Este comienzo de Ana María Matute me parece monumental: literario, directo y lleno de guiños al universo de los cuentos tradicionales, donde la oscuridad y las plantas autóctonas ocupan un lugar preponderante. Y es que si hubo alguien que comprendió a fondo a los niños esa fue la Matute. Con sus niños, capaces de ver más allá de la realidad pero también de cometer los actos más crueles y horripilantes que se nos puedan ocurrir, Matute nos enseñó que la infancia no es ese instante de inocencia que intentan hacernos creer en las películas infantiles con dosis extremas de felicidad y paz sino más bien aquel momento de la vida en la que entramos en contacto con lo mejor y lo peor de nosotros mismos y de nuestro entorno; el momento en que experimentamos nuestras capacidades sin miedo y nos atrevemos a hacer y decir cosas de las que en el futuro nos arrepentiremos o no nos sentiremos orgullosos. Una etapa que no se encuentra exenta de violencia y sufrimiento.
La infancia y la inocencia
Pese a saber esto la literatura infantil no hace más que mostrarnos un cuadro dulce donde el conflicto en verdad ni siquiera parece reunir las condiciones para ser llamado de este modo. ¿Por qué hay tanto rechazo a la crueldad en este género?
La infancia es un momento de tal desprotección que seguir pintándola con esos colores pueriles de los cuentos infantiles resulta un despropósito. La crueldad que vemos y soportamos por parte de nuestros mayores siendo criaturas nos va limando y nos acompañará siempre. Los niños, débiles, son el blanco perfecto para las burlas y para cargar con la frustración de los mayores. Lo sabemos, lo vivimos. ¿Por qué la literatura intenta negarlo?
Victor Montoya escribió un ensayo fabuloso sobre el tema que se titula «La violencia en los cuentos populares» y que les recomiendo. En ese texto dice:
Niños que son apaleados, que soportan toda clase de abusos, que miran el mundo adulto antes de tener la capacidad de comprenderlo, esa es la verdadera infancia,la que todos nosotros de algún modo u otro hemos vivido. Un tiempo lleno de incertidumbre y vulnerabilidad, ¿y dónde está esa infancia en la literatura?
El universo de los cuentos de hadas ha sido manoseado y ha sufrido la invasión de los dogmas e ideologías, pero las cosas no siempre fueron así. Los cuentos populares son más viejos que la literatura y en la antigüedad funcionaban como un sistema de enseñanza para chicos y grandes. Una forma de simbolizar cómo era el mundo, los peligros a los que todas las personas deberían enfrentarse alguna vez y de qué forma hacerlo. Los cuentos populares hablaban sobre la vida, por ende, de la muerte, de los maltratos, de la soledad, de la tristeza, de la pérdida… Con el avance de la literatura sobre ese universo antiquísimo surgieron los dobleces y el lavado de cara en estas historias para hacer de ellas meros y triviales entretenimientos.
Volviendo al ensayo de Montoya es importante recordar que la violencia y la crueldad en la literatura infantil no sólo permite mostrar a los niños cómo es la vida sino que los ayuda a hacerse conscientes de que toda acción y decisión tiene una consecuencia. De este modo, los niños crecen teniendo una referencia en torno a lo que puede ocurrir si hacen una determinada cosa. En ese sentido la finalidad de las historias continúa siendo la misma que en la antigüedad: los cuentos, como un método para difundir valores y describir cómo es y cómo debería ser la vida.
Los cuentos de los Grimm y Perrault
La idea original de los hermanos Grimm cuando se pusieron a escribir era recopilar de forma idéntica aquellas leyendas de la tradición oral que habían sido fundamentales en su vida. Deseaban que ese legado no desapareciera. No obstante, sus versiones fueron modificadas a lo largo del tiempo debido a que se consideró que no eran cuentos para niños sino para adultos. Por eso, en sus primeras publicaciones la crueldad tuvo un papel protagónico, violencia que fue desapareciendo lentamente hasta llegar a narrar simples sucesos de incomodidad que no tienen el peso que tuvieran originalmente. Lo mismo ocurrió con muchos elementos eróticos, que fueron eliminados de los cuentos para ofrecer a los niños una versión dulcificada e inocente.
La primera versión de «Caperucita Roja», por ejemplo, se mantenía fiel a la leyenda y tanto la niña como su abuelita morían al ser devoradas por el lobo. Pero en las ediciones posteriores fue cambiándose la trama y se introdujo la figura del héroe (el leñador) que mata al antagonista (el lobo) y salva a las víctimas (Caperucita y su abuela). En otra versión, también de los Grimm, es la abuela la que salva a Caperucita. En todas las ediciones, sin embargo, se mantuvo la idea del cuento: es peligroso relacionarse con adultos desconocidos.
Otro ejemplo es el de «La Cenicienta», que en la versión original de los Grimm mostraba cómo la joven, gracias a su virtud y a la fe en sí misma, conseguía vencer a su madrastra y sus hermanastras; y éstas, por su actuar malvado sufrían un terrible castigo: unas palomas picoteaban sus ojos hasta dejarlas completamente ciegas. Este final, sin embargo, se nos ha negado debido al empeño del género en ofrecer finales felices y pacíficos.
Y estos son tan sólo dos ejemplos de cómo aquellas vitales leyendas fueron modificándose en pos de una mayor liviandad.
El caso de Perrault fue diferente ya que él mismo quiso ofrecer una versión más liviana de la literatura popular manteniendo sólo los aspectos referentes al mensaje intrínseco del cuento. Tal es así que en su versión de «La Cenicienta» y creyendo que la historia popular estaba rebosada de crueldad decidió modificar el desenlace otorgando una segunda oportunidad a las antagonistas. Así que al final, las hermanastras se arrepienten y comienzan una nueva vida y Perrault consigue para ellas unos nobles de la corte con quienes se casan.
En los cuentos populares nos surge siempre la misma pregunta ¿de dónde proviene el gérmen de las historias? ¿cómo es posible que en territorios tan diferentes existieran arquetipos tan característicos y comunes? La respuesta reside en que los cuentos populares sirven para comprender nuestra esencia; la forma en la que actuamos los humanos y de qué manera nos encontramos condicionados por nuestra naturaleza. Las lecturas que se hacen de nuestra humanidad son similares en las diferentes regiones, de ahí que hayan surgido personajes semejantes en territorios antagónicos. Lo particular es que cada cuento nos habla de un sitio, de sus costumbres. Y en ese comienzo de Ana María Matute se deja en evidencia: la endrina esa planta autóctona de España y tan común en los cuentos populares nos lleva a la importancia de que los cuentos reflejen la vida. Así lo vio también Almodóvar quien no dudó en llevar a la escritura algunas de las historias populares de España de una forma increíble. Y ahí sí, la crueldad aparece irreductiblemente, sin tapujos.
Crueldad, sí. Crueldad, no. La eterna discusión en torno a los cuentos infantiles. ¿Debería ser el objetivo de todo cuentista de relatos infantiles recuperar la intensidad de la vida en la literatura infantil hablando de la pérdida y la crueldad?
Comentarios1
Menudo artículo! En primer lugar, felicitarte por él. Creo que tocas un tema controvertido y pones los puntos sobre la ies.
Posiblemente tengas razón. El enfoque de hoy puede estar tergiversando la finalidad original de los cuentos populares, y, además, no sea acertado.
No sé que piensa la pedagogía moderna sobre el tema. Prometo mirarlo y charlar sobre ello.
Un abrazo.
¡Mil gracias, Rapsódico! Me interesa mucho el punto de vista de la pedagogía y nadie mejor que tú para iluminarme. Espero por esa charla 😉 . Un abrazo enormísimo.
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