Con motivo de los 90 años de la fundación de la Generación del 27 hemos publicado este texto, en el que citamos las raíces de este grupo artístico y sus principales referentes. Continuando con este homenaje a una generación imprescindible de la literatura española, hoy escribo sobre algunas de las voces femeninas destacadas de esa generación.
Es este un buen momento para recomendar el libro «Las sinsombrero» de Tània Balló, semilla del documental homónimo. Dos trabajos muy interesantes de disfrutar para descubrir el silenciamiento del que fueron víctimas la mayoría de las mujeres de esta generación, amigas, esposas y compañeras de los hombres que se llevaron los aplausos y que colaboraron toscamente con que ellas fueran ignoradas.
Si buscamos rasgos en común en las autoras del 27 es inevitable pensar en esa valentía aguda que les permitió buscar un espacio auténtico con una nueva mentalidad; no ya cuestionando si les pertenecía sino apoderándose de él, en un mundo bélico y machista. Fuertes, libertinas, decididas… la literatura no sería lo que es sin ellas, aunque durante muchas décadas se las haya dejado en el lado oscuro de la escena.
Escribo en este texto tan sólo de tres de esas mujeres, que son las que más he leído (y admirado) de esa generación: Concha Méndez, Rosa Chacel y Ernestina Champourcin.
Concha Méndez
Concha Méndez es una de las primeras voces que me vienen a la mente cuando pienso en esa época. En las fotos aparece como una mujer seria y firme; aunque quizá sólo sea el reflejo de lo mucho que le costó hacerse respetar. Porque al leerla descubres una voz pausada que se deja llevar por el humor para poner en palabras universos sumamente coloridos e interesantes. Sin ataduras viajaba por el mundo y escribía poemas y teatro que permiten percibir que había en ella una inteligencia y una sensibilidad abrazadora. Y fue esa libertad y esa firmeza quizá lo que vio en ella Altolaguirre, uno de los poetas malagueños peor queridos de la generación.
Concha y Manuel fueron eslabones fundamentales para la difusión de las obras de los artistas de su generación a través de sus trabajos en la revista litoral y la Imprenta Sur, en la que Gerardo Diego publicó las primeras antologías de la generación. Fue entonces cuando ocurrió aquel suceso que nos permite descubrir a una Concha valientísima. Al ver que Diego dejaba fuera a todas las escritoras lo encaró diciéndole:
Y así era. Y algo habrá cambiado esa conversación la mentalidad de Diego ya que, pese a que muchos de los demás escritores no querían compartir página con las mujeres, en la segunda edición de la antología incluyó a algunas. ¡Pantalones y valentía, qué duda cabe!
Otro de los grandes aportes de Concha Méndez para la igualdad en el mundo del arte fue la creación del Lyceum Club Femenino, un espacio cuyo objetivo era instar a las mujeres a unirse y debatir en torno a cuestiones culturales, sociales y estéticas, y a colaborar por la visibilidad de las creaciones femeninas. Sin duda su trabajo permitió que hoy muchas de aquellas mujeres puedan ser recordadas.
De Concha hay que leer «Canciones de mar y tierra» (1930), «Niño y sombras» (1936) y «Memorias habladas, memorias armadas» (1991). Este último me ha resultado absolutamente impactante y es un libro al que suelo volver cada tanto.
Rosa Chacel
En noviembre de 1984 el periódico «El País» publicó un artículo sobre la escritora Rosa Chacel. En él se cuenta en detalle el difícil aprieto económico que experimentaba la autora de «Novelas antes de tiempo»; situación que la había llevado a plantearse seriamente abandonar el país para mudarse a Brasil, donde residía su hijo, a fin de poder sostenerse en la vejez. No he encontrado más información al respecto; se sabe que este segundo exilio no tuvo lugar y que después publicaría muchas otras cosas pero me quedo pensando en qué condiciones habrá vivido sus últimos diez años de vida, moriría en 1994.
Chacel se destacó dentro de la generación del 27 por haber sido una de las autoras que mejor supo retratar el perfil de la mujer de la época. Sus textos irradian sinceridad y una pasión fervorosa por la vida y por la libertad. Y su vida, que estuvo llena de golpes, también lo estuvo de ilusión y de un nomadismo sumamente prolífico, aunque austero, que le permitió comprender cosas que, sin lugar a dudas no habría entendido de no marcharse de su tierra.
Entre las novelas ineludibles de Chacel se encuentran «Memorias de Leticia Valle» (1945), «La sinrazón» (1960) y «Barrio de las Maravillas» (1970). Valen mucho la pena también sus «Versos prohibidos» (1978).
Ernestina de Champourcin
La vida de Ernestina de Champourcín es una de las que más llama la atención. Así lo cuenta Balló en el libro; porque al final de su vida la poeta se aferró a la religión (más precisamente al Opus Dei) y la crítica fue descarada y cruel con ella, quitándole la relevancia de igualdad que hubo en todo lo que la autora compuso. Las vueltas de la vida llevaron a que esta poeta que había luchado con pluma firme terminase olvidada y ninguneada por la alta crítica literaria. Las vueltas del mundillo literario.
Ernestina fue discípula de Juan Ramón Jiménez, y aunque para muchos fue de las mentes más brillantes de su generación, él no la cita ni una vez. Pero además, fue una mujer capaz y decidida; por ejemplo, cuando conoció a Concha Méndez y supo de qué se trataba el Lyceum Club Femenino, quiso formar parte e inmediatamente comenzó a encargarse de la parte del proyecto enfocada a la literatura.
Champourcín tiene una poesía honesta y diversa; vale la pena leerla con atención, en todas sus etapas. Algunos de sus libros indispensables son «La voz en el viento» (1931), «Huyeron todas las islas» (1988) y «Epistolario» (1997); este último libro que permite conocer su intercambio epistolar con Carmen Conde puede ayudarnos, además, a entender muchas cosas de aquella época tan dura con la mujer, sobre todo, si había una vocación artística.
Esas mujeres que con machetes y pantalones debajo de las faldas iban abriéndose camino en un mundo de hombres, machista, y donde la guerra asolaba las ciudades, son imprescindibles para entender toda la historia. Mujeres que salían en las fotos grupales pero cuyos nombres no aparecen en los pies de foto. Mujeres como las citadas, como María Zambrano o Josefina de la Torre, de quienes destaco la capacidad para construirse a pesar de todo. Porque en un momento clave en el que las mujeres tenían un objetivo bien definido: ocuparse de la casa, de criar a los hijos y de asegurar el porvenir de la especie, ellas se abrazaron a la literatura como única barca posible de salvación individual. Y, pienso, no existe valentía y trabajo mayor (y más necesario) que éste.
Comentarios1
Me ha encantado el artículo y es bueno que recordemos a nuestras predecesoras literarias. Magnífica información. Gracias,Edna.
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