Resulta delicado, cursi pero a la vez doloroso pensar en que los grandes un día fueron pequeñísimos, y que no supieron mirar más allá de sus narices. Al leer la biografía de nuestros autores favoritos nos encontramos con actitudes que no compartimos y eso nos hierve la sangre. Sobre las miserias del autor de «David Copperfield» escribo hoy, sobre el extraño límite que existe entre moral y deseo, y lo difícil que resulta postularse a favor de uno de ellos.
Dickens y la sociedad victoriana
Resulta asombroso pensar que Charles Dickens haya sido capaz de escribir novelas y cuentos tan maravillosos en una sola vida. Pese a su delicado pasado en el que tuvo que enfrentarse a situaciones injustas, como la explotación infantil a la que se vio condenado para alimentar a sus hermanos mientras su padre estaba en prisión.
Al acercarnos a su obra encontramos personajes atormentados, que viven a medio camino entre el placer y el dolor y que son incapaces de afrontar una vida afectiva saludable; porque la necesidad de hacer lo correcto es más importante que cualquier otra cosa. Toda su obra revela a un hombre comprometido por un lado pero con muchísimas dudas y pesares, que supo extrapolar de forma maravillosa en algunos de sus personajes.
Dickens vivía en una sociedad atorada de prejuicios que esnifaba buenos modales para reproducir una imagen de ella misma que no se condecía con lo que en realidad era. De fondo, los engaños, las riñas, la violencia doméstica y la presencia de situaciones y emociones escabrosas echaban raíces. Y él aprobaba esa conducta, escribía sobre ella y la difundía en sus obras.
Dickens, el autor que clamaba por la justicia y en cuyas historias se presentaba a sí mismo como una autoridad moral, también era humano (¡Oh!), y como tal tenía sus aristas ásperas: era, por lo pronto, mentiroso y racista, según lo han narrado muchas experiencias.
Pese a ser un defensor de la justicia social, en Dickens vivía también un hombre lleno de conflictos, y con cierta tendencia al racismo. Por ejemplo. En su novela Oliver Twist el personaje Fagin, de origen judío, es tratado con mucho desprecio por el autor. Cuando la comunidad judía se quejó del trato que indirectamente propiciaba él al pueblo, Dickens aseguró que estaban leyendo entre líneas. No obstante, en su novela siguiente incorporó un personaje judío con buenas cualidades. Posiblemente convivían en él el Charles revolucionario, que quería un mundo más justo, y el conservador, que deseaba una sociedad mundial que se aliara con los principios de la Londres victoriana.
Por otro lado, su naturaleza exigente y narcisista, le llevaba a comportarse de forma violenta y despectiva con su familia, algo que aparentemente se volvió más insoportable con el correr de los años y que le causó muchos problemas: como el final de su matrimonio con Catherine Hogarth.
Donde muere el deseo
«Que el mundo sepa que un día Dickens me amó», estas fueron las palabras que en su lecho de muerte dirigió Catherine Dickens a su hija, entregándole la correspondencia que había mantenido con Charles Dickens a lo largo de su relación que duró dos décadas, y que dio vida a diez hijos, para que la entregara al Museo Británico, donde actualmente se encuentra.
Antes de casarse, Dickens tuvo otros amoríos. Su primera relación, que le marcó profundamente, fue un romance pasional con la hija de un banquero. Aunque se dice que aquella relación no cuajó a causa de las diferencias sociales, María Beadnell no estaba enamorada de Dickens. Aquí es posible que resida una de las primeras falsedades en torno a las relaciones amorosas de Charles. Había sido rechazado, y esa humillación no podía hacerse pública. Los biógrafos se encargaron de hacer el resto. Después de todo, siendo parte de una familia pobre, la hipótesis cuaja bastante.
Unos pocos años más tarde Charles conoció a Catherine Hogarth, hija del editor que hizo posible que el universo literario de Dickens se volviera popilar. Según lo que podemos leer de aquel romance, entre Catherine y Charles surgió una relación de complicidad y afecto profundo, aunque no duró demasiado. Y aunque el matrimonio sí se mantuvo durante veinte años, el amor y el afecto había desaparecido mucho antes de la separación. La vida de Catherine fue triste, sufrió más de diez embarazos fallidos y aunque tuvo 10 hijos, aparentemente no era aquella la vida que deseaba para ella: las depresiones posparto podrían servir de explicación a esta teoría. Mientras tanto, Dickens vivía su momento de gloria, teniendo un hogar al que regresar después de sus fiestas con los personajes más celebres de aquella Londres. La tristeza de Catherine no lo detuvo, es más, cuanto más sumida estaba ella en la pena con mayor violencia y despotismo le trataba él, reacción ciertamente normal entre familiares que sufren este tipo de trastornos. Evidentemente los trastornos mentales de cada uno no eran compatibles con los de el otro.
Algunos biógrafos aseguran que el gran amor de Dickens fue Ellen Ternan, una actriz que trabajó en varios papeles escritos por Charles. Se cree que durante más de una década tuvieron una relación en secreto, que el escritor ocultó para no tener que enfrentarse con la contradicción que esto implicaba en aquella Londres victoriana, de moral estrecha. Del aquel romance se sabe muy poco: no hay cartas que puedan servir de evidencia y la familia de ella nunca estuvo al tanto de ello.
La felicidad y la tragedia tejieron sus redes en torno a Catherine y Charles. En poco más de una década pasaron de ser una pareja célebre y feliz del ambiente victoriano a no poder compartir ni siquiera una conversación. Sin duda, una relación que se vio afectada por el machismo de la época que la condenó a ella a ser esposa y madre, dejando a un lado sus ambiciones actorales y a él en un hombre que aparentare una cierta solvencia moral, pero que en el fondo continuaba siendo aquel niño explotado y abandonado que tuvo que madurar antes de tiempo.
Comentarios1
Creo que son dos cosas que deben mirarse en planos distintos. La obra y el autor. Como bien escribes, Charles Dickens fue un genio de la escritura que como humano tendría muchas sombras. A pesar de que es unos de mis autores preferidos, desconocía algunas de las cuestiones que relatas, Tes. Me ha encantado el artículo. Un abrazo.
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