El irónico Ray Bradbury siempre encontró una forma perspicaz para decir las cosas; por eso, cuando alguien le preguntaba acerca de esa eterna-extraña relación entre literatura y alcohol él respondía entre risas. Decía que los escritores necesitan alimentar a sus musas y que muy pocos lo hacían recurriendo a la leche con galletas; la gran mayoría tenía tanta sed que encontraba las palabras en la bebida, en el fondo de una botella, decía. Él no era la excepción. El autor de «Crónicas marcianas» tenía una gran predilección por la ginebra. Al igual que Hemingway, Bishop, Parker y Sexton, Ray acudía al alcohol como si deseara encontrar allí todas las respuestas.
La pobreza y la educación autodidacta
Ray Bradbury nació en Illinois, el 22 de agosto de 1920, aunque pasó gran parte de su vida en Los Ángeles. Si bien desde pequeño demostró un gran interés por las letras, después del instituto tuvo que abandonar los estudios para ponerse a trabajar, ya que provenía de una familia de bajos recursos y no podían pagarle los estudios. Durante su primera etapa de escritor, de hecho, sufrió muchas carencias económicas; hasta que le llegó el éxito que le permitió acceder a un buen pasar económico que vino acompañado de tiempo y tranquilidad para dedicar a la escritura.
Su experiencia lectora no le vino de arriba: se formó como autodidacta, dedicando todo el tiempo libre del que disponía para embarcarse en extensas lecturas en la biblioteca de la ciudad en la que residía. Así formó su criterio lector y las bases de su narrativa, que serían indiscutibles para el mundo. Sus primeros trabajos fueron pequeños cuentos que vendía a revistas de poca monta, muchos de los cuales se han perdido en el olvido. La obra que lo convertiría en ese autor indiscutible fue «Crónicas marcianas» que le ayudaría a conseguir un lugar en el mundo de la literatura anglosajona.
La bebida e Irlanda
Entre su acercamiento al mundo de la bebida, podríamos destacar el estudio que desarrolló en irlanda, en torno a la inclinación casi natural de los irlandeses por el alcohol. Permaneció en este país tan sólo siete meses, pero al regresar a su tierra tenía una teoría bien desarrollada.
La bebida era un espacio de libertad que permitía a las personas desarrollar una vida al margen de las instituciones, que obraba como un patio de recreo en el que descansar de las represiones impuestas por la religión y la moral social. El alcohol, de este modo, permitía un espacio de cobijo, un oasis, en medio de los dos grandes y rígidos pilares que regían la vida, la institución de la iglesia y de la familia. Todo eso le sirvió a Bradbury, sin duda, para dejarse abrazar por la ginebra sin remordimientos: si la bebida permitía acceder a un estado de paz y libertad, ¿qué mal podía haber en ello?
El texto en el que Bradbury trabajaba era sobre una adaptación cinematográfica de «Moby Dick». Y esto aunque pueda parecer que no venga mucho a cuento sí que está relacionado con el tema que nos compete; puesto que embarcado en una narración fantástica, los pasos de Bradbury se fueron mezclando con el alcohol hasta aterrizarlo en una obra en la que combinó relatos folklóricos irlandeses con experiencias propias en la tierra de los pubs y su impresionante imaginación.
Este es sin duda el rastro más persistente de la bebida en Bradbury, gracias a la cual pude concluir un guion impresionante que lo coronaría como uno de los grandes guionistas de su época. Durante su estancia en Irlanda Bradbury se alojó en el Royal Hotel Hibernian de Dawson Street, que hoy es un imponente centro comercial. En ese edificio garabateó noches enteros, mientras intentaba derrocar a la ballena blanca, en compañía de licores y bebidas irlandesas.
Durante el día buscaba gente dispuesta a contarle historias y leyendas entretenidas de Irlanda, y encontró tantas que regresó fascinado y enamorado de esa tierra fértil literariamente hablando. «Sombras verdes, ballena blanca», sin lugar a duda es uno de los grandes libros de Bradbury, con el que ofrecería un largo poema de amor a Irlanda e intentaría explicar esa extraña fascinación de los escritores por las historias y la bebida, en idénticas proporciones.
Ray Bradbury fue una menta abierta que cambió la forma de hacer literatura de ciencia ficción. Sin duda le debemos muchísimo. Sin embargo, con su humildad no fue capaz de aceptar que sus sentencias estaban cumpliéndose. De hecho, aseguró en diversas entrevistas que no había intentado hacer predicciones sobre el futuro en su obra. No obstante, al leerlo nos encontramos con numerosas referencias a una realidad que cada vez parece más la que habitamos. ¿Acaso las musas del fondo de la botella le ayudaron a acceder a un territorio difícil de conquistar en estados lúcidos?
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