«Boy Erased (Identidad borrada)», de Garrard Conley —Editorial Dos Bigotes—

«Boy Erased. Identidad borrada» de Garrard Conley (Dos Bigotes) es un libro acerca de la fuerza que la educación religiosa y las imposiciones heteropatriarcales tienen sobre el desarrollo de las emociones y la sexualidad. Si bien es un relato autobiográfico debería leerse como un texto acerca de la naturaleza humana, donde el peso de la tradición y las expectativas de los mandatos pesa en la conformación de la identidad. Un libro imprescindible para construir un mundo diverso.

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Foto: Dos Bigotes

En su libro «El año del pensamiento mágico» Joan Didion narra la imposibilidad de la madre de un militar fallecido en combate de enfrentarse al duelo. Cuando llega a su casa el soldado de uniforme de gala para anunciarle la noticia, ella se convence de que si no le abre la puerta –«no puede usted entrar»– el soldado se marchará y su hijo no habrá muerto. Sobre la necesidad de negar lo que se mueve en nuestro interior y no somos capaces de poner en palabras, y sobre la manipulación de las instituciones sobre el desarrollo de la identidad escribe Garrard Conley en su libro «Boy Erased (Identidad borrada)», traducida por Bruno Álvarez Herrero y José Monserrat Vicent (Dos Bigotes). Y vuelvo a la imagen de esa madre, porque he pensado que en cierta medida representa una actitud que deviene de la forma en que nos educan, donde la huida de las propias emociones es una buena decisión si con ella evitamos romper el equilibrio social establecido. Es éste un libro imprescindible sobre el peso de la moral sobre nuestra independencia y una invitación a sobreponernos a la violencia de las normas. Imprescindible en estos tiempos grises que transitamos.

Poner en palabras el deseo, implica una renuncia

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La vida del protagonista de «Boy Erased (Identidad borrada)» da un vuelco cuando se da cuenta de que no podrá fingir durante mucho tiempo más aquello que siente, o mejor dicho, lo que no siente. Hijo de un pastor evangelista, criado en un pueblo pequeño, el joven acepta someterse a una terapia de conversión sexual con tal de que su vida no se transforme y de no decepcionar a sus padres. Alentado por las normas religiosas que le han inculcado de pequeño, abandonado por todos, lo único que desea es volver a esa instancia anterior, cuando la vida aún no se había estropeado –como si fuera posible, como si fuera posible abandonar el propio deseo para tener una vida como la que los demás imaginan para él–, ignorando el daño que aquella experiencia dibujará sobre su psique.

«Boy Erased (Identidad borrada)» es la reconstrucción de la experiencia de Garrard Conley en Love In Action (LIA), una organización fundamentalista cristiana fundada en 1973 que realiza terapias de conversión en Estados Unidos. El escritor, nacido en Arkansas, ha realizado un trabajo de revisión del pasado minucioso y doloroso, donde constantemente se percibe el peso de las expectativas ajenas sobre la propia identidad. A través de un discurso que toma del diario y de los libros de memoria el tono pero que se convierte en un documento contundente de lucha contra la homofobia, nos ofrece evidentes datos y pruebas que podrían ayudarnos a entender lo peligrosas que son estas terapias (por si todavía tuviéramos alguna duda) y las consecuencias de este tipo de tratamientos. No obstante, aunque se trata de un relato autobiográfico, apunta a imprimir en nosotros el deseo de la lucha por la diversidad, contra los ismos que intentan ahogar el deseo y el desarrollo libre de la psique.

¿Dónde podría encontrar un «yo» nuevo?, se pregunta G. y se lanza a una búsqueda interior que le permita reubicarse en la vida, pese a los traumas causados por la terapia y la violencia sufrida sobre su cuerpo y su espíritu. Salirse de la mentira que intentaron imponerle desde LIA no le resultará una tarea sencilla. De hecho, supondrá la asunción del dolor y la soledad como ingredientes constitutivos del viaje, con todo lo que ello supone. El tiempo que ha durado su paso por LIA se ha caracterizado por sufrir el ahorcamiento de su propio yo y la imposición de una reconstrucción identitaria que anulase su verdadera esencia; a través de mecanismos de culpabilización y reorientación cuya finalidad era –y es (es importante no olvidar que este tipo de violación psíquica siguen teniendo lugar en este mismo momento)– dibujar en él una personalidad con una visión estructurada y machista de la existencia, completamente ajena y lejana a sus deseos y sus verdades vitales.

La falta de representación de la comunidad LGTBI en las películas, en los videojuegos y en la literatura sigue siendo un hecho. Pese a la labor de muchas instituciones y colectivos, fuera de la heterosexualidad parece no existir nada. La invisibilidad de otras posibles formas de amar, desear y follar provoca un rechazo inconsciente hacia ellas y es uno de los pilares en los que se apoya la homofobia y ha permitido la consolidación de una estructura social unidimensional. Las grandes producciones no tienen protagonistas homosexuales y cuando los tienen la trama suele centrarse en la sexualidad. Lo que fomenta una desvinculación por parte de la sociedad en general respecto a las experiencias vitales de los homosexuales, al plantearlas con una distancia que impide la identificación con los personajes. Sobre esa falta de inclusión –que se manifiesta en la ausencia de modelos con los que formarse y compararse; mecanismo fundamental en la formación de la identidad– nos permite también reflexionar este libro.

Me gustaría que leyeras esta historia como leerías a cualquier autor o autora que te guste. Y es que en primer lugar, y más allá del carácter autobiográfico del texto, estamos ante una historia que nos dice algo y que nos puede servir para mejorar como personas –como cualquier buena historia de la literatura–. Por lo cual, no importa tanto la identidad de quien escribe, sino de quien vive, y debemos empatizar y vivir la experiencia de este personaje como si nos estuviera ocurriendo a nosotros –como sucede en toda ficción– y no con la distancia de «mira lo que le ha pasado a tal», «¡qué vida tan difícil ha tenido!». Es justamente la imposición de esa distancia frente a las realidades que no nos atraviesan directamente la que nos impide cambiar este mundo.

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La voz interior y el silencio de dios

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El deseo de G. por satisfacer al padre, por hacer sonreír a la madre, es tan fuerte que incluso llega un punto en el que dice que lo va a conseguir sin importar la cantidad de sentimientos que tenga que sacrificar en el proceso. Es terrible pensar en cuánto somos capaces de sacrificar los humanos con tal de sentirnos queridos. Y es precisamente por ahí, por ese agujero de amor necesitado que entran las religiones, y nos dominan, y nos instan a renunciar al propio deseo si contradice sus escrituras. El miedo que es respeto hacia los otros se convierte en el peor enemigo de Garrard. El miedo es siempre nuestro peor enemigo.

¿Y si además del miedo a los seres humanos tienes miedo y temor de dios? La sombra pronunciada que aguarda después de la aceptación de la identidad es todavía más imponente: lo desconocido con forma de castigo, con forma de vida eterna sumida en el dolor. ¿Quién no desearía huir de una realidad así? ¿Quién no pediría en secreto en tales circunstancias volver a nacer y ser diferente? Los conflictos morales y emocionales que debe enfrentar Garrard le llevan a convertirse en un extraño frente a él mismo, porque no quiere reconocerse sabiendo que asumir su identidad será renegar de una serie de normas que ha aceptado como propias, que no ha sido capaz de cuestionar y que en cierta forma le han permitido sentirse contenido y tranquilo. Hasta el derrumbe; cuando la fe tambalea y lo que sabía cierto se convierte en una farsa.

Después de la fe derrumbada lo que nos abraza es el silencio desolador, la inseguridad, una autoestima dilapidada por años de imposiciones y creencias, y después, el silencio de un dios al que le hemos ofrecido todo lo que teníamos. Esta es una de las consecuencias de las educaciones fundamentalistas más difíciles de superar. Un pozo ciego del que no te recupera ni toda la libertad del mundo. La sensación de vacío que provoca la ruptura absoluta con el pasado, y la extrañeza de una nueva identidad que debe asumirse si se desea vivir. Y sobre este tema escribe de forma magistral Conley. No había leído antes un texto al respecto con el que me haya sentido tan identificada, y sin embargo no creo que esto sea lo más importante (que yo pueda sentirme identificada, quiero decir) sino que este libro nos ofrece contundentes evidencias acerca de lo peligroso de las dictaduras y es un manifiesto a favor de la educación en la libertad y el respeto. ¡Ojalá encontráramos otras lecturas así, tan sinceras y lúcidas!

Foto: Dos Bigotes

El después de las terapias de conversión sexual

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«Identidad borrada» es un libro importante. El relato es absolutamente sobrecogedor y no salimos de él ilesas. La observación de los daños de la religión desde dentro, sin embargo, es todavía más fuerte. Y sus consecuencias perduran para siempre. Por tanto, no creo que Garrard, y él lo insinúa un poco en el texto, pueda recomponerse del todo de esa experiencia. Porque no salimos bien de la brutalidad de la infancia; nos acompaña para siempre, nos azota en sueños, vuelve cada dos por tres para recordarnos que no somos libres del pasado. Y es por esa razón que este libro es importante. Y es por eso que todos deberían leerlo. Que debería leerse en las escuelas y debería hablarse a los niños y niñas sobre la importancia de defender su propia integridad psíquica, sobre la importancia de luchar por lo que sentimos y lo que somos; antes de que sea tarde. Es entonces un libro esperanzador en ese sentido, porque relata la experiencia de un joven, pero en él cabemos todos y todas, y nos invita a construir miradas nuevas sobre nuestra propia realidad y a luchar por un mundo donde la educación no siga permitiendo el uso y abuso de los patriarcas de las religiones. Un libro que nos advierte sobre las consecuencias de las dictadoras morales. Por eso es importante.

Depresiones bestiales, la autoestima por el suelo y una relación delicada con su sexualidad son las consecuencias de una educación religiosa extrema. Son los mismos síntomas que afirma el terapeuta Gabriel J. Martín que experimentan los jóvenes que han sido sometidos a terapias de conversión sexual; que, aunque son ilegales siguen llevándose a cabo de forma institucional (en algunos obispados e instituciones que dependen de ellos) y de forma privada (en casi todas las familias). La pregunta que nos invita a hacernos Conley es ¿por qué alguien termina aceptando internarse en un sitio-callejón así? Por miedo, por obediencia, por esperanza (la posibilidad de dejar de ser aquello que tus padres desprecian de ti), y porque nos educan para la enfermedad: a través de la repetición sistemática de frases despectivas y de la manipulación de las psiques mediante el sentimiento de culpa. Y es que hay una cuestión cultural de fondo: desde pequeños crecemos con la idea de que la homosexualidad es una enfermedad que puede curarse; y a esa idea se aferra la religión para tramar estas mal llamadas terapias cuya finalidad es contribuir con la normalización de una única identidad sexual. Contra esto escribe Garrard, narrando espeluznantes experiencias, como ésta en la que cuenta cómo el líder de LIA corrige la postura de su cuerpo.

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Foto: Dos Bigotes

La literatura como experiencia universal

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Desde tiempos antiquísimos tenemos las mujeres muchas dificultades para conseguir que el canon se crea nuestras historias como una verdad que habla de nuestra especie, de nuestra tradición, de nuestra herencia. La literatura escrita por mujeres es «literatura de mujeres» y entra en una dimensión nebulosa donde el crédito es inferior al que tendrían las mismas historias firmadas por hombres y protagonizadas por hombres. Con las historias donde los protagonistas son homosexuales ocurre lo mismo casi siempre. La sexualidad se pone por delante de la propia experiencia, las emociones de un gay no son asumidas como una cosa común humana sino como algo exclusivo de quien vive una sexualidad no convencional. Esto colabora con la consolidación de un canon literario heteropatriarcal y nos impide mirar la vida desde una perspectiva amplia (para experimentar de verdad los sentimientos de los protagonistas; que es la única forma posible de leer, de leer bien, quiero decir), porque inconscientemente aprendemos a asumir la vida desde ese normalización lineal.

Mientras leía «Identidad borrada» me sentí extremadamente unida a muchas de las afirmaciones, de los miedos, de las paranoias del protagonista. Sé de qué habla cuando dice que la religión imponía sobre las relaciones familiares un velo de rigidez que impedía ver la verdad. Sé de qué habla cuando expresa que la aceptación de su identidad era la asunción de la pérdida de un espacio interior que hasta ese momento le había parecido necesario; la pérdida de una entidad que, habitando en su interior, hacía que no se sintiera solo. Sé de qué está hablando cuando dice que el momento en el que asumió que no era como los demás estaba aceptando que su vida era para siempre, que la soledad era para siempre. Y todo esto no está ligado a la sexualidad, o no de forma inexorable; quiero decir, que abarca muchos otros planos de la vida del individuo. Me encantaría que todos y todas se dispusieran a leer este libro no como la narración de lo que le ocurrió a Garrard, sino como la comprobación de lo enfermizas que son las familias, de lo urgente que se vuelve terminar con la educación religiosa y sus imposiciones, y el deseo de analizar y explorar el universo enmarañado de nuestras emociones. La religión (y en ocasiones incluye –casi siempre– la familia) rompe todo lo que toca y nos condena para siempre. Abrir los ojos no nos permite salir sanos de una vida así, pero sí puede ayudarnos a vivir en armonía con nosotros mismos, le pese a quien le pese.

Entonces, fundamentalmente estamos ante un libro contra el fanatismo religioso. Es muy triste que como lectores no tengamos la capacidad de posicionarnos en la vida de personajes que no son «yo» y que no seamos capaces de hacer la transferencia. No se trata sólo de entender y empatizar con el personaje de los libros, se trata de ver qué hay en ellos de nosotros, de nuestra sociedad. Y en este punto creo que sería importante mencionar la preciosa labor que están haciendo los chicos de Editorial Dos Bigotes. Porque su trabajo no debería reducirse a la publicación de literatura homosexual, sino que deberíamos apreciar su contribución a nuestro entendimiento del mundo, de nuestra humanidad, al ofrecernos libros que contienen puntos de vista en torno a la vida.

Por todo esto pienso que «Boy Erased. Identidad borrada» es un libro necesario para todas, independientemente de nuestra sexualidad, y debemos leerlo pensando en todos los aspectos de nuestra vida, incluida la sexualidad. Es un libro estremecedor sobre la fuerza de la violencia subterfugia que se cuela en nuestra vida a través de la educación y de las relaciones sentimentales, y es un manual ineludible sobre la importancia de poner en palabras lo que somos, quiénes somos, sin importar lo que los demás tengan para decir o pensar al respecto. ¡No se lo pierda nadie!

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IDENTIDAD BORRADA
Garrard Conley
Traducción: Bruno Álvarez Herrero, José Monserrat Vicent
Portada: Raúl Lázaro
Dos Bigotes
978-84-949674-0-5
376 páginas
Papel: 21,95 €
Digital: 7,59 €



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