La nueva entrega del Desván de los libros perdidos es sobre un clásico de clásicos de la poesía. Se trata de «Campos de Castilla» de Antonio Machado, un libro que seguramente todos hemos leído y al que regresamos cada tanto, pero que no podía faltar en estas recomendaciones.
Creo que todos hemos conocido a Machado a través de «Campos de Castilla» que es su obra más conocida, quizá porque en ella aparece un Machado más realista que comienza a alejarse del simbolismo de su primera poesía, presente en sus obras «Soledades: poesías» (publicada en 1903) y «Soledades, galerías, otros poemas» (que vio la luz en 1907). Exploramos a través de esta lectura una poética sencilla que parte de la contemplación de la naturaleza hasta llegar al análisis del comportamiento humano.
Llegar al paisaje de Machado
«Campos de Castilla» es un fabuloso libro de poesía que puede servirnos también como una lectura de viaje. Machado nos lleva de la mano a través de paisajes encantadores, que nos obligan a viajar con la imaginación o el recuerdo (si ambas cosas no estuvieran estrechamente ligadas) y vivir una experiencia material a la vez que simbólica, porque aunque sí es una obra realista permite una doble lectura que habla de las llanuras y las mesetas interiores e invita a la exploración de las propias emociones.
Podría decirse que es también un libro antropológico, que permite una mirada hacia el carácter de las personas en un contexto de oscuridad y peligros. A simple vista ofrece un espejo de lo que en aquel principio de siglo era España, aunque el objetivo parece más profundo, más individual, intenta acercarse a lo que somos capaces (y no) de hacer los humanos ante determinadas situaciones.
Hay en él, por otro lado, una visión espiritual de la vida. Algunos dicen que es una mirada religiosa, pero yo no estoy de acuerdo con este matiz, porque en Machado la visión no es determinista ni vinculada estrictamente a un credo; se halla estrechamente ligada al vínculo con la naturaleza y es una relación más mística que racional. Algo así como una devoción que fluye de las entrañas y no del cerebro y que invita a la contemplación y al silencio.
Otro de los temas que se aparece con rotundidad en la obra es la pérdida. La muerte de su esposa Leonor, provocó en Machado una tristeza profundísima que dio vida a numerosos poemas, sentidos, dolorosos y marcados por un cierto pesimismo. Y es en este libro, quizás, donde comenzamos a percibir un Machado herido que a pesar de desear la esperanza con cierta desesperación siente una fuerza que le empuja por momentos al abatimiento. No obstante, para suerte de los lectores, en su poesía siempre triunfa la luz.
Mirar hacia adentro a través del paisaje
En lo formal, «Campos de Castilla» ofrece interesantes poemas donde el juego de palabras y las inquietudes lúdicas de Machado respecto al lenguaje se vuelven protagonistas. Asimismo encontramos una variedad de estructuras y tipos de rima que dan versatilidad a la obra. Este es un rasgo que vuelve sumamente poderoso y recomendable este libro. Una buena forma de acercarse a la poesía española y, sobre todo, de entender las miles de posibilidades que permite el lenguaje.
Tomar del paisaje los elementos más identitarios como ríos, mares y caminos le sirvió a Machado para pintar un cuadro sobre la sociedad española de aquel momento y sobre el alma de los que habitaban aquella Castilla. Por otro lado, utilizó estos elementos como hilos conductores para dejar plasmado un perfecto paisaje realista a la vez que humano de la experiencia vital, razones que vuelven sumamente recomendable esta lectura.
«Campos de Castilla» es una obra hermana de «Campos de Soria» y «La tierra de Alvargonzález», con las que comparte ese intenso protagonismo del paisaje y la metáfora del alma en él. Sin duda, pese a que esta es un libro que tiende a una visión realista de la composición poética ofrece elementos simbólicos más cuidados que la poesía previa de Machado y puede ser una excelente manera de descubrir al gran poeta sevillano. Estoy convencida de que es un título que no podía faltar en nuestro desván de los libros perdidos, donde ya han aparecido otros poemarios como «Animaciones suspendidas» de Arturo Carrera.
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