Hoy les traigo otra lectura rescatada de nuestro desván de los libros perdidos. Se trata de «El arcoíris de gravedad» de Thomas Pynchon, una novela que camina entre el género bélico, las historias dramáticas y el suspenso y que, sin lugar a dudas, es recomendable leer al menos una vez en la vida. Así que, si aún no le han dado la oportunidad, ¡es un buen momento!
Una novela de trama difícil
Una de las cosas más interesantes de esta novela es la gran diversidad de personajes y situaciones y la forma fabulosa en la que Pynchon consigue unifircarlas. Nos encontramos con Tyrone Slothrop, un soldado norteamericano que trabaja para el Servicio de Inteligencia Británico y que tiene que hacer un minucioso trabajo de infiltración en un grupo de soldados alemanes, del que le costará muchísimo salir ileso. Ese podría ser el punto de partida de la historia, aunque lo cierto es que a las pocas páginas descubriremos que los hechos subsiguientes no tendrán una relación directa con este comienzo.
Es importante señalar en este punto que lo que Pynchon hace en este libro es arriesgado. Escribir una novela que no sea una novela; quiero decir, que se salga de todas las estructuras posibles para el género, es ciertamente descabellado. Pero así lo hace y nos ofrece una lectura novedosa y heterogénea con dos posibles desenlaces: nuestro enamoramiento definitivo con su autor o el rechazo rotundo.
Hay quienes opinan que este libro no tiene trama, lo cual es absurdo, porque todas las historias la tienen. De todas formas, es cierto que en él confluyen muchísimas historias y situaciones paralelas que conviven sin estorbarse, a veces sin tocarse, y el resultado es un libro complejo, de difícil lectura pero también de una autenticidad envidiable. Cabe mencionar que en esas múltiples historias que conviven hay por supuesto decenas de personajes que establecen entre sí relaciones de lo más variopintas y que otorgan al libro el hilo. Y aquí uno de los grandes puntazos de Pynchon: su estructura se centra en las relaciones que se establecen entre los personajes y no entre los hechos, como ocurre con la mayoría de las novelas.
El misterio en torno a Pynchon
Para muchos críticos «El arcoíris de gravedad» es una de las mejores novelas del siglo XX. Habría que decir que el hecho de que su autor pertenezca a ese grupo de criaturas literarias raras y misteriosas, que no se han dejado ver mucho y que han hecho una labor más bien silenciosa, sin duda agrega cierto misticismo e interés a la obra. Sin duda, es algo que muchos pensamos antes de sentarnos a leer este libro. No obstante, apenas pisamos este universo descubrimos que se trata de una novela escrita con muy buen gusto y una clara dirección estética, lo cual nos lleva a coincidir en aquella sentencia ya que se trata de una de las grandes novelas de su época.
Entre las cosas más criticadas y alabadas podríamos destacar el hecho de que el libro habla de muchas cosas diferentes sin detenderse fijamente en ninguna pero dando información certera sobre todo: sobre física cuántica, elementos químicos, relaciones bélicas, posturas sexuales, y todo lo que se nos ocurra. A modo de una gran enciclopedia, Pynchon se toma el tiempo de describirnos todo lo que da vida a la materia que se encuentra en el libro y nos permita atisbar a través de muchísimas ventanas que conducen a horizontes variados, muchos de ellos misteriosos.
Aunque posiblemente no sea un libro para los que simplemente encuentran placer en la lectura que entretiene, les recomiendo darle una oportunidad porque quién les dice que en esta lectura no encuentren un mundo nuevo y fascinante para ustedes.
En lo personal, es un libro que me ha fascinado y que recomiendo muchísimo si les gusta leer y conocer a partes iguales, mientras se zambullen en una historia diferente, que se escapa de los hilos normales de estructura narrativa. Espero haber dado razones suficientes para incluir este libro entre sus próximas lecturas.
No se pierdan otras recomendaciones del desván de los libros perdidos, como: «La puerta» de Magda Szabó, «La balada de los ahorcados» de François Villon y «Adiós a todo eso» de Robert Graves.
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