólo el habla sino también el pensamiento con esta experiencia. ¿Es sólo el entorno social lo que nos cambia o tiene algo que ver la geografía en esta metamorfosis? Llevo un tiempo preguntándome acerca de eso y leer «5» sólo ha ayudado a que la inquietud devenga obsesión.
La escritura existe para nombrar al paisaje. Eso piensa el narrador y me resulta una idea sumamente interesante, sobre la que podemos reflexionar. La organización física del entorno provoca cambios en nuestra manera de pensarnos, por ende se modifica nuestra relación con el lenguaje, o por lo menos, la simbología a la que se halla ligado. Sin embargo, esa geografía no afecta de la misma manera a alguien que reside temporalmente en determinado sitio que a aquellos que llevan toda la vida allí. El visitante utiliza una perspectiva que podría mantenerlo siempre a una cierta distancia del terreno, pudiendo compararlo con otros que almacena en su memoria; el residente sólo conoce esa ciudad, esos colores, ese clima, y su relación al igual que es más estrecha ofrece menos juego a la imaginación o a las comparaciones ante la ausencia de símbolos o imágenes con que equipararlo.
En este punto surge la pregunta: ¿cuál es la verdadera función de quien escribe? Y el narrador nos presenta una maravillosa comparación entre viajero y lugareño en el territorio de la literatura. Quienes no se nacionalizan en ningún género son capaces de hacer del lenguaje un espacio fronterizo siempre en construcción, y usarlo para tender puentes entre realidad y literatura –puentes que pueden unificar espacios naturalmente irreconciliables o por lo contrario, elevarse y romper esa conexión–; quienes prefieren escribir desde un lugar bien concreto (y podríamos volver a la verdad como comprobación) ni siquiera se ven impulsados a hacerse estas preguntas; porque la escritura viene pautada de antemano y no hay búsqueda posible en la concepción de la forma.
Y hay otro momento inquietante en el cual el narrador compara realidad y oficio. Realiza una dolida descripción en torno a la tala indiscriminada de quebrachos en Santiago del Estero y a cómo este hecho (encubierto en el lema de la siempre ponderada evolución) modificó sustancialmente la geografía y el clima de un lugar específico. Con el paso del tiempo, algunos árboles han rebrotado, aunque el suelo es árido y cuesta extraer de él los minerales necesarios para la vida. Me gusta pensar que también podemos hallar en ese fragmento una idea sobre cómo el lenguaje resiste, aún cuando todo lo conocido se ha convertido en desierto. Pese a las muchas formas en que la extranjería corroe nuestro espíritu, a la vez permite el hallazgo de una narrativa diferente y auténtica, aunque dispersa y rara. En lo personal, encontrarme en un libro con palabras de la infancia ha sido sentirme como la tierra reseca que es de pronto sorprendida por la raíz de un quebracho que se resiste a la extinción.
¿Qué es ser escritor o escritora?
Esta es una de las preguntas preponderantes de «Nota» –que asimismo representa la identidad completa del libro–, y Chejfec la explora en lo teórico y en lo práctico. En esta segunda parte nos encontramos con una narración en torno a la experiencia en esa Residencia. Por un lado, nos permite conocer a los diversos personajes reales (aunque esto nunca te queda del todo claro con él) a través de los cuales ha ido tejiendo esa fábula. Por otro, revisa cuestiones vinculadas al poder en el mundo del libro, a las jerarquías establecidas y a los mecanismo subterfugios para sostenerlas. Nos invita también a dudar de los autores canónicos y a permitirnos una observación de la literatura como espacio de vuelo y no de certezas terrestres.
El narrador (que es el escritor, o un yo ficcional que vive la experiencia en la Residencia) asegura que ha aceptado el reto de vivir allí proponiéndose la condición de romper las reglas. Porque considera que la única forma de resolver y trazar caminos en el oficio es aferrándose a la duda y a lo impredecible; es decir, sostenerse sobre algo que para los parámetros de la verdad como evidencia es inverosímil pero que es lo único aceptable si se busca escribir desde la verdad como estatuto mental, como tesoro que reside en el interior de los personajes.
Es éste un libro que intenta indagar en los cimientos de la escritura; no sólo en cuáles son las razones que nos llevan a convertirnos en escritores sino (y sobre todo) en por qué en determinado momento (que ubica el narrador en los años ’50) la verdad abandonó el interior de los personajes para convertirse en una irreductible certeza de la experiencia pragmática, una herramienta sin suturas que evade las inquietudes imprescindibles del acto narrativo.
Sobre las razones que nos acercan a la lectura y la escritura podremos leer mil textos, lo que tiene «5» de especial es que se presenta como la bitácora de un escritor durante el período de una peculiar Residencia, pero nos va llevando, usando la ficción como conductora, hacia contundentes observaciones en torno a la naturaleza de la escritura y los matices que adquiere la verdad cuando pensamos en libros.
La escritura como vuelo a ninguna parte
Entre los recursos y elementos que acompañan el texto destacan las descripciones oníricas, y las alegorías y símiles que reproducen la madeja de la que se tejen percepción y realidad, con las que Chejfec sabe jugar con maestría, ofreciéndonos un texto realmente delicioso. Redescubrir nuestra propia pulsión literaria a través de esta lectura es una de las cosas que más se agradecen, en un mundo en el que la pasión literaria ya no es un elemento indispensable para la creación y mucho menos para la publicación.
¡Y no quiero que se me olvide! El trabajo de Jekyll, para no perder su maravillosa costumbre, es fabuloso. El libro cuenta con una encuadernación en tapa dura que es una verdadera exquisitez. En la sobrecubierta vemos un puente levadizo que explica mejor que ningún otro símbolo el material del libro. Mientras que la cubierta es de tapa dura con interiores de color anarajado, y cuya estética se asemeja a la de un diario, como el que hace posible el discurso del narrador. ¡A Víctor Gomollón no se le escapa ningún detalle!
Toda forma de acercarnos a la literatura es única. Pero seguramente, a mí pocos autores como Chejfec han conseguido transformarme y conducirme a un entendimiento de la literatura tan sensual, personal y verdadero. Este libro es el resultado de sucesivas reflexiones que engrosan una obra crítica y fabulosa que sin duda se encuentra entre las más deliciosas de la Literatura Argentina.
Y vuelvo a los puentes, para terminar con otro fragmento que me parece maravilloso. ¡Adora conmigo a Sergio Chejfec, porque su literatura es una de las cosas más bonitas que le (y nos) han pasado al mundo del libro!
5
Sergio Chejfec
Jekyll & Jill
978-84-948915-1-9
184 páginas
20,00 €
[¡Otros dos libros imprescindibles de Sergio Chejfec!]
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