Una joven que llega sola a una Barcelona hundida en la guerra, a una estación en la que nadie está esperándola. Así comienza «Nada» de Carmen Laforet, un libro que desde su primera frase nos introduce de forma contundente en la experiencia solitaria de ser mujer en un mundo de hombres y de violencia. Existen pocas obras en la literatura española tan desgarradoras; también es cierto que parte del desgarro deriva del hecho de saber lo desoladora que fue la propia historia de Carmen.
Hoy en «Entrevistas para el Recuerdo» les traigo una pequeña semblanza de la autora, de sus dichos, de sus obsesiones. Para ello me apoyo en esta entrevista publicada en la sección «Mano a mano» de La Vanguardia Española en abril de 1956, y esta otra publicada en el Diario Arriba, un año más tarde. ¡Muy recomendables ambas para hacernos una mínima idea de cómo hablaba nuestra querida Carmen.
Nada cambiaría «Nada»
Sin duda para escribir en ocho meses una novela como «Nada» tienes que ser alguien tocado por la gracia; o como dice Rosa Montero, por la desgracia, teniendo en cuenta que hay en esa novela mucho de autobiográfico. Sin embargo, la forma en la que Carmen consigue encajar sus experiencias en esta novela es única, y puede enseñarnos muchísimo. Eso quizá se deba a que hizo de la vida literatura y no al revés, que sería lo que ocurre en las biografías noveladas. Eso en lo que publicó, aunque después vendrían los fantasmas y la vengarían.
Pero eso sería más tarde. Mientras tanto, Laforet escribiría y tramaría la vida de personajes contundentes de una forma precisa. Y es que para ella la importancia fundamental de una historia no estaba tanto en los valores estéticos que pudieran representarla sino en la historia y para ello era necesario construir con lujo de detalle las características de cada uno de los personajes que poblarían esa novela.
En lo personal, Carmen siguió siendo la misma: una mujer tímida apasionada viseralmente de la literatura; aunque la vida (y ella misma) le fue encerrando, impidiéndole dedicarse a pleno a eso que realmente amaba. Y vinieron los hijos en un mundo machista, y aunque siguió escribiendo, cada vez se volvería más estricta y menos piadosa consiga misma. Vale la pena leer la biografía que publicaron Anna Caballé e Israel Rolón titulada «Carmen Laforet. Una mujer en fuga» y que nos ha permitido entrever los fantasmas que condimentaron la vida de la autora.
Sobre la escritura y las mujeres que escriben
Si bien cuando se habla de Carmen la novela que salta a la vista es aquella con la que nadó el I Nadal de Novela, «Nada», al zambullirnos en «La isla y los demonios» o «La insolación» descubrimos que hay un universo potentísimo en el que los personajes se mueven con naturalidad y casi se salen de las páginas. Sin duda ese es el gran logro de Carmen: haber hecho novelas que están vivas y que nos atraviesan, personajes ineludibles que se vienen con nosotros para siempre.
Andrea, ese personaje al que todos hemos aprendido a amar en «Nada» podría ser la versión que Carmen habría querido tener -ser de sí misma. Escribió con ahínco en busca de un espacio de libertad al que nunca llegó aparentemente. Sin embargo, su novela abrió el camino para la creación literaria de las mujeres que vendríamos después, nos permitió tener un amarre, un sitio al que dirigirnos. Sin lugar a dudas fueron las autoras de su generación las que nos demostraron que la literatura podía ser un espacio de encuentro e igualdad; autoras como ella, que sin dudarlo expresa:
Si como ella dice, la vida es una ventura y ya sintió esos deseos profundos de vivirla con todas sus consecuencias sólo cabe desear que mientras duró en ella la palabra le haya servido para cauterizar heridas y para sentirse alegre. A los demás nos quedan sus pocas pero exquisitas novelas sin las cuales la literatura española estaría manca.
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