Intento que no se me note pero a mí no se me da bien esto de mantener la calma. Antonio Lucas llega puntual a nuestra cita en el Círculo de Bellas Artes de Madrid; yo también, pero al sitio equivocado (a la esquina opuesta). Empezar así no me favorece para afrontar la conversación con seguridad pero en compañía de Lucas todo parece sencillo. Está convencido de que en una entrevista hay mucho de psicología; me pregunto qué habrá pensado de esta novata que confunde el vértice de los ángulos. Antes de que yo comience es Lucas el que hace las preguntas. Y consigue embotellarme en un recorrido por mi historia y mi extranjería sin que me dé cuenta (digamos, casi). Hay quienes se quedan prendados de una cara o de unos ojos, yo tengo debilidad por las voces y soy capaz de perderme en ellas. Me es sumamente difícil concentrarme cuando me siento fascinada con el timbre de una voz. En el caso de Lucas, además de su voz baritonal, tiene la extraña habilidad de hablar de cosas triviales o necesarias con la misma intensidad con la que cava túneles en la realidad a través de su columna del diario El mundo o de su poesía. No es difícil sentirse a gusto con un entrevistado tan inteligente y amable. Hay mucho de psicología en una entrevista, en la forma en la que queremos que los lectores vean al entrevistado, dice. Y yo espero ser justa-atinada-precisa al mostrar a este periodista y a este poeta fascinante que es Antonio Lucas.
P—Te he citado para hablar de periodismo porque ya conversamos hace no mucho sobre tu poesía. Aunque es difícil establecer un límite entre tus dos facetas (de periodista y poeta), ¿No?
R— Pese a mí, a que lo intento pero sí, indudablemente hay un vínculo. Aunque si la poesía se impregnase de periodismo no tendría sentido; sería una estupidez. Y si el periodismo que yo hago se rozase demasiado con la poesía sería un error, porque devaluaría algo que tiene que tener el periodismo que es el contar cosas, hacerle a la gente cercana algún tema que a ti te interesa o te entusiasmó o, al revés, del que rechazas su fundamento. Pero sí, es verdad que hay un vínculo porque ambos son literatura.
P—¿Y qué implica el periodismo para ti?
R—Lo que alimenta o empuja muchos días mi forma de escribir en el periódico es tener un sentido de la literatura dentro del periodismo. Algunas de las mejores páginas que se han escrito en periodismo en los últimos cien años las recordamos porque tienen una calidad literaria extraordinaria. Uno puede recordar el impacto de las grandes noticias pero lo que en verdad te hace volver a leer aquello es la literatura que tienen esas crónicas dentro. Es decir, ese pálpito de vida que está en las palabras y que algunos grandísimos periodistas son capaces de deleitar en sus crónicas, en sus textos y que hacen que tú estés en ese momento viendo lo mismo que ellos. Por ejemplo, tú lees las Crónicas de Gaziel, que fue un corresponsal de la vanguardia en la Primera Guerra Mundial, y parece que estás viendo exactamente ese campo de batalla. Esa cosa insalubre de la guerra, ese olor a sangre, ese olor a sudor, ese olor a miedo, ese olor a espanto, ese olor a pólvora… Te hace táctil la guerra, te la hace cercana en el sentido de que tomas conciencia de la crudeza de las cosas. Y eso es algo que se puede conseguir cuando alguien escribe muy bien y tiene un extraño sentido literario dentro. Hay muchos escritores que han ejercido el periodismo, como Gabriel García Márquez, que fue un excelente periodista. Aquellos primeros artículos que llamó «Las jirafas, y que escribió a finales de los años «40 cuando era un chaval, contienen una enorme calidad literaria, que ya estaba en el semillero y que más tarde lo revelarían como escritor. Hay escritores que han hecho del periodismo un gran género literario y no hay que tenerle miedo a eso. El periodismo también puede ser un género literario extraordinario sin perder su realidad y su condición.
P—¿Y hubo algún autor que te marcara en primera instancia para decir «Yo quiero ser periodista»?
R—Sí, hubo muchos autores que me marcaron, principalmente Francisco Umbral. Umbral fue revelador cuando yo era un adolescente.
P—Por cierto, siguiendo tus recomendaciones me he leído «Mortal y rosa» y me ha parecido fascinante.
R—Oh, sí. Es desgarrador y es extraordinario. Pues, él fue un gran periodista. Y eso mismo que tú has leído en «Mortal y Rosa» él era capaz de volcarlo en el periódico y que se convirtiera en periodismo y literatura a la vez: esa combinación es mágica. Umbral a mí me influyó mucho. Luego otros autores como Mariano José de Larra, César González-Ruano, las colaboraciones en prensa de Ramón Gómez de la Serna, Gay Talese, Tom Wolfe, Joan Didion. Y todos aquellos hombres y mujeres que establecieron ese nuevo periodismo, que en España se hacía mucho antes que en Norteamerica pero claro, teníamos menos capacidad de marketing. Aquí teníamos a Josep Pla, a Julio Camba o a Manuel Chaves Nogales, otro grandísimo periodista y cronista extraordinario. Es que lees a toda esa gente y dices «yo quiero escribir así o quiero ser así o quiero estar ahí como lo están ellos«. Y toda esa gente era a la que yo leía. Pero yo no quería ser como mis amigos, corresponsal de guerra, yo quería ser periodista de escribir en los periódicos crónicas sobre lo que veo, sin necesidad de exponerme a que me peguen un tiro en la pierna.
P—Es que también uno asume que las noticias siempre están afuera pero ¿no es valioso poder contar lo que uno vive, lo que uno tiene alrededor, y hacer una crónica de algo que a simple vista no pueda tener una relevancia a nivel histórico?
R—Claro. Tú lees a Indro Montanelli o a Curzio Malaparte, dos italianos que eran periodistas prodigiosos, y muchas de sus crónicas eran puramente inmediatas y domésticas que les habían sucedido mientras iban paseando por Roma de camino a la redacción y se encontraban con un perro cojo o con una señora que vendía altramuces, o algo que vendiesen en Italia por la calle… Todo eso es periodismo también; porque al fin y al cabo el periodismo no es sólo contar la gran hazaña del mundo. La gran hazaña del mundo es una de las partes que hay que contar pero también lo inmediato, lo que está cercano, lo que uno roza todos los días, lo que ve. Un paseo por la Gran Vía puede ser tan universal como contar la Segunda Guerra Mundial. Piensa que estás paseando por una gran calle y estás viendo vida por todos lados; cada vida tiene un conflicto dentro, tiene un arañazo, tiene un motivo de entusiasmo. Esa cuestión que tiene el periodismo a veces, de saber interpretar el mundo en lo más cercano como si fuese lo más grande y lo más impresionante de la vida, es capital, y a mí me interesa mucho. Y además porque hay una cuestión muy importante: el periodismo se sostiene sobre una mentira, como se sostiene la vida…
P—Y la literatura…
R—Sí, y la literatura. Pero en el periodismo es más fácil de detectar y es lo que se llama ser objetivo. Esa es una falacia que sólo vale para dar de comer a profesores de universidad muy malos, porque la objetividad no existe en periodismo. Es decir; tú no eres aséptico cuando estás escribiendo una crónica sobre una exposición o sobre un enfermo terminal. Tampoco cuando entrevistas a alguien. Te guste o no te guste lo que te diga tú intentas entender y comprender lo que ese hombre o esa mujer te está contando, empatizas con él o rechazas sus ideas, o te alejas de lo que dice; pero cuando tú escribes eso que has oído o que has grabado, inevitablemente en ti se están dando una serie de combustiones emocionales, intelectuales, que hacen que tú modules de un modo u otro la forma que van a tener los lectores de ver a ese señor o a esa señora. No quiero decir que hagas trampas; sencillamente, que tú eres un ser con glóbulos rojos, con linfocitos, con todo eso que sucede en tu sangre, en la masa de tu sangre, y que inevitablemente te expone a una emocionalidad cada día distinta. Que depende también de con quién hables. Tú no puedes hablar con todo el mundo igual, no puedes reflejar en una entrevista a todo el mundo igual; porque hay quien te mira y te sostiene la mirada, hay quien te esconde la mirada, hay quien titubea, hay quien habla muy de corrido, hay quien parece que lo tiene muy claro, hay quien parece que duda más… todo eso genera en ti unas condiciones muy concretas para la hora de escribir.
P—Quizás porque uno se siente cómodo o incómodo de acuerdo a cómo es el otro, a cómo piensa o cómo siente, o cómo uno se siente en su presencia.
R—Claro. Yo he hecho muchísimas entrevistas estos años y no siempre las que más me han gustado son las que mejor me han salido. A veces he tenido conversaciones estupendas con gente con la que inmediatamente nos hemos alineado muy bien y nos hemos comprendido, yo preguntando y esa otra persona respondiendo, y no tienen por qué ser las mejores. Probablemente yo recuerdo algunas entrevistas que considero dentro de lo mío, con modestia, muy buenas, de gente con la que la entrevista fue muy mal; pero muy mal. No nos entendíamos, no estaba de acuerdo en nada de lo que me decía… Pero yo no me iba desalentado a mi casa o a la redacción diciendo «Vaya mierda de entrevista«. No. Al revés, me iba entusiasmado y con ganas de escribirla porque había un conflicto ahí; había habido una tensión muy fuerte entre los dos y esa tensión se reflejaba en el texto también.
P— Y desde que comenzaste hasta ahora… ¿Sientes que a nivel emocional hoy las enfrentas con más tranquilidad o más seguridad?
R—Ahora emocionalmente las asumo más anestesiado. Ya no voy con miedo a las entrevistas. Me pongo nervioso en algunas, con gente que a lo mejor llevo mucho tiempo buscando o gente a la que admiro mucho. Pero ya son distintas; las manejo mejor. Es una cuestión de tiempo. Pero por supuesto no pierdo ese nervio porque yo creo que el día en que lo pierdes es como el día en que pierdes el nervio de escribir: esa sensación de vértigo, esa sensación de duda, de incertidumbre… el día en que la pierdes es malo, porque significa que te crees demasiado suficiente. Antes me costaba mucho llegar a entender qué quería decir esa mirada o qué quería decir ese gesto, y ahora ya no. Esto es como el que hace un trabajo manual y al principio está más torpe con los dedos y ya con el tiempo lo hace a ciegas; y esto no quiere decir que el trabajo lo haga de manera menos entusiasta, lo hace igual de bien que cuando empezó, con el mismo interés que cuando empezó, pero ahora es más sagaz, es más rápido… Ahora, las entrevistas tienen mucho de psicología. Cuando estás hablando con alguien inevitablemente tienes que estar interpretando en lo que te dice también lo que no te quiere decir. Tienes que aprender a interpretar al personaje y para ello debes conocerlo bien.
P—¿Y cómo las encaras?
R—Cuando estoy preparando una de las entrevistas largas tengo que llegar ahí sabiendo todo lo que pueda de ese tío, llamando a gente de su entorno, buscando toda la información que pueda: si está separado, si se corta las uñas los domingos… Saber estos detalles te sirve para ver a los personajes. Ten en cuenta que cuando se hacen entrevistas todo el mundo juega un papel: el que entrevista juega el papel de hacerte ver que está muy interesado y el entrevistado juega el papel de hacerte ver que es muy interesante. Y es muy curioso el juego psicológico que se establece en las entrevistas.
P—¿Dentro del periodismo es el género que más te gusta (el de las entrevistas)?
R—Sí, a mí es el que más me gusta. ¿Y sabes por qué? Porque es el que más te acerca a la gente; ése y la crónica. Me gusta porque es lo más inmediato: el hablar, el escuchar, eso es lo más inmediato para comprender a la gente y entender el por qué de ciertas cosas y el por qué de no saber ciertas cosas del otro.
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Fotografía: Revista Ping Pong
Comentarios1
Comparto tu fascinación por la voz y el talento de Antonio Lucas. Por otra parte, la entrevista demuestra la inteligencia de la entrevistadora para conseguir un desarrollo brillante de la misma. Felicidades a ambos por tan interesantes preguntas y respuestas. Un abrazo, Tes.
¡Qué difícil no admirar el talento de Lucas! ¿Verdad, Rapsódico? Gracias por tu comentario. Y, por cierto, mañana va la segunda parte, no te la pierdas 😉 Un abrazo enorme.
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