Alejandro Hermosilla: «Los jardineros son símbolos perturbados de la corrección cotidiana»

Foto: Alejandro Hermosilla

La novela «El jardinero» de Alejandro Hermosilla, publicada por Jekyll & Jill, propone una disrupción del lenguaje; esto afecta no sólo al tono sino también a la trama, que pierde ese carácter lineal que se le asume a la novela y por momentos parece zambullirnos en un laberinto donde espacio-tiempo adquieren nociones casi fantásticas. Es un libro fascinante en torno a la construcción estructural de nuestras sociedades, donde ciertos eslabones cumplen la función de servir al poder imperante y mantener la calma; esa calma ficticia que sólo es posible a través de la normalización de nuestras conductas. Sobre todo ello reflexiona el personaje de esta novela que te recomiendo mucho. Conversamos aquí con el autor, acerca del proceso creativo de esta obra.
 


 

P—¿Contra qué o quién escribes?

R—Bueno. Si me preguntas esto es porque detectas que mi escritura está dirigida contra algo o alguien. No te sé decir exactamente contra el qué pero, desde luego, no soporto la hipocresía ni las manipulaciones y hoy en día el mundo está lleno de ellas. Yo escribo para vivir una aventura. Para llegar a mis límites. Yo creo que escribo contra el poder y contra la falsedad. No porque yo no sea falso e hipócrita. Lo soy. Pero al menos lo reconozco. Yo creo que escribo contra todo. ¿Es posible hacerlo contra algo en concreto?

P—¿Es «El jardinero» una novela sobre la traición?

R—Pudiera serlo. Nació de lo que yo entendí inocentemente como la traición de un jardinero hacia mí. Pero no sé si su tema es la traición. En realidad, ni te sé decir cuál es el tema del libro. Cualquier libro con un mínimo interés entiendo que trata sobre diversos temas. Yo he hablado y he dicho que va de odio en diversas entrevistas aunque a día de hoy, lo veo como un libro muy humorístico. ¿No es toda la historia del jardinero risible e increíble hasta el punto de poder provocar y convocar carcajadas?

P—¿Qué simboliza la figura del jardinero?

R—Son personas que cumplen una función social que acaba por fulminar su vida personal. Los funcionarios por ejemplo son necesarios. Pero más que necesarios al pueblo, le son necesarios al poder. Los jardineros son símbolos perturbados de la corrección cotidiana. El mundo está lleno de ellos. Aunque lo curioso del caso es que en la novela el jardinero no obedece sino que desobedece. Algo atípico y que creo que confiere el aspecto onírico a la historia. Que el jardinero desobedezca es lo que hace rala a la novela. Lo que la convierte en una pesadilla.

P—El narrador se manifiesta contra la tradición, la religión y las normas sociales, y parece sorprenderse al descubrir en ese camino de autoconocimiento que todo eso que repele habita en él de alguna forma y lo controla. ¿Es una novela sobre el origen y la naturaleza del mal?

R—Podría serlo. En realidad, hay una lectura profunda en el trasfondo de la novela sobre el mito del Edén paradisíaco y el jardín del bien y del mal. Y hay varias preguntas a lo largo de todo el libro que entiendo que algunas personas escucharán: ¿Quién era el jardinero de paraíso? ¿Era dios, el ser humano, la serpiente? ¿Es la tierra un jardín? ¿Qué clase de jardín? ¿Quién es el jardinero de la tierra?
»En cualquier caso, escribí el libro en su mayor parte en una ciudad en la que eran torturadas y morían asesinadas una media de veinte personas semanales y el palpar el mal diariamente, me llevó a reflejarlo de una manera u otra en el libro.

P—¿Hubo algo que te inspirara especialmente para escribir este libro?

R—El deseo de convertir una anécdota estúpida que viví con un jardinero en una historia con visos de trascendencia. Mi idea era hacer un libro que fuera como un escudo o una armadura medieval. Un texto resistente que ridiculizara el ansia de dinero y especulación que veía a mi alrededor hace diez años. Aquel jardinero con el que me peleé, se movía por intereses, por dinero. Tal vez no tenía otra aspiración en la vida que enriquecerse de la manera que fuera y dejar bien colocados a sus descendientes pero entiendo que, más allá de su círculo íntimo, si se le recuerda con el tiempo va a ser por el libro. Si el libro trasciende, ese jardinero será recordado. Si no trasciende, será olvidado. Prueba de la importancia del arte frente al dinero.

P—¿Te propusiste de antemano una novela contra los tabúes sexuales?

R—En ningún caso, fue así. Me propuse escribir un libro donde volcar mi odio hacia un jardinero que con el tiempo se fue convirtiendo en otra cosa que me desbordaba y no podía controlar. Lo que me hacía muy feliz porque odio los libros cuyo significado es claro y en mi caso, nunca suelo saber adónde voy cuando escribo. La novela se convirtió en una exploración del mal azarosamente. Y si llegué al sexo es porque el mal y el sexo están tradicionalmente unidos debido a la moral.

P—Es este un libro singular más que por lo que narra por el uso de un lenguaje que se halla desprovisto de pudor y de lo que hoy llamamos lo políticamente correcto. ¿Necesitamos liberarnos un poco de tantos siglos de literatura esteticista y encorsetada?

R—Muchas de las mayores atrocidades se encuentran narradas en la tragedia griega y la Biblia. El arte antiguo es una enorme alucinación, una feroz barbaridad, en el mejor y peor sentido de la palabra. Creo de hecho que gran parte del arte actual es más encorsetado que el antiguo debido a la dictadura de lo políticamente correcto y de las ventas.
»Nuestra tradición es erótica y violenta. Tanto es así que muchas manifestaciones pacifistas utilizan la violencia para imponerse. Lo que intento hacer simplemente es llevar la historia al límite de donde debe ir sin autocensurarme. No creo que nadie, de hecho, pueda ya ir más lejos que el Marqués de Sade. La pornografía es deporte. Rutina y diversión. Ocio. Me interesa por ello el erotismo. Aunque más que el erotismo, las “experiencias”. Que sea lo que sea lo que haga me transforme o me perturbe. Esa es la intención de libro y no tanto luchar contra la literatura encorsetada porque el mayor enemigo de ese tipo de literatura es ella misma.

P—¿Qué es lo que más te ha costado en el riesgo del lenguaje que supuso «El jardinero»?

R—Me costó partir la historia en varias partes y fragmentos. En un principio, el libro estaba escrito todo seguido sin historias sobre los jardines y sin haber sido fragmentado. Había páginas sin puntos y aparte. Pero algo no funcionaba en la historia. Pensé mucho qué hacer y finalmente, decidí que debía arriesgar, mutar, transformar el texto. Mezclar pasado, presente y futuro. Y dividirlo en pequeños trozos. A partir de ahí El jardinero enloqueció. Se convirtió en una novela salvaje que yo no manejaba.

[¡No te pierdas, el lunes, la segunda parte de la entrevista!]



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