Sabemos de sobra que la poesía funciona como antídoto contra el dolor, pero ¿en qué momento de la vida la escritura se convierte en esa tabla de salvación y de qué forma? Estas son las preguntas que le sirven como punto de partida a Esther Garboni para construir «A mano alzada» (Libros de la Herida), un poemario que hace pie en tres técnicas de las artes gráficas para fluir hacia la creación poética.
La herida que hace sombra
«A mano alzada» es un poemario dividido en tres partes. Cada una de ellas lleva el nombre de una técnica gráfica que le sirve a la autora para plasmar una idea sobre la que tratan los poemas de esa sección. A grandes rasgos podríamos decir que es un libro que usando como punto de partida aspectos relacionados con la identidad, va asomándose a la herida que provoca la búsqueda de esa inquietud, hasta desembocar en la poesía, ese espacio donde las preguntas cobran forma y color.
La primera parte se llama «Aguafuerte», donde el tiempo da valor a la idea y la búsqueda consiste en dar con la imagen invertida; después, viene «Pincel seco», que exige volver con insistencia sobre la obra entendiendo que menos es siempre más; y por último, «Invinación», donde el mejor resultado dependerá del uso que se haga de todos los sentidos sensoriales. Así, a través de la lectura podemos aferrarnos a una mirada inquietante sobre la vida y sus aristas.
¿Por qué relacionar la pintura con el dibujo? Hay también respuestas para eso en este libro. A través de sus poemas, Garboni nos va ilustrando el mapa de la vida, del crecimiento y el cómo la poesía se acerca a nosotros y permite crear una representación no sólo del mundo que nos ha tocado sino también del que nos gustaría. Y en ese sentido la palabra es pintura, herramienta imprescindible para construir un universo en el que sentirnos en casa.
La violencia y la construcción identitaria
La violencia que encontramos en los versos de Garboni es estremecedora. Con un estilo que está a medio camino entre la rabia y la calma, consigue plasmar acertadamente los mecanismos a través de los cuales el patriarcado intenta domesticarnos y torcernos desde que somos pequeñas. Y en ese sentido, aparece la poesía como un arma de escape, donde encontramos los recursos necesarios para desarrollar una búsqueda y una definición identitaria que trasciendan los límites con los que nos han bautizado.
«A mano alzada» propone una mirada precisa sobre el daño, como en la técnica de aguafuerte es importante el tiempo, de alguna forma la poesía nos presenta una revolución que necesita de maceración y empeño y que puede servirnos para definir la vida.
Contra lo que ha intentado hacernos ver el psicoanálisis, conseguir poner en palabras el daño no va a servir para que nos duela menos. Porque cuanto mejor podamos materializar esa herida más presente estará, sin embargo, si volvemos a ese símil del trabajo en aguafuerte podríamos conseguir que el dibujo de esa marca, la cara inversa del daño, nos ayude a definirnos. Creo que esa idea de la técnica aguafuerte es fascinante. A través de la poesía, no podemos conseguir las heridas se vuelvan superficiales o invisibles pero sí establecer sus límites, para tener una noción exacta de dónde nos toca-talla.
Perfeccionar la herida
Pero Garboni va todavía un paso más allá, y así como en la técnica del pincel seco donde menos es siempre más, ocurre igual en la vida. Porque la herida aunque duele puede ser vista desde diferentes perspectivas, escrita, tocada, pintada, y al hacerlo podemos transferir esa conciencia del duelo a un nuevo cuerpo, a una nueva idea de la vida, de la experiencia, dejar atrás, eso que se dice tan rápido. Pero con trabajo, paciencia y poesía es posible,
Pero ¿quién dijo que pintar o escribir era cosa de un día? Y en este punto podemos encontrar similitudes entre la escritura y la pintura, con la técnica del pincel seco que exige volver una y otra vez sobre la obra, para perfeccionarla, algo sólo posible con paciencia y trabajo. Un buen consejo, que vale para la vida y también para la poesía.
Así, la construcción de una identidad que evolucione según pasan los años y la experiencia para poder sentir-decir que ya nada queda más que la jaula de aquella que fuimos, el recuerdo de no haber sido felices, de haber vivido en la mentira, en la satisfacción de los deseos y expectativas que otros habían tallado sobre nuestra piel. Garboni vuelve una y otra vez sobre esta idea, tan cultural, tan antigua, y tan contemporánea.
Los sentidos como hilo conductor
Y en ese trabajo de perfeccionamiento es importante emplear todos los sentidos, y aquí entra en juego la tercer técnica pictórica. Hace unos días en la presentación de su novela «Sur», Antonio Soler expresaba que le interesaba escribir con la carne y no, con la inteligencia, me han devuelto sus palabras a este libro y a esta idea de crear con la amplitud de quien se deja asombrar por la vida y el lenguaje. Porque en ese punto en el que los sentidos cobran protagonismo se crean los poemas más deslumbrantes.
Es cierto que hay una poesía escrita con absoluta perspicacia que puede generar en nosotros un movimiento de engranajes que nos sirva para interpretar mejor el mundo, sin embargo, la verdadera poesía esa que punza nuestros sentidos y nos obliga a tocar el mundo con las manos, sólo puede escribirse degustando el dolor, dejando que las experiencias toquen nuestra piel hasta mancharla o quemarla, es decir, convirtiéndonos en tela que absorbe el color y el sabor del vino y permite que éste la transforme. Y otra idea que deja caer Garboni en este libro y que me parece fabulosa: escribir cada poema como si fuera lo último que hacemos en esta vida.
Leer «A mano alzada» de Esther Garboni puede permitirnos una mirada exquisita sobre las experiencias y lo que dejan en nosotros: el dolor, sí, pero sobre todo la posibilidad de valernos de la poesía para reconstruirnos y reinventarnos.
A MANO ALZADA
Esther Garboni
Libros de la Herida
9788494802805
72 páginas
12,00 €
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