«Cienahorcados», de Saracino y Olivetti (Dícese) nos ofrece una alegoría a la monstruosidad que nos forma, que tiene algo de herencia y mucho de hado. Un viaje angustiante donde también hay luz y cuya experiencia vale muchísimo la pena.
En la literatura argentina lo fantástico ha estado siempre titilando, como si no pudiéramos huir de él. Quizá haya tenido algo que ver en esto la historia tan disparatada que nos ha tocado vivir, y esa extraña certeza de haber nacido en un país rico en materia prima y tan pobre en políticas de explotación para esas materias, así como tan propenso a la valoración de lo ajeno y la infravaloración de lo propio. Tal vez sólo tenga que ver con que en esas noches largas de verano realmente es imposible no pensar en la Luz Mala, la Llorona, el Hombre de la Bolsa o la Macachera, y que la literatura simplemente se ha dedicado a recoger esa soledad pampeana sin igual dándole forma y estética. Sea como sea, lo fantástico está presente en la mayoría de los autores autóctonos, directa o indirectamente. Y, si bien los monstruos que asolaban la mente del «Fausto» de Estanislao del Campo, son distintos que los que se aparecen en «Cienahorcados» de Luciano Saracino y Ariel Olivetti (Dícese), la perspectiva del destino no difiere mucho, por lo que no puede leerse este texto sin pensarlo dentro del discurso gauchesco, aunque con una mirada moderna en cuanto al lenguaje. Un libro que nos deja ese sabor agridulce de las mejores narraciones.
La búsqueda interior
«Cienahorcados» narra las peripecias de un hombre –denominado El Hombre: su nombre nunca se nos revela– que, a lomos de su caballo Sin Nombre, recorre una llanura yerma. Su destino es el árbol de los Cienahorcados donde podrá deshacerse de La Cosa –un Monstruo que lleva atado con una soga a la grupa de su caballo y que, aparentemente, ha hecho mucho daño y por tanto merece ese destino–. La narración se centra precisamente en ese viaje y en los descubrimientos que hace el viajero acerca de sí mismo, del entorno y del Monstruo. Es decir, a través de esta experiencia, El Hombre tendrá la oportunidad de descubrir que en la vida mucho de lo que nos ocurre depende de cómo lo percibimos y no tanto de los hechos en sí. Y esto vale también para la literatura y para esta historia en cuanto esquema narrativo.
El recorrido puede seguirse como las diversas etapas de una vida: el protagonista atraviesa el páramo, es visitado por la fiebre, la tristeza intenta hacerlo flaquear, pasa hambre y sed, tiene pesadillas y llega a una casita hermosa que intenta hacerlo desistir de su objetivo –una especie de oasis en medio de la desesperación–. La enfermedad y la muerte le jugarán malas pasadas y de su astucia, de su apertura, y de su capacidad para percibir y entender lo que le rodea, dependerá su destino. Y no voy a contar más aquí porque creo que es una lectura que merece la pena, como historia fantástica y como búsqueda interior.
Fábula con luz
«Cienahorcados» puede leerse como una fábula sobre la búsqueda interior y también una alegoría sobre la desesperación. En otro sentido cabe también una interpretación sobre el viaje al que nos lleva la depresión, y podría servir para entender los diversos procesos que la involucran. Pero voy a centrarme en otra, que me parece más luminosa: la vida está llena de muertes, porque debemos tomar decisiones, abandonar actitudes y personas para poder crecer, para poder encontrarnos, y salvarnos. Y todos estos temas se hallan planteados usando como estructura la apropiada para el género, pero con un giro peculiar.
Entre la luz que podemos rescatar me gustaría señalar la forma en la que se describe el entendimiento de la vida como cosa que no llegamos a comprender. Así, los Cienahorcados no es precisamente el sitio de la felicidad plena sino de la aceptación de la vida, esa cosa ruin que nos pasa y a la que nos aferramos sin saber bien por qué, con qué objetivo. Todo esto Saracino y Olivetti consiguen plasmarlo con armonía, un poco de oscuridad pero también con cierta chispa de humor que nos brinda calor y esperanza a lo largo del viaje.
Encontrar el ritmo adecuado
La Cosa, ese Monstruo de seis ojos que sigue los pasos de El Hombre y del caballo Sin Nombre es un personaje muy bien conseguido. A lo largo de la lectura vamos experimentando emociones diferentes hacia él: sentimientos contradictorios que no nos decidimos a aceptar como propios. Algo así como una especie de odio que transmuta a entendimiento. A través de estas emociones, los autores consiguen evocar las sensaciones que nos invaden cuando estamos ante nuestros propios miedos-monstruos, es decir, esa mezcla de sentimientos encontrados, que son el punto débil en nuestra experiencia vital: lo que nos impide desprendernos de ellos y decidirnos a viajar hasta los Cienahorcados.
Entre las cosas más interesantes de esta lectura quisiera resaltar el ritmo. Me ha gustado especialmente cómo a medida que vas avanzando la tensión crece y las obsesiones del protagonista se van tornando más oscura. La lucha feroz entre sus pulsiones y el deseo de encontrar una vida donde el pesar y la culpa se hayan esfumado se halla también plasmada de una forma acertada.
En la narrativa de Saracino encontramos una inclinación por lo breve: frases cortas y directas. Quizá tenga un poco que ver con esto su paso por la historieta; con esta elección consigue narrar de forma concreta una historia que seguramente a la mayoría de los lectores los atravesará de raíz. Me ha faltado, sin embargo, un poco más de intensidad: dado el tema interesantísimo y literario al que se asoma, me parece que podría haber enriquecido muchísimo la experiencia lectora si hubiera profundizado más en la relación entre El Hombre y La Cosa, con más pesadillas, más colores, más motivos que expliquen el viaje. No obstante, creo que es una percepción demasiado personal y que lo mejor es que cada uno experimente con el libro para extraer sus propias conclusiones.
En lo que respecta a la gráfica. Me ha gustado mucho la forma en que Olivetti, apoyándose en obras como las de Molina Campos, icónica del arte gauchesco, consigue dar vida a un personaje que está a mitad de camino entre lo grotesco y lo bello. Todos estos detalles, sin lugar a dudas, consiguen darle a la historia una profundidad que bebe de la tradición pero que se halla dotada de una perspectiva propia.
Literatura gauchesca fantástica
Y vuelvo al arte gauchesco. No sé si existe narrativa que me interese más, quizás porque es la primera que me fascinó; la que me abrió los ojos a un mundo material conocido donde todo era posible. Esa fusión entre el realismo gaucho y la fantasía onírico monstruosa que consiguen Olivetti y Saracino es realmente maravillosa. Me queda un muy buen sabor de boca después de una lectura, que tiene todas las cualidades para devolvernos la ilusión y las ganas de encuentro con lo fantástico, y con lo propio.
En definitiva, «Cienahorcados» es un relato hermoso que nadie debería perderse y ojalá que sea el primero pero no el último que realizan en este tono Olivetti y Saracino, porque dan muchas ganas de seguir leyendo colaboraciones así. La forma en la que son capaces de abordar la fantasía monstruosa: a mitad de camino entre la rabia y la ternura me parece realmente impecable. ¡Que nadie se pierda este Monstruo!
CIENAHORCADOS
Autor: Luciano Saracino
Ilustraciones: Ariel Olivetti
Editorial Dícese
978-987-46958-1-9
96 páginas
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