Hoy toca retomar nuestro ciclo de Literatura y Alcohol en el que vamos contando-acumulando la curiosa relación que ciertos escritores han tenido con la bebida.
Si te interesa el tema puedes leer los textos sobre Hemingway, Bowles, Wilde, Bishop, Parker y Jackson, por nombrar tan sólo algunos.
El humor en la obra de Echenique
A Echenique le gusta decir de sí mismo que es el escritor más borracho del mundo. Y, si bien es posible que en una competencia de resistencia etílica nos supere con facilidad a la gran mayoría, sabemos que en el mundo de las letras han existido muchos beodos confesos empedernidos, por lo que adjudicarse un título semejante no resulta tan sencillo.
Es muy probable que la lista de escritores que compitan por este premio sea amplísima (lo venimos comprobando en este ciclo en que ya hemos reunido a varias decenas de autores con una inclinación indiscutible a la bebida); no obstante, aunque a nivel mundial otros pudieran arrebatarle la medalla, puede que Echenique se alzara con el título del escritor latinoamericano más borracho. De todas formas, pensándolo mejor, si tenemos en cuenta la otra tendencia inexpugnable de Alfredo: el humor, resulta difícil arribar a una conclusión que nos convenza. De hecho, si me dijeran que Alfredo no ha bebido una sola gota de alcohol en su vida y nos ha sabido engañar a todos con su ironía y su versatilidad en la escritura, también lo creería. Sea como fuere, Echenique se confiesa alcohólico y dice también que sin amor, sin amigos y sin alcohol no se puede escribir nada. Le creo, y por eso lo traigo a este ciclo.
Alfredo Bryce Echenique nació en Lima el 19 de febrero de 1939 y es uno de los escritores más importantes que ha sabido exportar Perú al viejo continente. Entre sus libros más destacados se encuentran «Un mundo para Julius» y «No me esperen en abril». El humor es uno de los elementos que despide su obra. Para él, que siendo joven se mudó a Francia para construir una narrativa diversa, este es un rasgo imprescindible de la literatura, y algo que no era capaz de encontrar en la escritura de los autores latinoamericanos contemporáneos. En gran parte, fue lo que lo llevó a París, donde poco a poco fue déjandose llevar y abriéndose a una escritura más personal donde el humor es materia corriente.
Para muchos la obra de Echenique se compone de un gran cúmulo de anécdotas autobiográficas que se reúnen en formato ficcionado. Y, sin lugar a dudas, su habilidad con la palabra, esa oralidad que demostró desde muy pequeño, le permitiío construir historias que explicaban su historia mientras se aferraban a los hechos de los otros, y se valían de elementos propios de la ficción para otorgar una intencionalidad auténtica a sus libros. Esa forma de acercarse a las letras, dice que se la regaló Cortázar, que le «dio permiso para la banalidad». Partiendo de esa idea se puede comprender mucho más lo que habita en las sombras de Echenique, aquello que las historias no cuentan de él y que sólo los lectores ávidos serán capaces de percibir.
El alcoholismo y la depresión
Aunque su fama le viene dada a través de su afición al alcohol, Echenique es un escritor ordenado. Y es probable que su relación con el alcohol haya sido la búsqueda del equilibrio ante la depresión. Sí. Tan ordenado es que ha sido capaz de publicar veintenas de libros y de construir una biblioteca imponente y sólida. Dice que es más fácil vivir con la mala reputación, quizá porque cuando haces algo bien, se te exige el doble. Ha querido entonces aferrarse a la mala fama, al silencio y al trabajo disciplinado, porque considera que con estos pocos elementos se puede construir una obra interesante.
No es mucho lo que podemos saber de Echenique, su alcoholismo parece más un compañero de viaje que una búsqueda incontrolable de la verdad o de la felicidad o la calma, como sí lo fue en otros casos como los de Keroauc o Sexton. En Echenique el alcohol, como las mujeres, era indispensable para escribir. Y aunque es posible que a través de él intentara aplacar la depresión causada quién sabe por qué sombra del pasado, su forma de contar siempre ha tenido al humor como tarjeta de presentación por lo que resulta difícil atravesar ese muro de postura frente al mundo.
Lo que sí está claro es que con lo que tuvo, Echenique ha sido capaz de construir una obra que se ubica entre la añoranza y la risa, y donde lo grotesco ocupa un sitio primordial. Sus personajes todos parecen perdidos en espacios inconmensurables, y aunque las situaciones extremas se ven matizadas con una mirada irónica y con el humor, hay un ambiente de pérdida y de desesperanza que va alzándose en sus páginas hasta nublarnos el ánimo, mientras reímos sin parar. Quizás, eso fue lo que le permitió el alcoholismo: mirar a la cara a la desesperación convenciéndose de que nada tiene tanta importancia.
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