De un tiempo a esta parte ha aumentado mucho mi interés por la cultura popular que se vuelve literatura. La narrativa oral, de la que venimos, es un mundo lleno de posibilidades que creo que hasta el momento ha sido mal explorado por la teoría y la crítica. En la tradición cuentística se funden no sólo los rasgos culturales de una comunidad sino también su visión del presente y sus ansias de futuro, por eso, detenernos en un estudio exhaustivo de la oralidad de un pueblo puede servirnos para entender mejor su literatura y también la época en la que vivimos. Me propongo analizar algunos aspectos de la tradición oral y su relación con el universo del cuento. Comienzo con una breve semblanza en torno a la evolución del género infantil a lo largo de los años.
De la narración oral a la literatura infantil
Dice Joel Franz Roseell en un ensayo sobre narrativa infantil y educación que el problema de la literatura infantil es que se la ve como una especie de pastilla pedagógica, que se suministra a cuenta gotas y jamás se cuestiona. Contra esa idea, continúa, es importante entender que el papel de la literatura es convertirse en mundo transformado a través del lenguaje. Con este mismo parámetro podríamos mirar la tradición, la narrativa oral, y realizar un análisis profundo y absolutamente exquisito sobre la sociedad, su historia y lo que le espera. Porque en los cuentos tradicionales estamos nosotros, pero también está escrito lo que se espera de nosotros, y repensar esa simiente puede ser fundamental para cambiar el curso de nuestras sociedades.
Relatos, mitos y leyendas son el origen de la literatura, de la narrativa infantil pero también de la literatura contenida en otros géneros, entre los que se incluye el ensayo y los estilos entendidos como académicos. Aunque con el correr de los años y las especializaciones técnicas, se ha desprestigiado la oralidad por considerarla demasiado llana, continúa siendo fundamental para la experiencia literaria y lectora puesto que representa en sí misma la necesidad que tenemos de narrar.
Aunque ahora estamos acostumbrados a que la literatura infantil aparezca bien separada de los libros para adultos, no siempre fue así. En sus comienzos, la literatura se componía de relatos y mitos que se transmitían a todas las edades sin distinción, y que servían para educar pero también para entretener. Al igual que ocurría con otras actividades intelectuales, la lectura en la infancia no estaba relegada a una serie de formatos o estilos cursis y poco exigentes. Todos tenían acceso al mismo contenido y aprendían así, formándose como individuos y adaptándose a lo que iban pudiendo comprender dependiendo de sus posibilidades intelectuales y culturales.
La literatura que parte de la oralidad comenzó en torno a fogatas en las que se reunían nómadas y sedentarios de todas las edades y sexos, donde había un espacio de interacción al que ya no estamos acostumbrados. En ese contexto las fábulas se transmitían y, al mismo tiempo, se reinventaban según el escenario y las necesidades del público. La oralidad era una especie de escritura instantánea donde importaba mucho el cómo, porque de la capacidad del cuentista dependía la atención que los oyentes prestaran a lo que tenía para decir, y también la salvación de la historia del mismísimo olvido.
Roseell argumenta que el estrecho lazo que se ha instaurado entre literatura infantil y tradición oral es posible que responda a que entre esos primeros oyentes sin duda habrán sido los niños, seres curiosos por antonomasia, los más dispuestos y atentos para absorber esas historias y renarrarlas. Y así, con el paso del tiempo llegaron a fundirse y confundirse ambas como si fuesen una misma cosa; totalmente alejada de lo que algunos se jactan en llamar «alta literatura». Más tarde, aparecería la imprenta que cambiaría el curso de la narrativa para siempre.
A partir de entonces los libros dedicados al público infantil serían atravesados por la corrección política y el dogmatismo, y las sentencias morales, filosóficas y religiosas comenzarían a inundar la literatura infantil, imponiendo la dulcificación de los conflictos, para que los niños pudieran crecer en un entorno no agresivo (porque la agresividad siempre conviene reservarla a los padres y tutores).
Literatura infantil y moral(ina)
No se sabe a ciencia cierta cuál fue el primer libro infantil. Hay quienes afirman que es de origen alemán y se trata de «Orbis Pictus», de Jan Amos Comenius, que vio la luz en 1658 y era en realidad un libro ilustrado, con estilo enciclopédico. Otras versiones aseguran que fue una edición de las «Fábulas de Esopo» que se publicó en Inglaterra en 1484. Sea como sea, estamos hablando de una época en la que la literatura estaba al servicio de la educación, y estos ejemplos lejos de otorgar libertad a los niños, servían para encaminarlos, amoldarlos y motivarlos a desarrollar una serie de características emocionales e intelectuales que sirvieran al propio sistema. No eran, por lo tanto, textos literarios sino academicistas.
El primer libro que podría considerarse literario porque dejó atrás el tinte pedagógico que había embadurnado la literatura hasta ese momento es «Cuentos de Mamá Oca» de Charles Perrault. Vio la luz en Francia en 1697. En aquella primera versión Charles dejó fluir el decir popular y reunió algunos de los cuentos que se convertirían en la base de la literatura infantil: «Caperucita roja», «Pulgarcito» y «Barba Azul», entre otros. No obstante, también parece haber una identificación con la retórica educativa de aquel entonces, y puede entenderse esto al ver que todos los cuentos terminan con una moraleja.
Sin embargo, y a pesar de que la masificación del libro provocaría que las obras a las que se acercaran los niños estuvieran regadas de dogmatismo, no dejarían de estar en contacto con la narrativa oral. Muchos niños escuchaban con atención las historias que sus ayas, cocineras, jardineros y otros empleados en las casas les transmitían. De esta forma se mantendría viva la tradición del cuenta cuentos. Y seguramente, gracias a la pasión con que estas personas contaban la vida es que la literatura oral se mantuvo vivísima y continúo interactuando con la vida misma.
En el siglo XVIII, el XIX y el XX la literatura tendrá una función casi estrictamente ligada a la formación. Ni la modernización de la enseñanza ni la llegada de ideas más democráticas y de los avances en materia de estudio psicológico serán suficientes incentivos para modificar el curso de la literatura infantil. Aunque sí, hay que destacarlo, durante principios del XX se establece el estudio teórico de la literatura infantil lo que nos permitirá hacer una revisión absoluta de la historia y de las diversas transformaciones que ha vivido, y con ella los cambios que se han impuesto sobre la literatura oral.
Y llegamos a nuestros días, y aunque ya en esta época la literatura infantil parece haberse independizado de la educación y marcado un nuevo sendero de libertad y disfrute, continúa siendo utilizada como medio de radicalización de las ideas. En este aspecto es posible que influya el hecho de que el mercado no haya evolucionado y genere una dependencia por parte de los autores, que se mantienen aferrados a una estructura sólida donde el cuento no sirve para volar sino para echar raíces.
Volveré sobre la oralidad y los cuentos infantiles muy pronto, ¡quédate atento! Mientras tanto, intentemos recuperar la pasión que tenían nuestros antepasados cuando se reunían junto al fuego a contarse historias.
Comentarios1
Muy buen artículo.
¡Muchas gracias, Edna!
No hay de qué, compañera.
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