Cuatro monstruos de la literatura

Si hay criaturas que han tenido éxito en la literatura, ésos son los monstruos. No hay nadie que haya escapado de ellos, que pueda olvidarlos después de haberlos conocido, ni tampoco artistas que hayan sido capaces de dejarlos fuera de sus creaciones. Los monstruos se camuflan y se aparecen en todo aquello que hacemos y tocamos porque pertenecen a una parte de nosotros casi incontrolable (cuanto menos hallamos hurgado en nuestro subconsciente menos posibilidades tenemos de reconocerlos y de controlarlos). Los monstruos se abren paso en nuestros escritos y comienzan a gestar un universo propio que ni siquiera podríamos explicar cómo tiene el valor de levantarse. Esto le ocurrió a Mary Shelley con Frankenstein, sin duda uno de los monstruos más interesantes de la literatura. Los monstruos atraviesan toda la literatura, algunos con más éxito que otros. Hoy, escribo sobre algunas de las criaturas esperpénticas más populares de la tradición popular y la literatura.

El Coco y la Arpía

El hombre de la bolsa, le llamábamos de niños en Argentina a este personaje que en otros lugares es denominado el hombre del saco y el Coco. Con él todos tenemos recuerdos extraños. Esas historias que nunca terminas de entender cuánto tienen de real y cuánto, de imaginario. ¿Pero cómo no va a aterrorizarnos profundamente la idea de una criatura con el rostro cubierto, que se aparece por las noches y nos rapta, llevándonos en una bolsa? Sin duda, el miedo al mundo de los adultos hace estragos en nuestra primera infancia.

El hombre del saco y la Arpía (presente en la historia de «Coraline» de Neil Gaimann) tienen muchos elementos en común. Son monstruos ermitaños que atraen a los niños con simpáticas frases y golosinas hasta conseguir llevárselos con ellos: generalmente los niños, en su inocencia acceden, y cuando se dan cuenta de que lo que en verdad estos seres desean es hacerles daño, generalmente es demasiado tarde.

Estos arquetipos se usan para representar el terror que habita en lo desconocido, tan presente en nuestra cultura. En ocasiones, se utiliza a estos personajes para asustar a los niños y a modo de amenaza («si no haces lo que te digo, vendrá el hombre del saco y te llevará con él») para conseguir controlarlos. Pero la idea de estos adultos perversos no es del todo imaginaria: se basa en ciertos criminales famosos que llegaron a serlo por dedicarse al secuestro y asesinato de niños. Cabría en este punto un artículo extenso en torno a la relación entre personajes y realidad, pero sigamos con los monstruos.

En el caso de Arpía, tenemos a una criatura cuya forma real se desconoce, ya que tiene la capacidad de metamorfosear según el contexto. Su rasgo distintivo, sin embargo, es que en lugar de ojos lleva dos botones grandes y negros. Su método para atraer a los niños es ofreciéndoles dulces; escoge a las criaturas que se encuentran tristes, las ilusiona y se las lleva por las buenas; pero una vez las tiene en su territorio les quita los ojos y les pone botones en las cuencas. ¡Toda una atrocidad! ¿Verdad? Y, sin embargo, hay otros monstruos que dan más miedo que Arpía y que el Coco.

Cthulhu y el Jinete sin Cabeza

¿Quién no se ha muerto de miedo al toparse con el famoso monstruo de Lovecraft, Cthulhu? Una criatura materialmente extraña, con una parte de pulpo y otra de dragón pero con características también humanas: un híbrido para morirse de miedo.

Cthulhu vive en las profundidades del mar y mientras permanece allí, en la superficie todo está en orden. Sin embargo, se sabe que tarde o temprano Cthulhu saldrá de su escondite y nadie puede predecir lo que pasará. Si lo miramos con lupa, esta criatura representa esas pulsiones que habitan en nuestro subconsciente, que pujan por hacerse un lugar en nuestro comportamiento. Monstruos gigantescos que podrían aplastarnos si los dejásemos.

En toda la obra de Lovecraft se halla presente, aunque el autor no la esté nombrando siempre; porque los nuestros monstruos se nos adelantan y reescriben nuestras palabras. En el caso de Cthulhu, quien representa los grandes miedos y los bloqueos emocionales causados para la represión del deseo, se hacen visibles los terrores del inmenso escritor estadounidense pero también los de todos nosotros. Por eso, no es casualidad que se halla convertido en una de las criaturas más interesantes y prolíficas de la literatura.

El Jinete sin cabeza, por su parte es un personaje más antiguo, que se alimenta de la tradición irlandesa y de las costumbres celtas. Se trata de un personaje que vaga montado en un caballo y cuya principal característica es que donde termina su cuello no hay nada. Su cabeza descansa en una de sus manos y brilla como un farol en medio de la oscuridad. Se dice que la usa para alumbrarse. Si sales por las noches y ves al jinete sin cabeza, despídete, la muerte acaba de señalarte como una de sus víctimas.

Cthulhu y el Jinete sin cabeza se parecen en cuanto a que son criaturas que nadie desea ver pero que todos saben que tarde o temprano aparecerán. Como esas mentiras que nos decimos para fingir que la vida es dócil y bonito pero que tarde o temprano se caen por su propio peso. Y eso es precisamente lo que quieren los monstruos de nosotros: que caigamos, que aflojemos la soga y que nos olvidemos de nuestra identidad para dejarlos convertirse en nuestros capitanes. Monstruos, hermosas y terribles criaturas sin las cuales no podríamos vivir-escribir ni habría literatura.



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