Algunas personas escriben maravillas y se aparecen en tu vida sin hacer ruido, mostrándote lo que hacen con disimulo; dedicando más tiempo a hablarte de las cosas fabulosas que escriben otros que a buscar convertirse en el centro de los focos. Isabel Bono es así. Desde que la conocí, no ha dejado de tirarme nombres de autores que me han conmovido muchísimo. José Luis Gallero es uno de ellos y, sinceramente, acercarme a su poesía ha sido una verdadera y positiva sorpresa. Gracias a ella me acerqué a esta obra llena de luminosidad y que redefine el concepto de colorido.
Aquí va mi lectura de El camino más largo, el número 13 de los libros que componen el tercer período de la Colección Monosabio, publicada por el Ayuntamiento de Málaga y dirigida por Javier La Beira y Diego Medina.
En el prólogo leemos que este libro se construyó partiendo de tres voces que se escriben simultáneamente y que se suceden entre sí. Cada una de ellas representa una etapa en la vida del poeta: el niño que soñaba con convertirse en novelista, el joven que ansiaba ser poeta y el adulto que se abraza a la filosofía y que se siente aprendiz en este arte. Narrativa, poesía y filosofía ofrecen horizontes fabulosos para el acercamiento a uno mismo y, a la vez, para mirar el mundo. Es posible que todos los filósofos se hayan sentido antes novelistas, del mismo modo que todos los poetas aspiran a rozar el significado de las cosas que no tienen forma ni corporeidad.
El camino más largo se apoya en tres frases de Heráclito que unifican las tres partes en las que se divide el libro: Cactus, El camino más largo y Escorias. Cada una de ellas goza de identidad e independencia pero también se encuentra vinculada (o quizás sería más apropiado decir, sometida) a la anterior: el joven al niño, el adulto al adolescente y el niño también al adulto —la vida es un camino largo y cíclico—.
Cactus, el niño que escribe diarios
La infancia nos espera en cada esquina. El niño que fuimos escribe sus pasos, sus conversaciones y nos representa. Al escribir vislumbramos los destellos de esas primeras experiencias que el niño nos dicta a modo de diario íntimo, y así podemos saber más de nosotros, y de las personas que nos rodean.
En esta primera parte, Gallero nos ofrece un conjunto de sentencias en torno a la búsqueda de la identidad, valiéndose para ello de la escritura. Representa a través de símbolos, aquéllos que parecen más habitables para la poesía, las preguntas que todos alguna vez nos hicimos, antes de saber qué seríamos, cuando ignorábamos las estructuras y sólo sabíamos una sola cosa: que queríamos escribir. Esta libertad se percibe a través de una poesía que de a ratos quiere ser narrada y una narrativa que quiere abrazar el lirismo que sólo la poesía puede otorgarle.
Gallero nos ubica de cara a todas las dudas: ¿por qué vivimos? ¿para qué escribir si la vida es tan corta? ¿hacia dónde ir? Y a través de una poesía filosófica intenta ¿responder? Es posible, pero, como era de esperarse, lo que surge son más y más preguntas. Por eso lo que encontramos en este libro no son otra cosa que confirmaciones de nuestras propias sospechas: estamos solos. No hay nada detrás del sol y, sin embargo, al igual que el niño que fuimos, no tenemos más que una opción: trabajar con empeño.
El camino más largo
Esta segunda parte se centra en la tarea del escritor: en la ardua necesidad de perseguir la perfección o, quizás, de aprender a convivir de forma mansa e intachable con las palabras.
La poesía teje ramas entre las cosas, permite nombrar aquello que ni siquiera tiene nombre y darle también propiedades nuevas a cada una de las cosas que nos rodean. Y, al hacerlo, se convierte en una forma auténtica de buscarnos y de ponernos en palabras; y, quizás, también de no defraudarnos y de luchar contra lo peor que llevamos dentro. Eso expresa Gallero, ¿se estará refiriendo a los recuerdos, a las obsesiones, a eso de nosotros que no nos gusta y que tememos que nos dañe? Quizás, a todo eso.
La escritura debe concebirse como la vida, como parte indivisible de cada uno de nuestros días, como cosa inherente a nuestra realidad y, a la vez, como un camino que nos determina y que nos convierte en las personas que somos. Escribir es emprender una travesía horadada de yerros pero, sobre todo, caracterizada por la constante corrección del rumbo.
Escorias
Rosa Montero suele decir que ella escribe desde lo que no sabe; que si supiera de qué va a escribir entonces sería una tarea aburrida. No se refiere al argumento sino a lo que dejamos en nuestros textos; a esa parte de nosotros que se cuela y que se hace parte de un todo misterioso. Gallero se acerca a ese punto en el que las palabras se desnudan y adquieren un sentido nuevo y auténtico, y lo hace a través de una poesía en la que se mezclan varios géneros, sin llegar a verse claramente ninguno de ellos. Es, creo, una forma curiosa de dejar en evidencia lo poco que valen las certezas.
Esta última parte nos invita a arrancarnos todas esas verdades intachables para construir desde ese espacio que menciona Montero; desde el punto en el que ya no sabemos nada, donde comenzamos a repensarnos y a redescubrirnos. Y, entonces, la literatura es el camino más largo y también el único posible porque, pese a ser inestable, termina siendo la única tierra firme para nosotros; porque allí podemos luchar contra nuestros fantasmas, cobijar nuestras tristezas de niños e intentar andar hacia la vejez con una sonrisa turbia. Seres desamparados a bordo de un barco que navega a la deriva pero que se vuelve imprescindible para luchar contra la locura.
Ese barco llamado escritura
Tres voces hilvanan este libro. Infancia, juventud y madurez tejen una poesía que se nutre de las emociones propias de cada período y planea sobre nuestra relación con la escritura: la ilusión y el desaforado deseo de escribir (infancia), el trabajo tenaz y detallado (la adolescencia) y la corrección, la maduración del trabajo (la adultez). Una forma maravillosa de mezclar vida y escritura, ¡qué duda cabe!
También es un libro que trabaja sobre la noción de frontera, de límites. En ese punto creo que la poesía de Gallero se acerca a la de Bono y por qué no, a la narrativa de Montero. Los tres parecen construir por encima de los límites, partiendo de cero y combinando (o fusionando) en su camino incluso aquellos elementos que parecen absolutamente antagónicos. Supongo que es la única forma de hacer poesía sin repetirnos.
Algunas personas escriben maravillas y se aparecen en tu vida sin hacer ruido mostrándote el buen hacer de autores preciosos; otras, tenemos la suerte de disfrutar de esas maravillas y, a la vez, nutrirnos de esas lecturas que ellas nos proponen. Termino con otra sentencia de Gallero, recomendándoles este maravilloso libro.
El camino más largo
José Luis Gallero
Excmo. Ayuntamiento de Málaga, Área de Cultura, 2006
ISBN: 978-84-96055-40-X
94 páginas
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