(Manuel Lozano, un escritor fundamental de Latinoamérica)
–«El Oro de los Tigres -Comunicación de Autor-» es un espacio dentro de los mass-media (radio y web-site www.elorodelostigres.com.ar) exitoso en Sudamérica y en el resto del mundo. ¿Cuál es el soporte que lo afianza día a día y lo hace ser escuchado y leído por miles de lectores?
-Sí, verdaderamente nos sorprende, tanto al equipo de producción como a mí mismo, la llegada que ha podido lograr «El Oro de los Tigres -Comunicación de Autor-«, luego de cuatro temporadas ininterrumpidas, arduas, intensísimas de «Tigridad» y de «Tigritud.» Cuando repasamos la genealogía de El Oro de los Tigres, ¡quedamos absortos por la cantidad y variedad de programas temáticos y calidad de invitados! Emisiones dedicadas a Henri Matisse, al poder de la palabra y la palabra del poder, a Michel Foucault, a Leonor Fini, a Manuel Puig, María Félix y el melodrama en el cine, al soundscape y sus repercuciones en el mundo contemporáneo, al dadaísmo, a Andy Warhol, a Xul Solar, a Hermann Hesse, a Lawrence Durrell y el Tao, a Jean Baudrillard: tantos temas y personajes «numinosos» del pensamiento, la literatura, la ciencia y el arte.
Los visitantes de nuestra web pueden volver a reescuchar más de 92 programas íntegros, además de disfrutar de nuestras galerías de fotos y dibujos, videos, blog, notas de interés y otras secciones. El «Oro de los Tigres» tiene 46 corresponsales y representantes en todo el mundo, desde Argentina a Argelia, pasando por varios países europeos y Sudamérica. Observamos, con asombro y agradecimiento, que rondan en 200.000 los visitantes al sitio.
Muchos de estos programas fueron retransmitidos por la Radio Universidad de Salamanca, para toda Europa, además de ser tomados como material de estudio por instituciones educativas y universidades de Latinoamérica, como la Universidad Javeriana de Colombia.
Por «El Oro de los Tigres» han pasado prestigiosos actores culturales de Argentina y el mundo, como Nélida Piñón (Premio Príncipe de Asturias-Premio Juan Rulfo), Astor Piazzolla, Olga Orozco, Silver Hesse (nieto de Hermann, presidente de la Fundación Hermann Hesse, de Suiza, que seleccionara el programa para sus archivos permanentes), cineastas de la talla de Pino Solanas y Oscar Barney Finn, maestros de la música mundial como Leopoldo Federico, Osvaldo Piro, Lina Avellaneda, entre otros no menos relevantes.
Quiero hacer una digresión: Tigridad es un vocablo que creé en el campo, en la pampa húmeda argentina, para ser más preciso durante la escritura de mi ensayo Caliente Tigridad de esa Pantera. La verdad es que surgió de una manera misteriadamente natural. Estaba, al mismo tiempo, releyendo a Gilles Deleuze, Michel Onfray y a Villiers d´Isle Adam (siempre leo autores disímiles, haciendo saltos temporales), cuando por la mitad de mi cerebro algo o alguien repetía «la tigridad es hija del tigre y de la ardentísima vastedad del cosmos». Me suelen ocurrir estas cosas, no son raras, y las acepto no sin sorpresa pero con tranquilidad. Como si fueran un brindis.
Creo que el soporte más importante ha sido el trabajo con dignidad y respeto, ante todo, para nuestras escuchadoras y escuchadores de este lado como del otro del Atlántico. El programa muestra la plurisignificación del acto cultural como una celebración incesante, dejando de lado las falsarias solemnidades, esa idea repugnante del arte y la cultura como refugios.
La cultura dice y rompe su palabra para rearmarse cada vez. Estalla. Tiene que estallar, «no es imposible -al fin- que el milagro no estalle» (Antonin Artaud dixit). Tiene que ser estigma y movimiento perpetuos -pienso en el «Laocoonte», de Lessing. Tiene que quemar y unir con puentes y puentes y más puentes…
Rescato siempre estas palabras (escuchadoras y escuchadores), sobre todo en un medio dirigido o pensado, por lo general, a oidores u oyentes, se diría a la voluntaria «cosificación» del sujeto.
Es que la Tigridad, Delfina, acerca (nos acerca), al lugar de la raíz: a un vasto territorio, que es el indubitado corazón del hombre, el «magnífico corazón del hombre», como escribiera mi eternal y dilecta Elisabeth Barrett Browning. El lugar está en la raíz. La Tigridad está en la raíz.
-Eres el referente de la nueva poesía en Argentina. El más conocido dentro de los poetas de las nuevas generaciones que van surgiendo. ¿A qué se debe, aparte del talento, que los lectores busquen tu obra y la lean?
-Gracias por lo de referente de la nueva poesía argentina, aunque nunca lo pensé ni lo pienso así; creo que si lo hiciera, me inmovilizaría. Sólo puedo sentirme («sentirme vivir», en un sentido pirandelliano), un jardinero arañando universo. Cultivo el jardín o los jardines, como aconsejaban Voltaire y Borges. Creo que esta debería ser una clave: una clave hecha de felicidad y de paciencia, y, también, por qué no, de tiempo.
A los tres o cuatro años, contaba mi abuela materna -a quien, curiosamente, llamaban «la tigra»-, que yo dictaba frases o palabras que mi madre guardaba en pequeños cuadernos. Vale decir que antes de saber leer y escribir, ya planeaban en mí esas tigridades como firmes intuiciones contra el silencio.
Prefiero la ferocidad al cinismo -hoy en boga- del silencio, ese silencio bastardeado y nefasto, no sólo en la literatura, y que ha tenido tanto que ver con las dictaduras en Latinoamérica. Por eso, repito en mi programa que hay que deshabitar la casa del silencio. O aquello tan hermoso de Henrik Ibsen: Hay que aullar, hay que aullar con los lobos con que uno se encuentra. Al mismo tiempo, recuerdo en estos momentos un libro lindísimo de Tristán Tzará que se llama Donde beben los lobos.» En este caso, Delfina, la Tigridad aúlla como los lobos de Ibsen. Y bebe como los de Tzará. Y advierte, siempre advierte.
Cómo nacen los lectores, cómo se forman, cómo nos buscan, será para mí siempre un misterio. Jamás escribí pensando en un lector siquiera prototípico; creo que si lo hiciese (y esto vale para todo el mundo, sin lugar a dudas), no haría casi nada o borronearía adefesios.
Cuando los lectores aparecen o me escriben, lo celebro paganamente: como parte de una rueda misteriada de prodigios. Allí afloran lo que se llama instinto y que, quizás, no sean más que las grandes intuiciones de la especie. Esta mañana, justamente, recibí varios correos de lectores, dos de ellos geográficamente muy distantes entre sí: uno de Nara, Japón, y otro de Edimburgo. No dejo, por supuesto, de sorprenderme de los alcances de Internet, de la posibilidad casi mágica de dos personas tan lejanas -una en Escocia, otra en Japón- que están leyéndome casi simultáneamente. ¿Será «el infinito actual» de Tomás de Aquino? Recientemente, descubrí esta magnífica idea del Doctor Angelicus y pensé enseguida: es, sin lugar a dudas, un precedente de «El Aleph».
-Eres un escritor premiado y un crítico literario entregado a la causa que fundamentas en tus ensayos y en tus libros. ¿Cómo ves la literatura a partir de la década del 90 hasta los tiempos que corren?
-Es verdad lo que me decís: trato siempre de entregarme y comprometerme con la dignidad del trabajo cultural y literario. Desafortunadamente, desde los 90 -y es fenoménico a nivel mundial- la creatividad, en su sentido más abierto, empezó a caer de manera desaforada. Lo vivimos desde muchos lugares, académica y extraacadémicamente. Existe un cinismo, en gran parte de los intelectuales, ligado al peor de los silencios y la no-denuncia. ¡No es políticamente correcto alertar, debatir, confrontar! Susan Sontag lo vio clarísimo en el mismo centro del imperio.
Aquí en Argentina, por ejemplo, se publican borradores, libritos pasajeros para el olvido. Cada uno (me lo repetía Bioy Casares siempre) pretende publicar «su» librito sobre Borges…
Recientemente, preparé una edición temática dedicada al paisaje sonoro o soundscape y sus repercusiones en el mundo contemporáneo. Murray Shafey, si la memoria no me falla, creó la expresión «cloaca sonora» para definir el estado sónico de las ciudades actuales. Para desgracia del talento y de la creatividad, esa cloaca sonora ha invadido buena parte de la literatura de estos años.
Con la pasión que lo caracteriza, pasión indisciplinada, por supuesto, Michel Onfray escribe: «(…) Estos son tiempos que confunden agilidad, virtud nietzscheana, con inconsistencia, patrimonio de los frívolos que se revelan en la producción de pensamientos desechables. Las obras que duran no son legión, y las crónicas vocingleras que colocan un libro a la cabeza de las ventas señalan casi siempre trabajos que brillan sólo un instante, el tiempo del strass y de las paillettes.
A la hora del balance, no queda gran cosa, nada que haya producido efectos, no en el mundo mediático, sino en el mundo real, brutal y sin modales. El filósofo ha perdido el sentido de la subversión y de la positividad.
Con mucha frecuencia, se complace en contribuir dócilmente a las travesuras liberales de la época o en una posición totalmente negativa, nihilista y deletérea. Foucault no era de esa calaña, y es por ese motivo, entre otros, que nos hace falta. (2)*
Coincido absolutamente con Onfray y creo que es momento de rescatar el pensamiento desde su lados más miríficos contra el pudridero del cinismo y las glaucomas mentales.
-¿Cuáles son los temas o las circunstancias que movilizan tus escritos?
-Temas o circunstancias… me gusta mucho tu pregunta. Se entremezclan, se frotan, se iluminan y estallan tanto en mis ensayos, como en los relatos y cuentos. Creo que la soledad del hombre y de la especie frente a la parodia o la apariencia del mundo comenzaron a notarse desde mi primer libro. Desde muy niño, sentí la condición inexplicable y tragicómica del mundo, mucho antes de que cayeran en mis manos las obras de Platón, Plotino, Orígenes de Alejandría o Porfirio, que tanta fascinación me provocarían.
Las obsesiones regresan siempre «enguantadas» y espiralantes (se detiene, por unos instantes, en estas dos palabras): me interesan los archipiélagos del instinto y sus pesadillas (tanto de diuturnidad como de nocturnidad), las úlceras de la locura, la imaginación como tigra de sed, pero también como mirabilia incesante de la llaga del hombre, el viaje como mito contra la fugacidad y la muerte, el grito y el murmullo lustrales, la vida como celebración, y las súbitas felicidades de esta cómplice.
En mis últimos libros, en especial en Todos los mapas son inútiles en Abisinia, Iconostacio, y La noche desnuda de rostro ciego, vuelve mi preocupación (exacerbada, lo admito) por el instante en que el ser se arroja, o parece arrojarse al basural del planeta: como el Dassein de Heideguer. ¿Será el instante insoluble en que la Isis de Shopenhauer descorre el velo?
-¿Qué escritor te hubiera gustado ser? ¿Para qué?
-No puedo elegir uno solo, Delfina. ¡Son tantos y por motivos tan disímiles!
Me hubiera gustado ser Rainer María Rilke -aunque de su biografía eliminaría su agonía y muerte-, para conversar largamente y pasear en París con Rodin, Lou Andreas-Salomé y Cézanne.
Me hubiera gustado ser Mallarmé y probar todos los elixires y venenos necesarios que lo llevarían a escribir tan hermosa y únicamente (como sólo lo hizo Mallarmé) sobre el manantial de esta vida que termina en un libro.
Me hubiera gustado ser Dickens y pasearme por toda Inglaterra con ese precioso «escritorio ambulante», que diseñó él mismo y que todavía puede verse en su casa de Russell Square, en Londres.
Me hubiera gustado ser el rumano Tristán Tzará, para jugar a los dados y organizar un performance de trapos y desechos con Ives Tanguy y Jean Arp, épater le burgois, en Place des Vosges.
Y también me hubiera agradado ser -siquiera por unos instantes- Francisco de Asís, mi querido Francesco, para hablar el lenguaje de los pájaros, de las alimañas y de los lobos. Ah, y para llamar, tan piadosamente (en el sentido más abierto de este adverbio) «hermana» a la mismísima muerte.
Pero el hubiera querido, como escribe Sartre, no existe ni existirá.
-Hay muchos lectores complacientes que hacen, dentro de su ignorancia, que crezcan en fama muchos escritores de planteos escriturales delgados y mediocres. ¿Qué reflexión te merece esta circunstancia editorial que estamos viviendo?
-Más que reflexión, me merece mi más alto repudio. No sólo abundan los lectores complacientes, como vos decís, sino los editores mercachifles que, sin sospecharlo -¡al fin son tan brutos!-, publican esos borradores «mierdosos» (no encuentro otro epíteto, es le mot just).
Comentarios1
Tan famoso como ególatra. Para nada toma en cuenta que otros tienen derecho a equivocarse. Y además ni la fama ni el dinero ni la vida son eternos, verdad? Qué prepotencia, hé?
Incomparable!!!!
Debes estar registrad@ para poder comentar. Inicia sesión o Regístrate.