Revisar lo que escriben otras personas es la mejor manera de descubrirnos, y recomendar buenas lecturas una especie de necesidad-obsesión que tenemos algunas lectoras.
Ayer publiqué un artículo sobre tres autoras ineludibles de la Generación del ’60 y sentí la necesidad de continuar en esa línea; espero no volverme cansina. Aquí va una recomendación similar: tres autoras maravillosas de la Generación del ’70.
Sara Mesa y el mundo de los invisibles
Descubrir a Sara Mesa ha sido una de las cosas más gratificantes que me han ocurrido en torno a la literatura durante el último año. Me siento absolutamente identificada con su forma de amasar el lenguaje. Nos ofrece interesantes historias haciendo un prodigioso trabajo narrativo. Desde que comencé a leerla no he podido parar. Y es que sus hipnóticas tramas se acompañan de estructuras apropiadas a cada relato y nos convencen de que en ese libro habita la realidad, la única posible y necesaria mientras leemos.
La obra de Sara se concentra en criaturas por las que nadie, ni siquiera un escritor, daría sus ojos. Es decir, seres que habitan en la periferia de la periferia. Podríamos denominarlos los no vistos o los invisibles. En torno a esas criaturas ella construye historias atrapantes y fabulosas. A su vez, una tela de misterio acecha el contorno de lo que ocurre en sus historias, pero como ella consigue hipnotizarlos no somos capaces de salirnos del núcleo de la trama para atisbar el contorno: esto se convierte en una lectura-juega en la que todo parece posible y donde los sentidos son los encargados de determinar la transformación que las historias operan en nosotros.
Ahora todos están hablando de ese libro extraordinario que es «Cara de pan», que te recomiendo encarecidamente. Pero es que una vez que lo leas querrás ir más atrás: a sus relatos de «Mala letra» –donde habitan personajes variopintos y donde podemos leer la semilla de esa otra historia–, a su novela «Cicatriz» –donde nos invita a observar el mundo con otros ojos y a disfrutar de una historia enrevesada en la que muchos podremos vernos reflejados–, y a su otra novela «Un incendio invisible» –donde trabaja el distopismo de una forma absolutamente auténtica–. ¡Espero que te enamores tanto como yo de esta fabulosa escritora!
Alguien dijo que es una autora a la que nos será difícil olvidar, y yo me pregunto ¿quién podría desear hacerlo? ¡Es maravillosa!
Remedios Zafra y los que miran
Remedios Zafra es otra de las autoras de esta generación que me fascinan. Una voz a la que siempre vuelvo. En sus libros ha sabido reflexionar y entregarnos una visión del mundo filosófica y contundente. «Ojos y capital» es para mí uno de los grandes ensayos de nuestro tiempo; una reflexión en torno a los cambios en la vida respecto a las realidades privadas y públicas.
Su última novela «Los que miran» hace pie en ese fabuloso ensayo para ofrecernos una revisión del duelo teniendo en cuenta las experiencias de nuestra modernidad que fagocitan las relaciones y que nos obligan a producir cuando lo que deseamos es recomponer nuestro esqueleto. Pero no quiero dejarme fuera «El entusiasmo», un ensayo delicioso sobre las formas de crear y producir arte en un mundo que teme hablar de dinero y que deja en manos de las instituciones el control de las cosas que más nos importan.
Leer a Zafra es asumir que siempre existe una nueva mirada para las mismas cosas; lo cual significa que tenemos mucho que aprender todavía.
Valeria Correa Fiz y el mundo perdido de la infancia
Recientemente reseñé su poemario «El invierno a deshoras» (Poesía Hiperión), un delicioso texto en torno al deseo que nadie debería perderse. Sin embargo, a Valeria la conocí con un libro de relatos que me pareció y sigue resultándome extraordinario: «La condición animal» que supuso un antes y un después en su carrera literaria, y que supone un antes y un después en los lectores que nos acercamos a él.
Entre los aspectos más reseñables de la narrativa de Fiz no me quiero dejarme fuera su capacidad para plasmar la melancolía que produce el mirar atrás. Y, si bien esto no parece novedoso, la forma en la que ella lo hace me parece auténtica y me llega profundamente. Porque, pese a tratar situaciones y conflictos que dan muchísimo juego para el uso de un lenguaje cursi o nostálgico, su escritura se halla desprovista de adornos y se enfoca en la acción o la consecuencia del pensamiento en la vida; es decir, en la forma en la que el pasado transforma la materia del presente… Valeria es cruda cuando la historia lo exige y se permite la ternura sólo cuando se vuelve imprescindible. Hay mucha valentía en esta actitud, y me encanta. No deberías dejar de leer a esta autora.
Estoy convencida de que leer a Valeria me ha servido no sólo para encontrarme con buenas historias, escritas con oficio y talento, sino también para conocer(me) mejor las transformaciones que tienen lugar en nosotras cuando hemos vivido determinadas experiencias que, a simple vista, puedan ser cotidianas o anodinas. Por otro lado, creo que sirve volver a ella para encontrar respuestas respecto al propio oficio narrativo. ¡No te la pierdas!
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