Reseña del libro «Si esta calle fuera mía» de Stefanie Kremser (Editorial Entre Ambos), traducido por Palmira Freixas.
Todas las personas de un país se parecen en algo, pero cada extranjero lo es a su manera. La identidad se gesta a golpe de viajes y como cada movimiento geográfico deja una huella indeleble en el espíritu de quien lo experimenta, podría decirse que no hay dos migraciones iguales. Sobre esta idea trabaja con humor y ternura Stefanie Kremser en «Si esta calle fuera mía» (Entre Ambos), y nos invita a pensarnos en función de esos viajes, de todas esas vidas que hemos experimentado en ésta. Estamos ante un libro de viajes muy amplio que, de fondo, nos invita a perdonarnos por aquellas cosas que no supimos hacer de la mejor forma en este largo extravío que es la vida. Un libro a favor de la inmigración como aventura, de la que aprender más sobre nuestra especie nómada en esencia, pero sedentaria a fuerza de mandatos. Y un compañero en estas soledades que nos impone la extranjería. No dejes de leerlo.
Lo que la realidad esconde
Detrás de esta pregunta, la búsqueda de todo el libro. «Si esta calle fuera mía» de Stefanie Kremser es un libro que indaga en el origen de la biografía, y en la forma en la que nos condicionan los otros a la hora de reconocernos. En primer lugar nos ofrece una revisión de la herencia y la dificultad que supone aceptar ciertas circunstancias, determinados silencios (visitando las ramas de su familia, de extranjeros siempre en movimiento). Por otro lado, se empeña en hacernos ver que la luz se enciende en la curiosidad, y ésta, con las pasiones. Y es precisamente la pasión lo que ha atizado a la autora, llevándola a escribir una obra intimista pero que nos invita a todos a encontrarnos en ella.
Y me parece interesante este punto porque Kremser consigue jugar de una forma interesante con dos géneros que tienen mucho de ego, la autobiografía y el libro de viaje, pero desde una óptica natural y casi desenfada, donde el yo es excusa para hablar de nosotros. Un nosotros que engloba un grupo amplio, casi inasible, que se va gestando y ensanchando con los viajes. Así, sin mostrarse del todo, la autora nos permite adivinar lo que hay de atractivo en los lugares que visita y lo que hay de nosotros en la voz narradora (mujer que reflexiona, vive, llora, dentro del libro).
Stefanie Kremser nos ofrece en un viaje interior y geográfico, que se estira a través de sus veintidós ciudades de residencia y nos divierte con mil anécdotas curiosas, aprovechando también para reflexionar en torno a las razones por las que nos convertimos en extranjeros y los muchos tipos de extranjería que existen.
Y hablé antes de la herencia porque es uno de los temas fundamentales que atraviesan el libro. La individual y la colectiva. Y se plasma a través de los silencios: los familiares y los nacionales. Quizá sean estos dos tipos de secretos los que hayan condicionado nuestro viaje. Aparecen en ese sentido fascinantes apuntes sobre la relación entre el nazismo, que es un tema muy presente, y las dictaduras latinoamericanas. Y lo apunto porque la relación que establece entre los diversas formas de callarse las cosas, en las familias y en los países, me parece absolutamente interesante.
El misterio del viaje y los muchos viajeros
No recuerdo dónde leí que viajamos porque en nuestro interior el ruido no nos permite dormir, y este ruido es comparable con el que sentían nuestros antepasados y les obligaba a moverse en busca de la primavera, para poder alimentarse y sobrevivir. Es posible; pero también en cada uno la migración sacude unas ramas específicas, se alimenta de obsesiones particulares y requiere de un tiempo para el desarrollo y la maduración de la propia identidad.
Esa forma peculiar en la que se da la extranjería en cada uno, y las cuestiones de clase que vuelven algunos viajes (y viajeros) más felices que otros, son temas que ocupan el centro del universo de este libro maravilloso y que, estoy segura, pueden servirnos para repensar nos y mirar mejor a los otros.
Sobre los emigrantes que se mantienen unidos a su tierra de origen de forma insondable y los polígamos, capaces de fusionarse con el nuevo país, de cambiar una y otra vez de destino sin que eso signifique un peso, otro desgarro, hay interesantes reflexiones en este libro. Y pienso que todas ellas, lúcidas.
La voz que intenta aunar mundos incompatibles
Estamos ante un libro que trabaja con el humor y la reflexión filosófica de una forma contundente. Un libro que hace pie en una literatura muy amplia: tiene mucho de la europea y la latinoamericana, pero por momentos se acerca a la narración de viaje y la novela norteamericanas. No me ha sido difícil toparme con una narración que recuerda un poco ese mirar hondo y detallado de nuestro prodigio, Siri Hustvedt. Tampoco cuesta descubrir hilitos que recuerdan ese estilo casi anecdótico de la buena literatura de viajes sobre ruedas, de la que Kerouac fue prócer.
El tiempo plural, como la literatura, sirve para vivir varias vidas en una. Y la extranjería un poco se parece en eso a la literatura; esto es lo que viene a decirnos Kremser. Y se apoya en numerosos autores que construyeron y ramificaron sus vidas desde la extrañeza. Y se fija especialmente en aquellos que, abandonando su idioma materno, decidieron escribir en otra lengua. Y los observa mientras intenta regresar al alemán con devoción. Escoger un idioma es aceptar un hecho. En su caso, amigarse con un lugar al que la unen recuerdos maravillosos pero también una especie de rabia que durante un tiempo largo la ha dominado. No podemos elegir el lugar donde nacemos, dice, pero nos invita a creer en la reinvención.
La pluralidad es una de las características fabulosas del libro, tanto en lo estético como en el propio viaje al que nos lleva. Kremser viaja de Alemania a Brasil, luego a Bolivia y regresa a Alemania. Algunos han sido viajes impuestos por la herencia, por la costumbre o la nostalgia familiar; otros, fueron viajes elegidos, con la pulsión del que desea encontrarse porque siente que en todo puerto ha perdido algo, algo de sí mismo. Su llegada a Barcelona, y la forma en la que lo cuenta, es interesantísima: cómo ciertas ciudades nos enseñan a mirarnos de verdad, a olvidar todo lo que sabemos y a empezar de nuevo. Sólo quien ha sido capaz de cortar sus raíces puede emprender este camino novedoso de recreación interior y exterior. Esto también lo sugiere Kremser de forma fascinante.
En este punto habría que señalar que, definitivamente, es también un libro que nos permite ahondar en cuestiones como la identidad, la herencia cultural y la extrañeza que puede provocar la falta de una estabilidad geográfica en la psique. O al menos, en la psique en particular de quien narra. La ausencia de raíces nos salva de muchas cosas, pero nos arrebata ciertas certezas que podría habernos salvado de otras angustias. En ese sentido, Kremser presenta el viaje como un todo que evidentemente tiene mucho de pérdida y de orfandad.
Aunque estemos ante un relato autobiográfico, hay mucho de ficción en este libro. Y entiendo ficción como la capacidad de una escritora (o escritor) de llevarnos de la mano y contarnos una buena historia, con su trama, su misterio y su desenlace. Las anécdotas que aquí nos presenta Kremser nos hacen pasar por todos los estados: de la risa desembocamos en la tristeza más profunda y se sacude algo dentro de nosotros que no sabíamos que estaba ahí. Al terminar de leer entendemos que hemos sido lanzados por un trampolín cuyo destino parece insondable: no sabemos hacia dónde nos va a lanzar. El misterio de la buena literatura reside ahí: no tanto en los conocimientos y el planteamiento técnico, sino en la capacidad de agarrarnos del cuello y sacudirnos hasta la congoja.
Los finales felices de cabeza
Y termino volviendo a los silencios familiares, que son el misterio que nos hunde pero también la flecha que nos salva. Y vuelvo, porque me parece muy interesante la forma estética en la que Kremser decide trabajar sobre este tema fructífero. Perdonar(se) parece uno de los motores del libro, y en cierta medida es lo que habita en algunas de las páginas: la posibilidad de reescribirse olvidando o recordando sólo aquello que no hace daño. Una decisión que entraña un duelo y que exige por tanto una pequeña renuncia íntima. Y cuando hablo de silencios familiares, también pienso (y así lo hace Kremser) en los horrores colectivos de los que se habla poco, y sobre los que, en estos tiempos difíciles que atravesamos, no nos vendría nada mal reflexionar.
Por último quiero hacer alusión al colofón, que es una frase de Julian Barnes, sobre la dificultad de que lo narrado represente la vida tal cual es. A través de él Kremser nos avisa de que aquello que acabamos de leer es una manera de recordar lo vivido, no la forma en la que sucedió. Porque lo que recordamos no siempre coincide con la realidad. Me parece una buena forma de pautar sus intenciones, las intenciones de este libro, que no parecen tanto las de rememorar lo sucedido como las de pensar sobre un tema apasionante que es la extranjería y las muchas maneras de vivirla.
No quiero terminar sin un apunte a la bellísima portada de Julieta Obligado, y al trabajo de la cubierta, que caracteriza todas las obras de esta editorial y que le otorga al libro un carácter fabuloso en este caso en particular. Y vuelvo también a mencionar a Palmira Freixas, que ha estado a cargo de la traducción; porque aunque no puedo juzgar su trabajo desde la conversación entre los dos idiomas, sí puedo decir que desde ya la lectura nos invita a vivir en estas páginas, por lo que me gusta pensar que ha sabido captar y contar la esencia y el tono del libro.
Todas las personas de un país se parecen en algo, pero cada extranjero lo es a su manera. Leer este libro es exprimir al máximo nuestra capacidad de observación y animarnos a pensar en los otros de una forma nueva y mágica. Que nadie se pierda este viaje maravilloso.
SI ESTA CALLE FUERA MÍA
Stefanie Kremser
Traducción: Palmira Freixas
Portada: Julieta Obligado
Entre Ambos
978-84-16379-18-7
256 páginas
18,50 €
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