A veces los premios literarios no tienen una limpia distribución; ciertamente no es el caso del último Emilio Prados. El poemario ganador se titula «Mientras la luz» y pertenece a Lola Mascarell.
Antes de comenzar con el análisis, que desarrollaré en este artículo, quisiera destacar tres cosas de esta obra. Primero, la sencillez con la que ha sido escrita (tan poco habitual en estos tiempos, y tan pero tan imprescindible). Segundo, la perfecta concatenación, y permítanme utilizar este término, refiriéndome a la forma en la que se hilvanan los poemas, (formando un todo absolutamente legible). Tercero, la profundidad y la precisión en el uso de los términos (prueba de una intensa labor). Y ahora sí, pasemos al desglose.
Poemas introductorios
Debo reconocer que lo primero que llamó mi atención fue el título. Me pregunté «¿mientras la luz qué?» Y ¡ahí estaban las respuestas! Creo que la elección de este nombre ha sido absolutamente atinada porque cada poema puede hacer referencia a él.
En el sentido estricto de la palabra, la luz es un agente físico que permite que los objetos sean visibles por nuestros ojos. Puede ser natural o artificial, pero el efecto es el mismo… o casi.
A modo de introducción, el poemario comienza con unos poemas iniciales a través de los cuales la autora se acerca a la definición de la luz y de la poética.
El primer poema, homónimo del poemario, es avasallador. Una breve descripción de las sensaciones de alguien cautivo en una dimensión metafísica que le impide discernir entre el afuera y el adentro. Que necesita inevitablemente de las palabras para expresarse, pero ellas no aparecen. (Las palabras pueden significarlo todo, las ansias de decir aquello que no sabemos y la desesperación que nos embarga cuando deseamos escribir y las palabras no fluyen)…
Continuando. Sinceramente, creo que el pequeñísimo verso «Poética» es fabuloso. A través de él, Lola hace referencia a esa fluidez con que el aire besa a los álamos plateados; de la misma forma en la que el río canta al deslizarse entre las piedras y la poesía cobra forma, valiéndose de cientos de imágenes dispersas en el tiempo.
De los porqués y destinos de la existencia
Más adelante, pasamos a los poemas existenciales. A través de los mismos, Lola se acerca a esa necesidad tan propia de los humanos de querer paralizar los momentos; ese deseo profundo de vivir intensamente un instante, siendo conscientes de ello.
También aparecen ciertos planteos ineludibles de nuestra esencia; sobre la verdad y los por qués de las formas de nuestra existencia. Y, como no podía ser de otro modo, también hay espacio para infancia, ese pequeño retazo de nuestra vida en la que muchos desearíamos quedarnos para siempre.
Entre todos estos poemas hay uno que me gusta especialmente; se llama «Destino» y es muy recomendable por estar compuesto con una sencillez y una belleza poética increíbles. Se acerca a esa respuesta que muchas veces intentamos plasmar sobre el por qué de nuestra vida; el por qué de ésta y no otra vida. Hay un pequeño verso que creo que define claramente la idea poética de estos versos. Dice así:
Flores y eternidad
Existe una especie vegetal que se conoce como cayena o hibisco y que contiene a muchas subespecies; sin embargo, todas suelen conocerse con este mismo nombre.
¿Qué tienen de especiales estas flores? Su flor dura solamente un día. Pero no es de esas flores que van deshojándose a lo largo de la tarde, como ocurre con tantas otras, ésta lo hace de una forma muy particular. Primero se abre ampulosa, reluciente (imposible no reparar en ella) y cuando el día está por terminarse, comienza a cerrarse sobre su eje, como si algo la presionara desde dentro. Una vez que se ha cerrado completamente, se desprende del tallo y cae rotundamente al suelo.
No sé si esto puede ayudarles a comprender mejor el poema «Hibisco», aunque a mí sí me ha ayudado. Porque creo que podríamos establecer una analogía entre ese instante de brillo y exaltación con esos instantes de nuestra vida que cuando existen parecen eternos y que más tarde se desploman como la flor del hibisco.
No hay nada que pueda obligarnos a permanecer junto al tallo, debemos caer al vacío porque es el único modo de florecer algún día, aunque sea por un día. Y en este punto cabe preguntarse, como lo hace Lola en los poemas subsiguientes, en si será suficiente haber vivido y haber amado tanto, el día en que nos llegue la muerte, cuando ya no haya porvenir.
Y aquí también podríamos hilvanar un poema posterior que se llama «Trascendencia» y que me parece que es simplemente magnífico.
Si pensamos en el sentido de esta palabra, seguro que se nos ocurrirán mil cosas, que llenaremos páginas enteras, porque de un modo u otro todos tenemos algo para decir respecto de la muerte y la vida eterna, tanto los que creemos en ella como los que no.
Seguramente, Lola también tendría muchas cosas para decir. Y las dice, pero con una brevedad maravillosa. Laconismo que, en una segunda lectura, podría llevarnos a la idea de que por muchas palabras que utilicemos no podemos frenar el paso del tiempo, así como tampoco el paso de la luz. Y que lo único que quedará, cuando nosotros ya no estemos, serán esas volutas de energía invisibles que hoy nos rodean y traspasan.
Mientras la poesía
Sí, la luz es aquello que nos permite ver, tocar, vivir, ser en un mundo de oscuridad. Pero hay más, en este poemario esa luz parece establecer una semejanza con la poesía. A través de las palabras y de los versos, Lola consigue ver y comprender.
El mundo se hace visible y se comprende cuando aparece la creación poética. Y, como ocurre cuando se enciende una luz en una habitación absolutamente oscura, que una vez que has visto ya no puedes borrar esa imagen. Lo mismo te sucederá con este poemario. Una vez lo termines, luego de (espero) haberlo releído palmo a palmo, te llevarás frases colgadas que te acompañarán para siempre… Mientras la luz sigue derramándose.
Para terminar les dejo un breve fragmento del último poema. Se titula «Mar inmóvil». Espero que les guste y que se animen a descubrir a esta preciosísima autora.
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